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Nacional

Poder y deseo: Puerta para la oposición

La reforma política de 1977 abrió el régimen mexicano a la competencia. Esta apertura se consolidó en el año 2000, con la alternancia en la Presidencia

Pascal Beltrán del Río y José Elías Romero Apis | 20-06-2022
Poder y deseo
Poder y deseo: Puerta para la oposición. Ilustración: Horacio Sierra.

Capítulo 8.

“No queremos luchar con el viento, con el aire; lo que resiste, apoya”. 

 Con esa frase, Jesús Reyes Heroles, secretario de Gobernación en el primer tramo del sexenio de José López Portillo, explicaba la elaboración de una reforma política que se proponía abrir los cauces a la participación electoral de organizaciones que habían sido proscritas desde hacía décadas, marcadamente comunistas y sinarquistas. 

López Portillo había sido elegido en 1976 como candidato presidencial único. Eso hacía ver al régimen mexicano como cerrado a la competencia. 

La reforma tuvo por efecto una ampliación del sector opositor. Primero, en las elecciones intermedias de 1979, cuando participaron los partidos Comunista Mexicano y Demócrata Mexicano, que alcanzaron a formar bancadas en la Cámara de Diputados. Posteriormente, en la elección presidencial de 1982, cuando se registraron siete candidatos: el priista Miguel de la Madrid, apoyado también por el PPS y el PARM; Pablo Emilio Madero, por Acción Nacional; Ignacio González Gollaz, por el PDM; Arnoldo Martínez Verdugo, por el PSUM, una fusión del PCM y otros partidos de izquierda; Rosario Ibarra de Piedra, por el Partido Revolucionario de los Trabajadores, organización de corte trotskista; Cándido Díaz Cerecedo, del Partido Socialista de los Trabajadores, y Manuel Moreno Sánchez, del Partido Socialdemócrata. 

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Si el propósito del gobierno de López Portillo era ceder espacios a la oposición sin perder poder —al tiempo de cortar las justificaciones a quienes se habían levantado en armas desde mediados de los años sesenta—, el resultado no pudo ser mejor. Miguel de la Madrid se alzó con el triunfo con casi 71% de los votos, contados por un organismo, la Comisión Federal Electoral, que era parte del mismo gobierno. 

 Sin embargo, la apertura del sistema apenas comenzaba y pronto se daría de una forma menos controlada. La candidatura de Moreno Sánchez había representado una pequeña rendija en el sistema, que luego sería aprovechada por Cuauhtémoc Cárdenas y por Andrés Manuel López Obrador, el primer exmiembro del PRI que llegó a la Presidencia. 

Nacido en Aguascalientes, en 1908, Moreno Sánchez había ocupado importantes cargos dentro del régimen hegemónico que había gobernado el país desde 1929. 

 Había brincado a la actividad política como simpatizante de la candidatura presidencial de José Vasconcelos, el primer opositor de trascendencia que enfrentó el Partido Nacional Revolucionario, antecedente del PRI. 

 Posteriormente fue juez del Tribunal Supremo de Justicia de Michoacán, durante la efímera gubernatura de Benigno Serrato (1932-1934). Fallecido éste en un accidente aéreo, Moreno Sánchez pasó a ser asesor jurídico del gobierno de San Luis Potosí, a instancias del senador Gonzalo N. Santos, quien había participado en la represión del movimiento vasconcelista. Entre 1940 y 1943, fue magistrado del Tribunal Superior de Justicia del entonces Distrito Federal, durante la regencia de Javier Rojo Gómez. En 1943 fue elegido diputado federal por el distrito 2 de Aguascalientes. 

 En septiembre de ese año, en su condición de presidente de la Cámara de Diputados, le tocó responder el tercer informe de Manuel Ávila Camacho. Durante el alemanismo ocupó cargos menores, pero en 1958 volvió a la primera fila de la política como senador y presidente de la Gran Comisión de esa Cámara. 

Fue el presidente Adolfo López Mateos, con quien coincidió en la campaña de José Vasconcelos, quien lo rehabilitó. Incluso llegó a ser considerado aspirante presidencial, pero en 1964 llegó a su fin su carrera política dentro del PRI al ser postulado su enemigo Gustavo Díaz Ordaz. 

