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El diario del dokter Ricardo Blas; le cambia la vida

El médico oaxaqueño cuenta a Excélsior su experiencia en Indonesia en 2004 tras la ayuda que brindó a los damnificados de el tsunami

Redacción | 30-12-2012

CIUDAD DE MÉXICO, 30 de diciembre.- Al doctor Ricardo Blas el tsunami de 2004 le cambió el rumbo. Como el efecto mariposa, las enormes olas de 30 metros de altura que destruyeron vidas y ciudades de Indonesia, Malasia, India y Tailandia cambiaron el destino del oaxaqueño.

Cirujano militar, no imaginaba que le esperaba un largo viaje en el buque Usumacinta por el océano Pacífico hacia Indonesia, donde realizaría 36 cirugías.

En dicha embarcación viajaron “541 pelados mexicanos” para brindar apoyo en una de las tragedias más grandes de la época moderna .

A ocho años de aquel infierno, el doctor Blas rememora las costumbres musulmanas en Indonesia, el maltrato hacia la mujer, los niños huérfanos que se acostumbraron a jugar dominó con los militares mexicanos, el gusto de los asiáticos por Jorge Campos y Marimar, los recién nacidos llamados México, así como el riesgo de encontrarse a los Tigres de Indonesia, guerrilla que motivó al contingente regresar antes de lo esperado. Ésta es su historia.

8 de enero 2005

“La llamada llegó por la mañana. La oración directa: ‘A las siete de la noche tienes que estar listo porque sales a Manzanillo’. Y de allí a Java. Lo único que había escuchado en mi vida de aquel sitio fue la película Krakatoa al este de Java, pero no tenía idea de dónde quedaba. Con el paso de las horas, la incertidumbre se fue aclarando y en un par de días viajaba en el Usumacinta rumbo a Pearl Harbor junto a otros 540 pelados mexicanos. Aún no entendía por qué yo, un médico de cuarentaytantos años, que había estudiado en la UNAM y por cosas del destino ingresado a la Armada de México, de pronto recibía llamado para navegar diez mil millas hasta el otro lado del mundo. El destino: Banda Aceh, una de las ciudades devastadas por el tsunami del pasado 26 de diciembre.

Los hilos se mueven de manera extraña. El que algunos militares desertaran a la orden de viajar hacia la zona destruida por el maremoto (sólo superado por el tsunami de Chile en 1960), donde se dice que hubo más de 250 mil muertos y el que la ONU decidiera que México mandara apoyo a la zona de desastre, movieron mis rumbos. El Papaloapan y el Usumacinta habían sido barcos gringos que sobrevivieron a la Tormenta del Desierto y México los había rescatado de una jubilación en Pearl Harbor. A ellos se unía el Zapoteco.

Sería un mes y medio de navegación, con la oportunidad de un baño de dos minutos cada cuatro días y muda de ropa cada semana. Eso, al final, fue lo de menos. Entrados en mar asiático la patrulla marítima nos pidió precaución: ¡existían verdaderos piratas!

Marzo de 2005

Lo que encontramos en Indonesia fue muerte, destrucción, enfermedades, robos, hambre y demasiada necesidad de ayuda humanitaria. Habían llegado grupos de Australia, Estados Unidos, Singapur, Inglaterra, España, Pakistán y Alemania. Ahora estaba el equipo mexicano con personal, víveres y bombas para purificar el agua. Las cifras oficiales de 250 muertos eran un engaño, pues acá había por lo menos medio millón de muertos y desaparecidos, entre ellos tres mil turistas.

Si sobrevivimos a los piratas, en tierra firme nos esperaban los Tigres de Indonesia, como se le nombra a la guerrilla que tenía unas 800 mil minas explosivas en todo el país. Es por ello que la policía local no nos permitía salir a las calles, por lo que las compras y salidas esporádicas fueron bajo su resguardo.

Encontramos otro idioma, otra comida y otras costumbres. A la lengua indonesia nos fuimos adentrando con palabras como namá (nombre) y otras para atender a los pacientes; la comida no fue obstáculo. Indonesia es el país con más musulmanes en el mundo y el cuarto con más habitantes (238 millones), así que tuvimos que soportar, entre otras cosas, el maltrato hacia la mujer. Fue una de las causas por la que tuve demasiados conflictos con el director del hospital, el general Toffik (los hombres son flojos y las mujeres deben permanecer a su lado y ayudar en el hospital).

De los 541 mexicanos que fuimos, cuatro éramos cirujanos y, por causas extrañas, fui el único que realizó cirugías. Fueron 36 y cinco de ellas en un solo día. Hay poca luz en el hospital y el instrumental quirúrgico se encuentra en el piso. Fueron dos semanas de estancia, en las que llegamos a ‘adoptar’ a niños que habían quedado huérfanos.

Cada tarde varios militares jugábamos dominó y futbol con ellos, sin importar el idioma. En muchas ocasiones nos robaron agua y comida. Fue doloroso observar cómo habían cambiado sus vidas de un momento a otro. ¿Las mujercitas?, ellas se hacían enfermeras para auxiliar en los hospitales.

26 de marzo de 2005

En esta ciudad (Banda Aceh) hace falta ayuda en extremo. Han pasado tres meses desde que el mar se enojó y en Indonesia siguen los cadáveres en las calles. La zona se ha convertido en una gran morgue. La gente sigue buscando a sus familiares e incluso pegan fotos en los postes. Dicen en la ONU que la reconstrucción llevará unos diez años, aunque lo que me preocupa es el futuro de estos niños. Mejor dicho, no tienen futuro.

