Cuatro décadas de la catástrofe en Irapuato

La pared de la presa El Conejo cedió y el agua corrió con fuerza a la ciudad, a cuyos habitantes tomó por sorpresa

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Desborde. Por las lluvias, la capacidad de las presas estaba al límite, cuando la pared de una de ellas cedió.
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Recuerdan tragedia. Este domingo el gobierno municipal de Irapuato exhibirá una serie de fotografías de lo ocurrido aquel sábado 18 de agosto de 1973. Ese día, miles de irapuatenses, como pudieron, libraron la corriente de agua que arrastró automóviles, camiones y también a personas. ¿El motivo? Una pared de la presa El Conejo se rompió y el agua se desbordó por las montañas hacia la ciudad.
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25 decesos por la inundación en Irapuato en 1973 fueron corroborados.
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Emergencia. El entonces presidente Luis Echeverría visitó cuatro veces Irapuato, para vigilar la entrega de ayuda.
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Félix Galván López el general pata seca. Se ganó el mote, pues se le acusaba de no haberse mojado los pies.
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Jesús Martín Martínez, titular del Departamento de Historia del Museo de la Ciudad de Irapuato, muestra el Excélsior del 21 de agosto de 1973.
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IRAPUATO, 18 de agosto.— Para muchos irapuatenses se trata únicamente de un recuerdo de museo. Una situación que evoca sólo algunos padres de familia o gente de la tercera edad. Lo cierto es que hace 40 años una avenida de agua proveniente de las montañas de Guanajuato destruyó literalmente esta ciudad.

La tarde del 18 de agosto de 1973 ocurrió lo inesperado. Lo que parecía un pequeño fluir de agua entre las calles terminó por inundarlas, derribando un número indefinido de construcciones, en su mayoría de adobe.

Una serie de tormentas en las zonas altas de la entidad provocó una avenida de agua que tronó literalmente la cortina de la presa El Conejo que, al desbordarse, borró Irapuato.

El agua que corría por la pendiente de la cuenca del noroeste al sureste, buscando el cauce del río Lerma, se topó con el bordo que forma la carretera a Abasolo, agravando la situación y permitiendo que el agua elevara su nivel por encima de la ciudad, propiciando su estancamiento por casi una semana.

La inundación impidió el acceso de casi todo tipo de vehículos terrestres. Sólo algunos camiones y tractores pudieron llegar a la zona de desastre antes que algunas lanchas y pequeñas embarcaciones de rescate.

El problema se agravó por la pasividad de las autoridades de las tres instancias de gobierno, y pocos fueron los periodistas que pudieron dar cuenta del fenómeno.

El fotoperiodista Marcolino Witrago de la Lama narró a Excélsior cómo ocurrió la catástrofe, toda vez que él tomó la única imagen de la ruptura de la cortina de la presa ese 18 de agosto a las 9.30 de la mañana, poco antes de que el agua afectara a la población fresera.

El hombre, hoy de 71 años de edad y con 60 en el oficio, trabajaba en el diario El Sol de Irapuato y recuerda aquellos hechos como de “pánico”.

Al inicio se hablaba de miles de desaparecidos y de cientos de muertos, aunque sólo pudieron documentarse 25 decesos.

“Existe solamente una foto de un muerto y no más. Y esos muertos pudieron evitarse, porque hubo algunos que intentaron ganarle el paso a la corriente sin saber nadar y, bueno, aunque uno supiera nadar, porque me acuerdo que los soldados decían que la corriente iba a más de 80 kilómetros por hora, llevándose a su paso la tierra, piedras, árboles, animales y hasta coches”, describe.

Recordó que esa mañana salió a trabajar bajo el rumor de que las lluvias habían provocado una pared de agua que se dirigía hacia Irapuato lentamente.

“Se corría el rumor de que ahí venía el agua, porque había llovido muy fuerte en las montañas de Guanajuato, pero a nadie le interesó”, evoca.

Según Witrago de la Lama, cada año había una inundación —moderada— cuando llovía en esa zona del estado, y por eso nadie puso atención en algo que ya era usual.

Marcolino Witrago narró que pidió la camioneta del periódico para el que laboraba, para poder llegar hasta la presa de El Conejo. Sin embargo sólo llegó hasta Tepalcates, porque se encontró con que todo estaba inundado.

“La Presa estaba ya a su máxima capacidad, pero lo que no supo la gente de Irapuato es que el agua comenzó a salirse de la presa alrededor de las tres de la mañana porque aguas arriba se desbordaron las presas de La Gavia y de La Llave, y nadie sospechó siquiera lo que iba a ocurrir.”

El fotoperiodista dijo que aún faltaban tres kilómetros para llegar a la cortina de la presa y la camioneta no podía avanzar más. Pero para su fortuna pasó un motociclista que lo llevó hasta la zona que el agua estaba colapsando.

“Y le pregunté a un campesino si el agua llegaría a Irapuato. Pero me contestó que el agua iba ya en camino, y que llegaría a la una de la tarde, cuando en ese momento eran como las 9:30 de la mañana”, refirió Witrago, quien agregó que de la presa El Conejo a la ciudad de Irapuato, existen al menos siete kilómetros.

La inundación acabó con toda la ciudad, incluido el centro histórico de Irapuato, donde solamente algunos edificios construidos con cantera, como las iglesias, quedaron en pie. La mayoría de las viviendas, edificadas en adobe, se vinieron abajo.