Durante los siguientes sexenios, Moreno Sánchez fue un crítico del régimen priista. Desde las páginas de la revista Siempre! se posicionó como líder de opinión. En 1982 recibió el ofrecimiento de ser candidato presidencial del naciente Partido Socialdemócrata, formado por los hermanos Sánchez Aguilar, originarios de Torreón. 

 Al gobierno de López Portillo nada le gustó la postulación de Moreno Sánchez, pues implicaba una fisura en el régimen. Enrique Olivares Santana, secretario de Gobernación, intentó convencer a Luis Sánchez Aguilar de postular a otro aspirante o, cuando menos, sumarse a la candidatura de Martínez Verdugo, pero la nominación se mantuvo y el PSD fue castigado con la pérdida del registro. Eran tiempos en que las elecciones se organizaban desde la Secretaría de Gobernación. 

 No obstante, el ejemplo de Moreno Sánchez cundió. Y éste fue promotor, en reuniones realizadas en su rancho Los Barandales, en el Estado de México, de la mayor ruptura que se había generado hasta entonces en el PRI: la Corriente Democrática. 

Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y otros miembros del partido se organizaron y elaboraron documentos en los que criticaban el rumbo que estaba tomando el PRI y en el que pedían retomar los postulados de la Revolución Mexicana. 

 Obligado por una prolongada crisis económica —provocada por el manejo irresponsable de las finanzas públicas en los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo—, el gobierno de Miguel de la Madrid había vendido empresas estatales y se había incorporado al GATT, con lo que abrazaba la liberalización comercial y rehuía del estatismo que había sido la marca del régimen. 

La candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, apoyada por los partidos que habían sido satélites del PRI –PARM, PPS y PST, rebautizado este último como Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional—se convirtió rápidamente en la mayor amenaza a la hegemonía del partido tricolor desde su fundación en marzo de 1929. 

 Hasta entonces, el PRI y sus ancestros –el PNR y el PRM—habían contendido en diez elecciones presidenciales, pero nunca habían enfrentado un reto real por parte de algún opositor. Incluso, ya lo decíamos, la campaña de López Portillo en 1976 se dio sin un solo competidor registrado. Esa vez, los priistas se habían enfrentado sólo al viento, como decía Jesús Reyes Heroles. 

 A partir de 1982, las cosas comenzaron a cambiar rápidamente para el partido de la Revolución. Luego de una elección cómoda vino una prueba durísima, en 1988, que dejó la impresión de que el régimen había requerido del fraude para mantenerse en el poder. De nuevo, en 1994, volvió a tener cierta tranquilidad en las urnas, pero en 2000 perdió la Presidencia de la República ante el PAN. 

 La rendija abierta por la reforma política de 1977 se había convertido en un portón. 

 Ésta es la historia de las candidaturas de oposición en las sucesiones presidenciales de la era moderna, que pasaron de ser meramente testimoniales –pese a algunos casos de alharaca y represión—a convertirse en las favoritas para ganar, por la creciente tendencia a la alternancia que se ha asentado entre el electorado mexicano. 

 En 16 elecciones presidenciales entre 1929 y 2018, un total de 49 candidatos de oposición han aparecido en la boleta. 

En 1929, el primer adversario que tuvo el oficialismo de entonces fue José Vasconcelos. Ese año, en noviembre, se celebró una elección presidencial extraordinaria, para votar por quien concluiría el sexenio que correspondía a Álvaro Obregón, asesinado en julio de 1928, cuando era Presidente electo. 

En esos comicios también participó el magonista Pedro Rodríguez Triana, apoyado por el Bloque Unitario Obrero y Campesino, en el que participaba el Partido Comunista. 

 El PNR, surgido de la iniciativa de Calles, se había formado en marzo de 1929 “como un frente de las principales organizaciones políticas existentes en México, tanto a nivel nacional como local, a fin de encontrar los mecanismos institucionales –en particular, en el aspecto electoral—que permitieran la consolidación del aparato estatal revolucionario” (Luis Javier Garrido, El partido de la revolución institucionalizada). 

