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Nacional

Poder y deseo: en la sombra de Bucareli

A pesar de que, durante casi 25 años, la Secretaría de Gobernación fue el peldaño natural a la Presidencia, desde 1976, con Luis Echeverría, no ha habido un jefe del Ejecutivo fogueado en el Palacio de Cobián

Pascal Beltrán del Río y José Elías Romero Apis | 18-04-2022
Poder y deseo: en la sombra de Bucareli
Ilustración: Horacio Sierra

Capítulo 6

Hace más de medio siglo que la sucesión presidencial no se resuelve a favor de alguien que ocupaba la Secretaría de Gobernación hasta antes de volverse candidato.

El último de ellos fue Luis Echeverría Álvarez, quien fue presidente de la República entre 1970 y 1976. Pudo serlo Francisco Labastida Ochoa, pero fue derrotado por Vicente Fox en la elección de 2000.

Durante casi un cuarto de siglo (1946-1970), Gobernación se convirtió en el peldaño natural para escalar a la cima del poder de México. La dependencia dio cuatro de cinco presidentes en ese lapso: Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines, Gustavo Díaz Ordaz y el ya mencionado Luis Echeverría Álvarez. La única excepción durante ese lapso fue Adolfo López Mateos, quien ocupaba la Secretaría del Trabajo en el momento del destape, en 1957, y dejó en el camino a Ángel Carvajal, quien era uno de los favoritos de aquella carrera presidencial y quien se habría convertido, en caso de haber sido ungido, en el tercer veracruzano en ocupar la Presidencia de forma consecutiva.

Hoy, en la política mexicana, vuelven a asomarse la oriundez, así como el poder y visibilidad que otorgan ser titular de Gobernación, como temas de discusión en torno de la carrera presidencial.

Desde que Vicente Fox sucedió a Ernesto Zedillo, el Ejecutivo no se ha transferido entre personas nacidas en la misma entidad federativa (en ese caso, la Ciudad de México, aunque Fox hizo su vida en Guanajuato y Zedillo se identificaba con Baja California, donde pasó su niñez y parte de su adolescencia). Y, ya decíamos, la última vez que llegó a la Presidencia un extitular de la Secretaría de Gobernación (Segob), fue en 1970.

En caso de que la sucesión de 2024 favorezca a Adán Augusto López Hernández —uno de los cuatro políticos mencionados con insistencia para ser beneficiados con la candidatura presidencial del oficialismo—, se terminarían las dos sequías arriba mencionadas.

Después del destape de Echeverría, la Secretaría de Gobernación siguió importando en el juego sucesorio. Por ejemplo, Mario Moya Palencia, Manuel Bartlett Díaz y Santiago Creel Miranda llegaron a ser fuertes precandidatos. Y, como decíamos, el nombre de Francisco Labastida Ochoa llegó hasta la boleta electoral.

Sin embargo, a partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, la Segob comenzó a perder lustre e influencia. Sus titulares se volvieron prescindibles y reemplazables como miembros del gabinete.

El presidente Salinas tuvo tres secretarios de Gobernación, primera vez que ocurría algo así desde el sexenio de Miguel Alemán. Con Zedillo hubo cuatro. Con Felipe Calderón se rompió el récord en el México moderno: cinco titulares de Segob y dos encargados de despacho, por el fallecimiento de dos de los secretarios. El actual presidente lleva dos en apenas 40 meses.

Pero no sólo fueron los constantes relevos, sino también la pérdida de funciones. La aparición de entes competidores, como la Oficina de la Presidencia de la República, el Instituto Federal Electoral, la Secretaría de Seguridad Pública y la Conferencia Nacional de Gobernadores, le quitaron parte de sus responsabilidades.

Asimismo, su imagen de viejo y sombrío guardián de las instituciones tampoco ayudó mucho a mantener su relevancia en un México que cambió aceleradamente —en lo político, lo económico y lo social— a partir de 1988. El Palacio de Cobián, en la avenida Bucareli, que ha alojado a la Segob desde 1911, pasó de ser un lugar que provocaba respeto y hasta miedo a causar indiferencia y hasta risa.  

Pero, ¿cómo fue que llegó Gobernación a convertirse en un jugador de primera línea en la sucesión presidencial durante alrededor de 65 años?