Lamentablemente terminó la tregua entre el gobierno y la guerrilla. Nos han pedido abandonar la ciudad o permanecer bajo nuestro propio riesgo. Me duele dejar a estos niños en la nada, pero también quiero regresar con mi esposa y mis hijos. Me llevo en la memoria aquellas dos mujeres que dieron a luz después del tsunami y que, en agradecimiento al apoyo de nuestro equipo, decidieron que sus bebés fueran bautizados con el nombre de México.

Hay que navegar mes y medio rumbo a nuestra patria. Otra vez con el temor de los piratas, con el desconocimiento de lo que ocurre en el mundo (la voz del buque Usumacinta nos anunció la muerte del Papa y los conflictos entre Fox y AMLO).

Entre mis pertenencias regreso con una katana que me entregó el gobierno de Indonesia, algo así como el Águila Azteca. También regreso con la amistad del general Toffik, general y director del hospital con el que tuve demasiados conflictos por tratar diferente a las mujeres. Ahora somos amigos.

Cuando escuché que en la zona de Sumatra había ocurrido un tsunami devastador y que había que viajar a Java ni idea tenía de dónde quedaba. Lo mismo ocurrió con la gente de Indonesia que conocí. Ellos habían escuchado que existía un país llamado México, pero no lograban ubicarlo en el mapa. Aunque apenas escuchaban que éramos mexicanos y brotaba en sus labios los nombres de Jorge Campos y Marimar.

En el navío una Coca-Cola cuesta un dólar (nueve mil rupias) y una Corona se cambia por cuatro latas de refresco. En una comida con el equipo de Kuwait me regalaron cuatro Coronas y yo las negocié en el buque. Buen negocio.

La llegada a Manzanillo, con honores, está marcada para el día 15 de mayo. Fueron cuatro meses fuera de casa. En otro mundo.

Diciembre de 2012

Son varios los fantasmas que se asoman en mis sueños. Comenzó como una pesadilla, aquella en la que mis pacientes sonríen cuando me miran. O aquel hombre que trata de escuchar noticias en un radio, sin entender aún que no hay sintonía. Vuelvo a recordar aquellos niños huérfanos y me pregunto qué será de ellos. Lloro al recordarlos. Me duelen. Ahora son adolescentes, sin familia y sabe Dios en qué circunstancia. ¿Y los niños llamados México?, seguro festejarán su octavo aniversario y recordarán sus madres aquella ayuda de los mexicanos, cuyo país aún no logran señalar en el mapa.

Yo dejé la Armada y sigo en mi consultorio particular. Soy cirujano general, con 54 años de edad. Han pasado ocho años de aquella tragedia y me pregunto si –como dijo la ONU– bastarán diez para reconstruir aquella zona devastada.

Me sigo comunicando con el general Toffik y le comento que tengo planeado viajar dentro de dos años a Banda Aceh para reencontrarme con aquellos musulmanes. Buscar a los que fueron niños. Entonces regresaré y terminaré de escribir un libro. Llevo poco escribiendo sobre aquellos cuatro meses: los niños indefensos, las muertes, las cirugías, la guerrilla y la ciudad destruida. Algún día terminaré de contar esta historia. Soy el doctor Ricardo Blas Azotla. Allá me decían simplemente dokter Ricardo.

Recuerdan a miles de víctimas

Miles de indonesios conmemoraron en la provincia de Aceh el octavo aniversario del devastador tsunami que mató a miles de personas en esa región el 26 de diciembre de 2004.

Los actos oficiales han ido perdiendo la grandeza del primer aniversario, cuando el presidente de Indonesia, Susilo Bambang Yudhoyono, mandatarios de otros países y representantes de organizaciones internacionales oficiaron la conmemoración.

En esta ocasión, el gobernador de Aceh, Zaini Abdullah, presidió el programa organizado en el puerto de Malahayati, próximo a la capital provincia, Banda Aceh.

Otros habitantes de ese antiguo sultanato rico en petróleo y gas participaron en los actos organizados en plazas públicas, mezquitas y el museo del tsunami o acudieron a la fosa común donde se enterraron unos 46 mil 750 cadáveres, o rezaron ante los restos de los que fueron sus hogares.

La bandera indonesia a media asta en edificios y calles recordaba a todos que un 26 de diciembre de hace ocho años una serie de olas gigantescas, originadas por un poderoso terremoto, arrasaron Banda Aceh y toda la costa occidental de esa provincia.

Pueblos costeros enteros desaparecieron bajo la fuerza de un tsunami que alcanzó otras naciones bañadas por el Índico, algunas tan lejanas como Tanzania o Kenia.

En Tailandia, donde hubo ocho mil muertos, se celebró una ceremonia en el Tsunami Memorial Wall, próximo a la plaza de Mai Khao, en la turística Phuket, donde las olas destrozaron las primeras filas de edificios.

Las autoridades de Tailandia, uno de los principales países asiáticos receptores del turismo, insisten en que ahora tienen una alerta de tsunami capacitada para evitar, por medio de la evacuación, la repetición de la catástrofe.

Hoy las playas del suroeste de Tailandia en las que transcurre la muy taquillera película Lo imposible, vuelven a estar llenas de gente ajena a un sistema de alerta y señales de emergencia que ha fallado en ocasiones por la falta de mantenimiento, según algunos expertos.

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