Aunque Calles había ofrecido, en su último informe de gobierno, no aspirar nunca más a la Presidencia, muy pronto quedó claro que él sería el jefe máximo del PNR, incluso desde su autoexilio en París, al que se fue poco después de que tomó posesión el presidente interino Emilio Portes Gil y del que no volvería hasta diciembre de 1929, una vez resuelta la primera elección presidencial en la que participó el partido que él creó y cuyo candidato, Pascual Ortiz Rubio, mandó traer de una encomienda diplomática que lo había tenido alejado del país. 

 En la misma asamblea en la que Manuel Pérez Treviño fue designado primer dirigente nacional del PNR, también se anunció la candidatura del michoacano Ortiz Rubio como su primer candidato presidencial, “presentado como un hombre sin compromisos, que no pertenecía a ninguna facción, por lo que estaba dispuesto a conciliar todas las tendencias existentes” (Garrido, op. cit.). 

 Por su parte, Vasconcelos, quien había sido el primer titular de la Secretaría de Educación Pública (1921-1924), en el gobierno de Álvaro Obregón, aceptó la candidatura del Partido Nacional Antirreeleccionista, que un año antes se había opuesto a la reelección de Obregón. El 2 de julio de 1929 se celebró la convención de la organización, en la que uno de sus dirigentes históricos, el yucateco Calixto Maldonado, dijo que Vasconcelos ganaría la elección “y hasta le enseñará a leer a los diputados”. 

 Con un apoyo indudable por parte de los estudiantes y las clases medias, la candidatura de Vasconcelos “resultaba atractiva porque representaba la posibilidad de lograr un control político civil en lugar de un control militar” (Roderic Ai Camp, La campaña presidencial de 1929 y el liderazgo político en México). 

Entre sus simpatizantes había una camada de jóvenes que, décadas después, ocuparían posiciones prominentes en la política y la sociedad, como los ya mencionados Adolfo López Mateos y Manuel Moreno Sánchez, pero también Manuel Gómez Morín, Rogerio de la Selva, Ángel Carvajal, Mariano Azuela, Andrés Henestrosa, Fernando López Arias e Ignacio Chávez. 

 El programa de Vasconcelos incluyó propuestas en materia de reformas sociales (aceleración del reparto de tierras, nuevo impulso a la campaña alfabetizadora, realización de una reforma fiscal) al lado de postulados de tipo democrático (moralización de la administración, otorgamiento del voto a las mujeres, disminución de las facultades presidenciales, supresión del voto a los miembros de las fuerzas armadas y restablecimiento del principio de la “no reelección)”, resume Garrido en su libro. 

 La campaña fue marcada rápidamente por la polarización. En palabras del candidato Ortiz Rubio, el PNR no era un simple partido político sino “el único representante del pueblo”. En tanto, los vasconcelistas sostenían que ellos eran la única esperanza de evitar el autoritarismo callista. 

 “La promesa del presidente Portes Gil, de mantener un ambiente de respeto y libertad para que en él se desarrollase la campaña presidencial fue violada sistemáticamente” (Alejandra Lajous Vargas, El Partido Nacional Revolucionario y la campaña vasconcelista). Mientras el candidato oficialista hacía campaña acompañado del aparato burocrático, los mítines de Vasconcelos eran frecuentemente blanco de la represión policiaca y de grupos armados afiliados al PNR. 

El 20 de septiembre de 1929 fue asesinado el estudiante vasconcelista Germán de Campo, cuando se celebraba un mitin en la plaza de San Fernando. Dicho asesinato siempre ha sido atribuido a Gonzalo N. Santos. Sin embargo, éste afirma en sus memorias que el autor del crimen fue Eduardo Hernández Cházaro, un ayudante de Ortiz Rubio, quien “lo mandó matar de forma estúpida e innecesaria”. 

—Jefe, ahí anda un tal Germán de Campo que lo anda acusando de incestuoso y llenándolo de injurias; lo voy a chingar— habría dicho Hernández Cházaro a Ortiz Rubio, a decir de Santos. 