Además de sus atribuciones formales —la relación del Ejecutivo con los otros Poderes y con las entidades federativas, así como gestión de asuntos religiosos, migratorios, de comunicación y protección civil, entre otras—, la Segob realizaba funciones metaconstitucionales clave en la vida pública.

En aquel México, del que queda poco o nada, el titular de Bucareli era capitán del equipo, armador de juego, estratega del gobierno, guardaespaldas del rey, árbitro de las disputas, refreno de los excesos y el custodio de la seriedad.

Antes de que una película llegara a los cines, pasaba por el ojo crítico de Gobernación, que podía prohibir su exhibición o cortar aquellas partes que se consideraban no aptas desde el punto de vista del nacionalismo y hasta de la moral pública.

Además, desde su sede se enviaban las señales a los medios de comunicación para ajustar su contenido noticioso a lineamientos aceptables para el gobierno. Y cuando esas señales eran insuficientes, venían las instrucciones e incluso titulares redactados.

Desde Gobernación se decidía qué podían ver, escuchar y saber los mexicanos y cómo podían divertirse. Sus orejas llegaban hasta el hogar y la oficina de cualquiera que fuera considerado una amenaza para la estabilidad del Estado. Y cuando no bastaban las orejas, ahí estaban sus brazos.  

Por ese control absoluto sobre la vida pública, el secretario de Gobernación era un protagonista indudable de la sucesión presidencial. Tenía más fichas de juego que sus contrincantes; mayor acceso a la oficina presidencial y, sobre todo, más información.

La institución tiene sus raíces en los orígenes de México como nación. Apenas independizado el país, el clérigo y catedrático tlaxcalteca José Manuel de Herrera se convirtió en el primer titular de la dependencia, que entonces tenía el pomposo nombre de Secretaría de Estado y del Despacho de Relaciones Exteriores e Interiores, una de las cuatro que existían (las otras eran Justicia y Negocios Eclesiásticos, Hacienda y Guerra y Marina). Por tanto, Herrera es también considerado el primer canciller de México.

Fue a Herrera, por cierto, a quien Morelos encargó buscar el reconocimiento de Estados Unidos a la causa independentista y el suministro de armas y municiones por parte de ese país, así como la custodia de su hijo, Juan Nepomuceno Almonte. Sin embargo, sólo pudo llegar hasta Nueva Orleans, de donde regresó cuando Morelos fue fusilado.

La dependencia ha tenido distintos nombres a lo largo de la historia, como Ministerio del Interior, pero en 1855, después de la Revolución de Ayutla, adquirió su nombre actual, aunque entre 1858 y 1867 —los años de la Guerra de los Tres Años, la intervención francesa y el Imperio de Maximiliano— se juntaron otra vez las responsabilidades sobre la política interior y exterior en una misma dependencia. De ese último año a la fecha, ha habido 94 secretarios o encargados de despacho de la Secretaría de Gobernación.

De los 65 hombres que han llegado a la Presidencia de la República desde 1824, 13 ocuparon alguna vez la titularidad de la Segob o sus antecedentes.

Desde 1911, la dependencia se instaló en el llamado Palacio de Cobián. Dicho inmueble fue mandado construir por Feliciano Cobián, empresario español avecindado en Torreón, quien hizo fortuna con la producción de algodón, y la habitó de 1903 a 1908. Ese año, la casa fue incautada por adeudos tributarios. En 1910 se utilizó para alojar a la delegación estadunidense que asistió a los festejos por el Centenario de la Independencia.

El primero en ocuparlo como oficina fue Ramón Corral Verdugo, quien, desde 1904, tenía el doble cargo de vicepresidente y secretario de Gobernación, aunque su estancia en el lugar sería breve, pues el régimen de Porfirio Díaz cayó en mayo de 1911.

Las siguientes eran las funciones que tenía la secretaría en aquellos momentos finales del Porfiriato, de acuerdo con una descripción oficial:

“Medidas en el orden administrativo para la observancia de la Constitución. Reformas constitucionales. Elecciones generales. Relaciones con el Congreso de la Unión. Derechos del hombre y el ciudadano. Libertad de cultos y policía de este ramo. Policía rural de la Federación. Seguridad Pública. Amnistías. División territorial y límites de los estados. Guardia nacional del Distrito y territorios. Gobierno del Distrito y Territorios federales en todo lo político y administrativo, como elecciones locales, policía urbana, Registro Civil, beneficencia pública, hospitales, hospicios, escuelas de ciegos, y de sordomudos, casas de expósitos y asilos, montes de piedad, cajas de ahorros, casas de empeño, loterías, penitenciarías, cárceles, presidios y casas de corrección, teatros y diversiones públicas. Festividades nacionales. Diario Oficial e Imprenta del Gobierno”.