Automóviles, camiones y hasta enormes tanques de combustibles, rodaron por las calles.

“Cuando regresé me di cuenta de que mi casa estaba bajo el agua. Mi familia pudo escapar gracias a unos vecinos. Y lo impactante es que el agua seguía subiendo”, refirió el fotógrafo que nunca recibió un solo reconocimiento por su labor en medio del caos. Ni su empresa ni las autoridades, nadie recordó su quehacer.

Y aunque los hospitales permanecían totalmente inservibles, tampoco se tiene registro de que la inundación haya provocado la muerte de enfermos en urgencia.

Alrededor de las 13:00 horas, las calles de Irapuato comenzaron a mojarse. Tres horas después la ciudad estaba bajo el agua. Conforme subía el nivel del líquido la gente buscaba refugio en las azoteas, y no todas estaban firmes, pues muchas se colapsaron.

Familias enteras se resguardaban en los puntos altos, pero poco a poco se daban cuenta de que los víveres comenzaban a terminarse. Primero la comida, luego el agua, algunos se enfermaban por tomar agua de la que inundaba la ciudad.

Había miedo y desesperación porque no había ayuda, recordó el periodista irapuatense.

Nadie hizo nada

Mientras Irapuato se ahogaba en zonas con hasta tres metros de agua, ninguna instancia de gobierno hacía nada. Pasaron días antes de que alguna autoridad atendiera la emergencia.

El gobernador de Guanajuato de ese tiempo, el priista Manuel M. Moreno, no solicitó la declaratoria de emergencia.

Y es que tanto los empleados de gobierno como los efectivos de la zona militar de Irapuato censuraban a los periodistas y negaban la información sobre lo ocurrido.

Todo bajo las órdenes del general Félix Galván, en ese entonces jefe de ese sector y tres años después, secretario de la Defensa Nacional con José López Portillo.

“A ese general le decían El Pata Seca, porque nunca se mojó los pies. Andaba impecable él. Ante la tragedia andaba elegantemente vestido de militar, con sus botas relucientes. Y le pusieron así: El Pata Seca. Nunca hizo nada por los guanajuatenses, y eso que era del Valle de Santiago.

“Ya después mandó a los soldados a ayudar, pero tuvo que ser por órdenes del presidente (Luis) Echeverría”, reflexionó el fotoperiodista Marcolino Witrago.

La gravedad de la inundación obligó al entonces presidente Luis Echeverría Álvarez a visitar Irapuato cuatro veces, con el fin de atestiguar la ayuda a los damnificados. Su primera visita fue el 22 de agosto, acompañado de cinco secretarios de estado, incluida la primera dama y titular del DIF, María Esther Zuno de Echeverría.

La inundación devoró todo

Testigos de aquella época recuerdan cómo las familias sobrevivieron a la devastación

El episodio de la gran inundación de Irapuato hace 40 años tiene un mar de testimonios e historias.

Jesús Martín Martínez Hidalgo, titular del Departamento de Historia del Museo de la Ciudad de Irapuato, narró cómo su familia sobrevivió a la inundación, incluso padeciendo por días el hambre y la sed.

En 1973 él tenía apenas siete años de edad. Pero sus recuerdos son vívidos porque padeció la catástrofe junto con toda su familia.

Jesús Martín Martínez vivía en la esquina que forman las calles de Guadalajara y Jalapa, en la colonia Miguel Hidalgo, al poniente de la ciudad.

Su casa estaba construida con adobe y cartón, y solamente dos habitaciones estaban construidas con ladrillos y concreto.

“Y me acuerdo que cuando comenzó a llegar el agua nos espantamos, pero cuando comenzó a subir su nivel, fue una experiencia muy amarga. Y fue en esos cuartos a donde nos pudimos subir para salvarnos”.

Fueron 15 personas las que subieron al techo de esos cuartos. El resto de la casa se desmoronó con el paso del agua.

“Nos tocó ver cómo iba subiendo y subiendo el nivel, y lo impresionante de ver cómo la casa se derrumbaba ante la cantidad y la fuerza del agua que pasaba”, recuerda.

Martínez Hidalgo aseguró que, en sus recuerdos de niño, le impresionó ver cómo animales eran arrastrados por la corriente, entre ellos dos cerdos.

El miedo aumentó cuando por la noche comenzó a llover. “Teníamos miedo, agua arriba y agua abajo. Y recuerdo que el agua se tomaba de la corriente, la filtrábamos y la hervíamos. Y comíamos galletas y pastas con el agua hervida”.

Así, su familia permaneció aislada al menos tres días.

Jesús Martín Martínez Hidalgo encontró en el archivo el número de Excélsior que refiere la catástrofe del Bajío.

La secretaria del Ayuntamiento de Irapuato, Lorena Alfaro, era una recién nacida cuando ocurrió la inundación.

Ella nació el 11 de agosto de 1973, tenía una semana de nacida y sus abuelos tuvieron que utilizar un tractor para llegar a la casa de su madre y salvarlas.

Ella estaba con su madre, en la casa de su abuela en la colonia Moderna, en el centro de la ciudad, y de pronto el agua ya había cubierto todo el primer piso.

“Afortunadamente mi abuelo fue a recogernos en un tractor. Y mi abuela no se quiso salir. Ella se quedó ahí hasta que pasó toda la tragedia”, rememora.

Así, el tractor las logró llevar hasta la colonia San Pedro, a donde el agua no llegó más que a cubrir la banqueta de la calle.

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