 —Chínguelo, por cabrón —respondió el candidato—, “sin saber siquiera las consecuencias de tal contestación”. 

Oficialmente, Ortiz Rubio ganó las elecciones del 17 de noviembre de 1929 por un millón 825 mil votos contra 105 mil de Vasconcelos y 19 mil de Rodríguez Triana. Asediado por los elementos radicales del PNR, incapaz de domar la crisis económica derivada de la Gran Depresión y reducido a la irrelevancia por Calles, Ortiz Rubio renunciaría a la Presidencia en septiembre de 1932, dos años y medio después de tomar posesión. La campaña de Vasconcelos, quien marchó al exilio después de la elección, sería la fuente de inspiración para otros opositores, quienes seguirían echándose a cuestas la labor titánica de pelear el poder a una organización que establecería una hegemonía en las siguientes décadas. 

 Por el resto de su vida, Vasconcelos rumiaría aquella derrota, pues no concebía que un hombre como Ortiz Rubio —a quien consideraba intelectualmente inferior— lo hubiera podido vencer sin recurrir al fraude electoral. En realidad, quien terminó con sus aspiraciones políticas no fue Pascual Ortiz Rubio, sino Plutarco Elías Calles. 

 En las siguientes cuatro elecciones presidenciales –las de 1934, 1940, 1946 y 1952—la principal oposición que debió enfrentar el partido tricolor provino de las entrañas del propio movimiento revolucionario que le había dado origen. 

 En 1934 se presentaron a las urnas, para competir con Lázaro Cárdenas, los generales Antonio I. Villarreal y Adalberto Tejeda. Ambos habían sido héroes del movimiento armado. Magonista, el primero, y carrancista, el segundo, ambos llegaron a gobernar su respectivo estado, Nuevo León y Veracruz. También fueron secretarios de Estado. 

Villarreal fue cónsul en España durante el gobierno del presidente Francisco I. Madero y combatió la usurpación de Victoriano Huerta en el noreste, ocupando Monterrey y Ciudad Victoria. Después de gobernar Nuevo León (1914-1915), fue secretario de Agricultura en la Presidencia de Álvaro Obregón y apoyó las rebeliones de Adolfo de la Huerta (1924) y José Gonzalo Escobar (1929). 

Participó en la elección presidencial de 1934 bajo las siglas de la Confederación Revolucionaria de Partidos Independientes. 

 A su vez, Tejeda se sumó a la Revolución tras el asesinato de Francisco I. Madero, bajo las órdenes de Cándido Aguilar. En 1915, Venustiano Carranza lo designó comandante militar en la Huasteca veracruzana. 

 Fue elegido diputado por Chicontepec, pero sus ocupaciones castrenses le impidieron asistir a las sesiones del Congreso Constituyente. Aliado con Obregón, se distanció de Carranza y lanzó su candidatura al gobierno de Veracruz. Finalizado su período, en 1924, fue nombrado secretario de Comunicaciones por el presidente Calles y luego secretario de Gobernación, cargo que ocupó de 1925 a 1928, durante la Guerra Cristera. De 1928 a 1932 fue nuevamente gobernador de Veracruz. En la contienda presidencial de 1934 fue apoyado por el Partido Socialista de las Izquierdas. 

La participación de Villarreal y Tejeda en esos comicios resultó testimonial. El primero cosechó apenas 1% de los votos y el segundo, menos aún. Cárdenas, a quien Calles hizo candidato —en un intento de prolongar el Maximato, cosa que no conseguiría por largo tiempo—, obtuvo oficialmente más de 98% de los sufragios. 

Para 1940, la opción opositora en las elecciones presidenciales volvió a surgir de las filas de la Revolución. 

Ésta la encarnó el guerrerense Juan Andreu Almazán –nacido en Olinalá, en 1891—, quien se afilió al maderismo y a la lucha contra la dictadura de Porfirio Díaz mientras estudiaba medicina en Puebla, carrera que abandonaría. 

En agosto de 1929, Octavio Paz publicó un testimonio de la vida de Almazán en aquellos años, recuperado por Marie Musgrave, en su trabajo Las aventuras y desventuras de Juan Andreu Almazán. 