A pesar de esa larga lista, era la Secretaría de Relaciones Exteriores y no la de Gobernación la que tenía preeminencia en el gabinete.

En abril de 1896, se reformó el artículo 79 de la Constitución para que las ausencias del presidente de la República fuesen cubiertas por el secretario de Relaciones Exteriores, quitando esa facultad al presidente de la Suprema Corte.

Todavía en 1913, luego de la Decena Trágica, tuvo efecto dicha disposición, pues sirvió para dar una apariencia de legalidad al cuartelazo de Victoriano Huerta, ya que el secretario de Relaciones Exteriores, Pedro Lascuráin, tomó posesión de la Presidencia después del asesinato de Madero, aunque fuera por sólo 45 minutos, tiempo en el que “nombró” a Huerta como secretario de Relaciones Exteriores y luego renunció para dejarle el cargo.

La Constitución de 1917 cambió esa regla, depositando en el Congreso de la Unión la facultad de nombrar a un presidente interino en lo que se realizan nuevas elecciones —si la falta absoluta del Ejecutivo ocurriese en los dos primeros años del mandato— o un presidente sustituto.

Para restar incertidumbre a un caso así —que, afortunadamente, no ha sucedido desde 1932—, el Congreso de la Unión reformó en 2012 el artículo 84 constitucional a fin de que el secretario de Gobernación asuma “provisionalmente la titularidad del Poder Ejecutivo” por “un término no mayor a sesenta días”, en lo que el Congreso de la Unión nombra un presidente interno o sustituto (dependiendo de cuándo se da la falta, si en los primeros dos años del mandato o después).

El primer secretario de Gobernación de la actual era constitucional, el coahuilense Manuel Aguirre Berlanga —quien fue uno de los diputados que redactaron y promulgaron la Carta Magna— salvó la vida milagrosamente en mayo de 1920, pues dormía en la misma choza de Tlaxcalantongo en la que fue asesinado el presidente Venustiano Carranza, a apenas metro y medio de su jefe.

El diseño de Secretaría de Gobernación como ente todopoderoso de la administración pública federal, supeditado únicamente a la Presidencia de la República, fue concebido por Plutarco Elías Calles, quien la ocupó de diciembre de 1920 a septiembre de 1923, durante la Presidencia de Álvaro Obregón. Es decir, Calles despachaba en Bucareli hace un siglo.

De ahí, Calles brincó a la Presidencia. La percepción de que era impuesto por Obregón como su sucesor condujo a la rebelión de Adolfo de la Huerta. Éste había concluido el periodo de Carranza, luego de su asesinato, y se repartía con Calles los apoyos en la carrera presidencial de 1924. Ambos habían sido miembros del gabinete obregonista: De la Huerta en Hacienda y Calles en Gobernación. En la Cámara de Diputados, la división era patente. Los delahuertistas eran encabezados por Jorge Prieto Laurence y los callistas, por Emilio Portes Gil.

Derrotada la rebelión y con De la Huerta exiliado, Calles ganó la Presidencia para el periodo 1924-1928. Nombró al general Adalberto Tejeda como secretario de Gobernación, en tanto que a Portes Gil lo hizo gobernador de Tamaulipas. Ambos se enfrentarían en 1928 para ocupar la Presidencia de manera provisional, luego del homicidio del presidente electo Álvaro Obregón.  

“El 5 de septiembre de 1928
—escribe Arnaldo Córdova en La Revolución en crisis. La aventura del Maximato (1995)—, todos los gobernadores, secretarios de Estado, altos funcionarios del gobierno y numerosos políticos se reunieron en el hotel Regis para consagrar la jefatura de Calles; en la reunión se manejaron algunos nombres para la sucesión presidencial y, entre ellos, se incluyó, de manera prominente, el del licenciado Emilio Portes Gil, en el común convencimiento de que, en la nueva situación política nacional, lo que se necesitaba era la designación de un civil para ocupar la Presidencia al término de su mandato”.