“Cuando Madero, el candidato presidencial, fue a Puebla en gira de campaña –escribió Paz--, Almazán participó entre los estudiantes que fueron en masa a la estación del ferrocarril, con el estandarte del colegio, a saludarlo. Almazán apoyó con vehemencia su candidatura, escribió artículos en los periódicos locales y cultivó una cercana amistad con Aquiles Serdán. Después del exilio de Madero en Texas, Serdán lo visitó en San Antonio y a su regreso, el joven Almazán se involucró en el plan de la revolución maderista, que estallaría el 20 de noviembre de 1910 (...) 

 “Pero el descubrimiento gubernamental de los planes a mediados de noviembre ocasionó el sitio a la casa de Serdán, en la calle de Santa Clara en Puebla, el 18 de noviembre. 

 Tan pronto como se enteró del ataque, Almazán se dirigió al lugar y trató de entrar a la casa sitiada. Según alguna versión, su sombrero quedó perforado por una de las balas del ataque de la policía, en su intento de ayudar a sus amigos. La casa fue finalmente tomada y Almazán entró con la policía, con la esperanza de usar sus contactos en el hospital militar, para que admitieran a Aquiles, pero era demasiado tarde: éste había muerto”. 

Y agregó: “Fue Almazán quien organizó una colecta y la compra de ataúdes para Aquiles Serdán y las otras víctimas de la Calle Santa Clara”. 

 Iniciada la revuelta contra Porfirio Díaz, Almazán conoció a Carranza pero pronto se distanció de él, creyéndolo insincero. Comisionado para formar grupos rebeldes en Morelos y Guerrero, fue en busca de Emiliano Zapata, con quien se encontró en Temixco, no sin antes salvarse de ser fusilado por dar la impresión de que era un espía del gobierno. Sin tener el nombramiento de representante de Madero, Almazán nombró a Zapata jefe de las fuerzas maderistas en Morelos. El historiador John Womack considera que pese a no haber sido legítima la misión de Almazán, ésta contribuyó en dar visibilidad a Zapata como caudillo revolucionario del sur. 

 La amistad que trabó con Zapata fue un factor clave en la carrera militar de Almazán, relata Musgrave. Al lado de Zapata se volvió antimaderista, aunque después ambos romperían relaciones por los desacuerdos que tenían en torno de los saqueos y por la desconfianza que se suscitó en aquél, cuando Madero ofreció a Almazán dinero y un cargo en el ejército a cambio de combatir a su amigo, invitación que el guerrerense rechazó, cosa que le costó ser enviado a prisión. Liberado de la cárcel en julio de 1912, Almazán volvió a 

Morelos, donde fue aprehendido por los zapatistas, quienes tenían la orden de su jefe de fusilarlo, pero fue rescatado por dos antiguos compañeros, quienes lo reconocieron, y lo mandaron escoltado a Olinalá. 

Asesinado Madero, Almazán y otros jefes revolucionarios fueron invitados a la Ciudad de México para negociar con Victoriano Huerta. Allí tomó la decisión más polémica de su vida: enlistarse en el ejército del golpista. Años después admitió que había cometido un error, pero que éste se debió a que él y otros veían en Huerta a “un individuo de origen humilde, que había sufrido mucho”. 

 También atribuyó su decisión al hecho de que Zapata lo estaba buscando para fusilarlo. 

 Almazán escaló peldaños haciéndose amigo de los enemigos de sus enemigos. El triunfo del Ejército Constitucionalista lo volvió a unir con Zapata, pues ambos eran anticarrancistas. Luego, la alianza de Zapata y Pancho Villa le abrió la puerta con éste. Después, el derrocamiento y asesinato de Carranza en 1920 le puso en suerte a Obregón y Calles, quienes lo nombraron jefe de operaciones en La Laguna. 

 Pero también hubo quienes no olvidaron sus pecados, principalmente su afiliación al huertismo. Cuando Calles estaba formando el PNR, después del asesinato de Obregón, buscó el apoyo de Almazán, quien era comandante en Nuevo León. Para convencerlo, envió a Gonzalo N. Santos. 

 “Me fui al ver al traidor Almazán”, cuenta Santos en sus Memorias. “Pidió como precio de su adhesión (al PNR) que le sacara el consentimiento a Calles para que su hermano, el doctor Leónides Almazán, que era guerrerense y no poblano, fuera designado gobernador de Puebla. Yo transmití el mensaje a Calles, quien aceptó y quien en esos momentos se agarraba a una brasa ardiendo”. 

En 1930, el presidente Pascual Ortiz Rubio nombró a Almazán secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, cargo que había ocupado con anterioridad el propio Presidente, relata Marie Musgrave. “Cuando los problemas políticos ocasionaron la renuncia de la mayoría del gabinete del presidente Ortiz Rubio y en seguida, la del mismo Presidente, Almazán volvió a Nuevo León, dado que Monterrey se había convertido en la base de su poderío y la ciudad era administrada prácticamente como coto privado del general”. 

Durante ese período, Almazán se dedicó a acumular una enorme riqueza mediante contratos gubernamentales para construir carreteras y vías férreas, describe la historiadora. 

La Compañía Anáhuac, su empresa, se encargó de proyectos de construcción en muchos lugares de la República. También levantó el primer hotel en Acapulco —el hotel Anáhuac, luego llamado Papagayo— sobre tierras que el Gobierno había expropiado. En dicho hotel, demolido en 1979, Agustín Lara compuso, en 1947, la canción María Bonita en honor de su esposa, la actriz María Félix. 

 Fue en esas condiciones de poder, prestigio y riqueza que Almazán buscó la Presidencia en 1940, impulsado por un sector del Ejército que disentía de la postulación de Manuel Ávila Camacho. Lo que antes se peleaba con asonadas —como las de Gonzalo Escobar y Saturnino Cedillo—, ahora se disputaba en las urnas. Pero el régimen cerró filas y combatió a los almazanistas a sangre y fuego. 

 Cuenta el propio Santos lo sucedido en una casilla de El Caballito: “Arremetimos contra esa casilla a pistolazo limpio (...) Recogimos todas las ánforas que ya estaban repletas de votos almazanistas, las quebramos y nos llevamos los papeles”. 

 Agrega Musgrave: “Las elecciones de 1940 estuvieron plagadas de irregularidades y cuando el cómputo oficial anunció la aplastante victoria de Ávila Camacho, los almazanistas proclamaron el fraude. Almazán salió rumbo a La Habana, donde se encontraba el secretario de Estado de Estados Unidos, quien asistía a una conferencia en la capital de Cuba, para entrevistarse con él y apelar, al menos, por una posición neutral del poderoso vecino en caso de que se desatara un conflicto armado (...) 

No obstante, el secretario de Estado nunca le concedió audiencia. 

 “Albergando una gran amargura contra Cárdenas y Roosevelt, Almazán desistió de hacer mayores gestiones para volver a México a encabezar una rebelión (...) De esta manera, la carrera política de Almazán concluyó en 1940 y con ella, terminó también la preponderancia de los generales revolucionarios en la política mexicana (...) Después de Ávila Camacho, ningún militar ha ocupado la Presidencia de México”. 

En las siguientes dos sucesiones presidenciales, las de 1946 y 1952, los principales candidatos de la oposición volvieron a salir de las filas del régimen revolucionario. En el primer caso, el canciller Ezequiel Padilla, de cuya campaña hemos hablado en estas entregas. En el segundo, el general Miguel Henríquez Guzmán, el último candidato presidencial surgido de las filas castrenses. 

 Nacido en 1896 en Piedras Negras —entonces llamada Ciudad Porfirio Díaz—, Henríquez fue uno de los cadetes del Colegio Militar que escoltaron al presidente Madero del Castillo de Chapultepec al Palacio Nacional en el inicio de la Decena Trágica. 