Pocos días antes de esa reunión, Calles había traído a Portes Gil de vuelta a Gobernación. Allí despachaba cuando el Congreso lo nombró presidente interino, el 25 de septiembre de 1928, y allí se mantuvo hasta tomar posesión, el 1 de diciembre.

Sin embargo, el verdadero civilismo tardaría aún tres sexenios en llegar. En 1929 fue elegido presidente, en comicios extraordinarios, otro civil, Pascual Ortiz Rubio, quien renunció en 1932, y fue sustituido por Abelardo L. Rodríguez, un militar. En la siguiente elección constitucional, en 1934, ascendió al poder Lázaro Cárdenas, militar también, quien se sacudiría a Calles, enviándolo al exilio en 1936. Y en 1940 tomó posesión el último de los militares revolucionarios, el general Manuel Ávila Camacho.

Éste nombró al gobernador de Veracruz, Miguel Alemán Valdés, hijo del general Miguel Alemán González, como su coordinador de campaña.

En sus Memorias, Gonzalo N. Santos cuenta lo que sucedió cuando Ávila Camacho dejó la Secretaría de la Defensa Nacional, en enero de 1939:

“Ya presenté mi renuncia como secretario”, dijo Ávila Camacho a Santos. “Ya tiene usted luz verde para trabajar en pro de mi candidatura”. Santos le comentó que lo pertinente era formar un comité para impulsarlo. “¿Y a quién ponemos de secretario general?”, preguntó el futuro presidente. “En mi concepto —respondió Santos—, debe usted nombrar al licenciado Miguel Alemán”.

Así como la reunión del hotel Regis de 1925 fue el parteaguas del Maximato, aquella decisión de Ávila Camacho representó el punto de partida de un periodo de dominio de la Secretaría de Gobernación.

En diciembre de 1940, Alemán asumió las riendas de Bucareli y allí formaría un grupo de colaboradores que eventualmente lo acompañarían en su campaña de 1946 y en su periodo presidencial.

Sin embargo, para abrirse paso rumbo al poder, Alemán todavía tuvo que batallar con las aspiraciones presidenciales de Maximino Ávila Camacho, hermano mayor del presidente, quien, como hemos contado en estas entregas, falleció, en febrero de 1945, en circunstancias nunca esclarecidas.

Días antes de su muerte, resignado de no poder suceder a su hermano, Maximino se sinceró con su compadre Santos, a quien el presidente había encargado de que lo convenciera de desistir y aceptar que Alemán se convirtiera en candidato.

“Tu firmeza en este asunto me hace comprender que esto de Alemán es un cochupo hecho, pero te voy a decir una cosa: vas a decirle a mi hermano, y sábetelo tú también, que no voy a lanzar mi candidatura, pero que el facineroso de Miguel Alemán no llegará a la Presidencia de la República (…) yo, personalmente yo, lo voy a dejar muerto a los pies de Manuel y voy a dar un gran sainetón mundial”.

Como se sabe, quien murió fue Maximino, y Miguel Alemán llegó a la Presidencia luego de derrotar, en las elecciones de 1946, al canciller Ezequiel Padilla.

El nuevo presidente colocó en posiciones clave varios personajes que habían estado con él desde sus inicios en la política. Por ejemplo, a su paisano Fernando Casas Alemán, lo puso en la regencia capitalina; a Gabriel Ramos Millán lo hizo senador, y a Héctor Pérez Martínez —su amigo desde tiempos preparatorianos— lo nombró secretario de Gobernación. Sin embargo, muy temprano en su sexenio, Alemán sufrió la pérdida de Pérez Martínez y Ramos Millán. Ambos murieron en un lapso de apenas año y medio. Esas ausencias proyectaron a Casas Alemán hacia la sucesión de 1952, pero las cosas se resolverían de una manera distinta. Por segunda vez consecutiva, el candidato presidencial del PRI —el partido de Estado que gobernaba sin oposición relevante— surgiría de la Secretaría de Gobernación.

El también veracruzano Adolfo Ruiz Cortines llegó a la Secretaría de Gobernación en junio de 1948, luego de la muerte de Pérez Martínez y tras de un breve interregno del subsecretario Ernesto Uruchurtu. El presidente se lo trajo de Veracruz, igual que Ávila Camacho había hecho con él. El movimiento lo hacía regresar a Bucareli, pues ya había sido allí oficial mayor, desde el inicio del gobierno de Ávila Camacho hasta que se fue de candidato a Veracruz, siendo Alemán titular de la dependencia.