 En 1914 se incorporó en el movimiento armado, antes de cumplir la mayoría de edad. “Me marché a la Sierra de Puebla —relata en sus memorias—, y, como pude, convencí y organicé un grupo de 35 hombres, conseguimos armas y caballos, y me fui con ellos a la Revolución”. Combatió bajo las órdenes de los generales constitucionalistas Andrés Saucedo y Jesús Carranza. En 1920 se unió a la rebelión de Agua Prieta y en 1924 combatió el alzamiento de Adolfo de la Huerta. Fue apresado en Villahermosa por las fuerzas de este último y, a cambio de no ser fusilado, aceptó embarcarse con él a Nueva Orleans, aunque pronto desertó y regresó para ponerse de nuevo a las órdenes de Álvaro Obregón. Apoyó a la candidatura presidencial Francisco Serrano, quien se opuso a la reelección de Obregón y por ello terminó asesinado. Fue juzgado por su relación con Serrano, a quien se acusó de haber planeado un golpe de Estado, pero el caso fue sobreseído. 

 En 1933, se unió a la candidatura Lázaro Cárdenas. Éste, ya siendo Presidente, le encargó la pacificación de Tabasco. “Se trataba de regresar la legalidad a ese estado y poner fin al reinado de los Camisas Rojas, sin lastimar a su jefe, el gobernador Tomás Garrido Canabal, amigo muy apreciado del señor Presidente”, cuenta. Más tarde combatió la rebelión de Saturnino Cedillo y vigiló que las fuerzas leales a Almazán no se alzaran en armas tras la derrota de éste en las elecciones de 1940. 

 Durante el sexenio de Ávila Camacho, ascendió a general de división y fue comandante de la 15a Zona Militar con sede en Guadalajara. Sostiene que Cárdenas y Ávila Camacho le anunciaron que él sería el candidato presidencial del PRM en 1946 pero que, por el lanzamiento del canciller Ezequiel Padilla, se le pidió después poner freno a las actividades proselitistas que ya había iniciado. 

 “En esta ocasión, no podrás ser candidato a la Presidencia, porque están en juego muchas cosas”, le habría explicado Ávila Camacho. “La contienda va a ser con un civil, el licenciado Padilla, y por eso el partido necesita oponerle otro civil, porque si no lo hacemos, queda la bandera del civilismo en otras manos”. De ahí, apunta Henríquez, se fue a la casa del general Cárdenas a relatarle lo ocurrido. “Le confesé que todo lo que pasaba me parecía aberrante e indecoroso y que no estaba dispuesto a jugar de esa manera con mis partidarios. Él me respondió que así era la política y que si había entrado en ella debía aceptar las reglas”. 

 El candidato del partido sería Miguel Alemán, primer civil en asumir la Presidencia desde el fin de la Revolución Mexicana. 

 Henríquez relata que tomó distancia de la política, pero que a mediados del siguiente sexenio, varios militares se le acercaron para pedirle que fuera candidato en 1952, por el temor que tenían de que Alemán se reeligiera. Y reconstruye una plática con Cárdenas en un rancho cerca de Zitácuaro. 

—¿Qué dice la política, general? – preguntó el expresidente. 

—Pues he estado apoyando a nuestro grupo, como acordamos. 

 Pero les he dejado claro que no abrigo yo aspiraciones presidenciales. Y lo que tengo planeado ahora es un viaje de descanso por Europa. 

Henríquez dice que Cárdenas se puso muy serio y le dijo a continuación: “Mire, mi general, usted es patriota y debe asumir la gran responsabilidad. Éste es un momento grave para la Patria y para la Revolución (...) Usted sabe que Alemán se quiere perpetuar en el poder, reeligiéndose o a través de su pariente Casas Alemán, y eso no lo vamos a permitir. Lo necesitamos como Presidente a usted para salvar a la Revolución y para poner fin a las posibilidades de un maximato abierto o disimulado. 

—Pero, general, en México sólo se llega al poder por uno de dos caminos: o se es candidato oficial o por la violencia... 

 —Contamos –le aseguró Cárdenas—con la fuerza suficiente para imponernos a Alemán y a su grupo dentro del partido (...) Lo forzaremos a que compita con nosotros en un proceso interno democrático (...) 