A pesar del paisanaje, Alemán y Ruiz Cortines —entre quienes había once años de diferencia— no se habían conocido directamente, sino por la intermediación de Dámaso Cárdenas, hermano del entonces presidente, quien lo recomendó con el regente Cosme Hinojosa. Éste lo hizo oficial mayor del Departamento del Distrito Federal. En ese momento Alemán era magistrado del Tribunal Superior de Justicia capitalino, cargo al que llegó por haber coordinado la campaña de Lázaro Cárdenas en Veracruz.

Era imposible que en ese momento ambos se imaginaran que, tres lustros después, serían los protagonistas de la sucesión presidencial de 1952.

En la campaña de Ávila Camacho, Alemán invitó a Ruiz Cortines como tesorero y luego intercedió para que fuera secretario general de Gobierno de Veracruz, en la administración del gobernador Casas Alemán, durante los primeros diez meses de 1940, antes de que ambos fueran llamados a Bucareli. En la sucesión presidencial de 1952, Ruiz Cortines ganó la carrera a Casas Alemán.

¿Por qué alcanzó Ruiz Cortines la candidatura si siempre había tenido una posición secundaria respecto de Casas Alemán? Sin duda, hubo algo circunstancial, pues pesó la muerte de Pérez Martínez. Pero, una vez al frente de Gobernación, Ruiz Cortines condujo con eficacia la política nacional. Otros factores fueron la muerte del senador Ramos Millán —que dejaron a Alemán sin posibilidad de promover, como aparentemente quería, una sucesión al estilo estadunidense, con un candidato salido del Congreso— y el fracaso del presidente para construir las condiciones de su propia reelección.

Gonzalo N. Santos también relata que fue importante una reunión en casa del expresidente Ávila Camacho, quien apoyaba a Casas Alemán, a la que asistieron él, como gobernador saliente de San Luis Potosí y líder del bloque de mandatarios estatales y Gilberto Flores Muñoz, quien lo relevaría en esa responsabilidad. Ambos, dice Santos en sus Memorias, convencieron a Ávila Camacho de que no pusiera resistencia a la candidatura de Ruiz Cortines. Mientras hablaban, el regente Casas Alemán hacía antesala para ver al expresidente, presenciando la conversación que tenía lugar atrás de una separación de cristal, sin poder escuchar lo que se decía.

Ruiz Cortines conoció a Santos a través de su concuño y jefe, el general Jacinto B. Treviño. Fue el potosino quien intercedió para que el veracruzano llegara a la gubernatura y luego lo apoyó decididamente para que fuera candidato presidencial. A cambio, Santos consiguió que el entonces secretario de Gobernación lo apoyara para que su sucesor en la gubernatura fuera su colaborador Ismael Salas y para que su aliado Ignacio Morones Prieto llegara a la gubernatura de Nuevo León. Sin embargo, esa alianza no terminaría bien, pues Santos se sintió decepcionado cuando el presidente electo le anunció que lo nombraría embajador en Guatemala. Éste lo interpretó como la manera de mandarlo al exilio y lo mandó, literalmente, “a la chingada”.

Por los antecedentes, era obvio suponer que el siguiente secretario de Gobernación, Ángel Carvajal Bernal, veracruzano también, no tendría problemas para suceder a su jefe.

Carvajal había terminado el periodo como gobernador Ruiz Cortines dejó inconcluso cuando Alemán lo nombró secretario de Gobernación.

Maestro en mentir con la verdad, el presidente recomendaba a sus colaboradores estar cerca del secretario de Gobernación porque tenía “mucho porvenir”. Y hacía juegos similares con otros presidenciables, como Gilberto Flores Muñoz. Al final, Ruiz Cortines se decidió por Adolfo López Mateos, quien ocupaba la secretaría del Trabajo.

Cuando éste llegó al poder, designó como secretario de Gobernación a Gustavo Díaz Ordaz.  El poblano había hecho carrera política de la mano de la familia Ávila Camacho. Fue vicerrector de la Universidad de Puebla y secretario general de Gobierno del gobernador Gonzalo Bautista, sucesor de Maximino en el Ejecutivo estatal; presidente del Tribunal Superior de Justicia de la entidad, así como diputado federal y senador por el mismo estado.