Y en el muy remoto caso de que no lo dejaran ser candidato del PRI, porque Alemán se empeñara en ser él mismo o un incondicional, tenemos la Federación. 

El general Cárdenas se refería a la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano, una organización heterogénea de partidos políticos, integrada por veteranos de la Revolución y personajes del ala izquierda del cardenismo. Entre sus integrantes figuraban el general Marcelino García Barragán, quien llegaría a ser secretario de la Defensa Nacional y algunos políticos que se convertirían en gobernadores. Fue bajo esa bandera como competiría Henríquez en la elección presidencial de 1952, oponiéndose a la candidatura de Adolfo Ruiz Cortines, quien fue postulado por el PRI. 

Igual que sucedió en 1929 y 1940, la campaña de 1952 estuvo marcada por la represión contra los opositores. El 6 de julio, día de las elecciones “reaparecieron las añejas costumbres fraudulentas, sobre todo en las zonas con mayor presencia henriquista”, escribe Elisa Servín en El movimiento henriquista y la reivindicación de la Revolución Mexicana. “En el transcurso de la jornada electoral se presentaron múltiples denuncias y quejas por violaciones a la ley en todas las casillas donde hubo presencia de la Federación, el PAN y el Partido Popular, mismas que se agudizaron al terminar el proceso. En la mayoría de los casos, los representantes de los partidos de oposición y sus candidatos vieron obstaculizadas sus actividades y no pudieron impedir que los encargados de las casillas, casi siempre en asociación con los representantes del PRI, manejaran las elecciones a su antojo”. 

El Colegio Electoral oficializó unos resultados que no reflejaban “la intensidad de la movilización popular que despertó la candidatura henriquista”, describe Servín. El triunfo fue para Ruiz Cortines, con dos millones 713 mil 419 votos (74.31%), dejando a Henríquez Guzmán con 579 mil 745 (15.87%). 

El corolario de la campaña fue un grave acto de represión, al día siguiente, en la Alameda, dirigido a desmotivar a los opositores. “No sabemos cuántos muertos hubo, pero fueron muchos”, relata Henríquez en sus memorias. “Las cifras oficiales mintieron, como siempre. Tuvieron el cinismo de decir que hubo solamente un muerto, pero yo calculo que murieron entre 300 y 600 ciudadanos, por lo menos, en diferentes rumbos de la ciudad”. 

La de Henríquez sería la última candidatura opositora, hasta la de Moreno Sánchez, treinta años después, que surgiera de las propias filas del oficialismo. Se iniciaba el ascenso del Partido Acción Nacional, que se convirtió a partir de 1958 en la segunda fuerza política del país, interrumpido sólo por la elección de 1988, cuando otra candidatura salida del propio sistema, la de Cuauhtémoc Cárdenas, pondría en jaque la hegemonía del PRI. 

 Candidatos presidenciales panistas fueron Luis H. Álvarez (1958), José González Torres (1964) y Efraín González Morfín (1970). En esa etapa el partido fundado por Manuel Gómez Morín pasó de 9.42% de los votos a 13.77%, en cifras oficiales. En 1976, una división interna dejó a los panistas sin candidato, y eso hizo que José López Portillo compitiera solo. 

En 1982, el aspirante blanquiazul fue Pablo Emilio Madero, quien cosechó 15.69 por ciento. Luego, en 1988, el dirigente empresarial Manuel J. Clouthier, quien obtuvo 17.07 por ciento. En 1994, Diego Fernández de Cevallos se convirtió en la sorpresa de la campaña, rompiendo la barrera del 25% de la votación para Acción Nacional. Y, finalmente, Vicente Fox, quien conquistó la Presidencia de la República, con 42.52% de los sufragios. 

 A partir de ese año, las candidaturas de oposición dieron un vuelco. En las cuatro elecciones presidenciales celebradas a partir de ese año, tres veces fueron los ganadores de los comicios. Hasta 2018, los opositores parecían haber superado los tiempos de la irrelevancia y el cansancio ante las maniobras electorales del oficialismo y la represión.  Habrá que ver qué pasa en 2024, pues hoy la oposición luce apocada y destinada a la derrota. 

     

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