Durante el gobierno de Ruiz Cortines, ingresó en la Secretaría de Gobernación, donde fue director de Asuntos Jurídicos y oficial mayor. Como el secretario Ángel Carvajal y el subsecretario Fernando Román Lugo eran enemigos políticos y prácticamente no se hablaban —el guerrerense Román Lugo había sido secretario general de Gobierno de Ruiz Cortines cuando éste fue gobernador de Veracruz—, a Díaz Ordaz le tocaba resolver muchos de los asuntos en Bucareli. Eso hizo que fuera la opción natural para dirigir la secretaría en el nuevo sexenio, además del hecho que ambos, Díaz Ordaz y López Mateos, habían sido compañeros senadores entre 1946 y 1952.

A diferencia de Ruiz Cortines, López Mateos no engañó a nadie en su papel de gran elector. La carrera presidencial de 1964 fue ganada de punta a punta por el secretario de Gobernación Díaz Ordaz. El destape fue un acto sencillo, sin protocolos. Ambos, en la casa presidencial de San Jerónimo, que López Mateos nunca dejó por irse a Los Pinos. Una botella de coñac fino y dos vasos. “Gustavo —le dijo el presidente—, ojalá nunca en la vida nos guardes rencor por el enorme peso que descargaremos en tus hombros”.

Cuando Díaz Ordaz asumió la candidatura, el subsecretario Luis Echeverría se quedó en Bucareli, encargado del despacho. Éste había entrado en la política 18 años atrás, en 1946, de la mano del general Rodolfo Sánchez Taboada, presidente del PRI. Cuando éste fue nombrado secretario de Marina, en 1952, Echeverría lo acompañó como director de Administración.

En entrevista con Jorge Castañeda, para su libro La herencia (1999), Echeverría cuenta que un día su jefe le pidió que fuera a ver al presidente Ruiz Cortines para ocupar una vacante. Y que éste le ordenó que se presentara en la Secretaría de Educación Pública para ser oficial mayor.

Cuando Sánchez Taboada murió, en mayo de 1955, Echeverría se vio obligado a ampliar su red de contactos. Y vaya que lo logró. En La herencia, relata que cuando vino el cambio de gobierno y Díaz Ordaz fue nombrado secretario de Gobernación, éste había pensado en designar como subsecretario a alguno de sus amigos exsenadores. Sin embargo, vino la instrucción del presidente López Mateos de que fuera él. “El 18 de diciembre de 1958, cuando me habla Díaz Ordaz, porque López Mateos pensó en mí, ya no tiene remedio. De repente agarran a un muchacho de subsecretario, el segundo de la Secretaría más importante”.

¿Cómo se ganó Echeverría el favor de López Mateos? Él mismo se lo contó a Castañeda: “El general (Agustín) Olachea (presidente del PRI) tenía acuerdos con el candidato López Mateos y me llevaba a mí (…) yo hacía tarjetitas sobre la gira, sobre los invitados y, en un momento dado en la campaña, dos jóvenes, Rodolfo González Guevara y yo, teníamos la carga del trabajo (…) Me esperaba a la última cena, el último mitin, y, en el hotel, deshecho ya, López Mateos trabajaba con nosotros (…) El caso es que me nombró subsecretario; desde su campaña me dio cancha para trabajar”.

Echeverría fue el primer presidente de la era posrevolucionaria en no haber detentado un cargo de elección popular. Su ascenso se debió al cumplimiento meticuloso de las tareas que sus jefes le encomendaban y un buen instinto para encontrar el siguiente peldaño de la escalera.

Muchos se preguntan, dados los acontecimientos que siguieron a su destape, por qué el presidente habrá pensado en él a la hora de designar a su sucesor. Aunque no hace falta la versión de Díaz Ordaz, que no ha sido publicada, quizá fue por la misma razón por la que Alemán escogió a Ruiz Cortines y López Mateos a Díaz Ordaz: por el control de la política interna y su indudable cercanía con el mandatario en turno.

Cierto, Echeverría se distanciaría de Díaz Ordaz una vez que alcanzó la candidatura, pero —a diferencia de otros presidenciables, que buscaban congraciarse con los estudiantes e intelectuales críticos del gobierno— durante los momentos más difíciles de la agitación de 1968 Echeverría se mantuvo sin flaquear al lado de Díaz Ordaz.

Quizá sea ese el libreto que está siguiendo actualmente Adán Augusto López Hernández mientras corre la carrera presidencial de 2024.

 

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