Salsabor: consejos ‘espirituales’ para bailar
Conoce los beneficios de la danza, así como el proceso de socialización que representa hoy en día
CIUDAD DE MÉXICO.
Los médicos recomiendan a los adultos mayores mantenerse ocupados todo el tiempo, realizando actividades cognitivas con regularidad y, si éstas están acompañadas de ejercicio físico, ¡qué mejor!, con el fin de disminuir las posibilidades de contraer padecimientos que clausuren temporal o permanentemente nuestra memoria, como el Alzhéimer.
Entre las actividades por las que pueden optar los adultos están: leer mucho, aprender a tocar un instrumento musical y comprender sus partituras, hacer ejercicio, platicar lo más que se pueda, soltar una buena carcajada al menos una vez al día; pero hay que ponernos a meditar un momento, y veremos que no necesitamos ser unos decrépitos y venerables ancianos para realizar dichas actividades. Entre más jóvenes y más tareas placenteras nos mantengan atareados, excelente.
Estudios realizados por una asociación académica internacional que opera en varios continentes, la Scholarly Publishing and Academic Resources Coalition (SPARC), destacó los beneficios que trae consigo el bailar: la acción física, resultado de sacudirte de manera rápida, pero coordinada, promueve la conectividad de la mente; el bailar es una encomienda para personas propensas a enfermedades cardiovasculares —tampoco hay que abusar, no te vaya a dar un paro cardiaco.
Oiga mi gente yo bailo salsa, bailando salsa papá me hizo, cantando salsa me elevo al cielo, porque sin salsa no hay paraíso. Cuando en la radio yo escucho salsa, yo me emociono y hasta me erizo, y para encender la fiesta, ¡yo!, espero el punto preciso…”
Además, estimula la pérdida de peso; te provee de energía; mejora tu fuerza, flexibilidad y resistencia; elimina la depresión y el estrés; aumenta la seguridad, confianza y autoestima; desarrolla habilidades mentales y sociales; y, según el New England Journal of Medicine, mejora la memoria y ayuda a disminuir las probabilidades de que el Alzhéimer se apodere de ti.
Ahora, para un servidor —melómano-soberana-e-irremediablemente-salsero— le gustaría compartir contigo, estimado lector, el proceso de evolución musical de la que fue orgullosa víctima, y que bautizó como El Proceso de «Su Majestad la Rumba»: en honor a la obra homónima de la cubana Celia Cruz.
Antes que nada, debemos comprender que la música salsa y sus derivados son obras de naciones tropicales, dueñas de un edén de recursos naturales cuasi inagotables, habitadas por personas de piel cobriza y negra, descendientes de cautivos africanos, campechaneados con nativos y europeos. América y el Caribe fueron cuna y hogar. Traían arrastrando consigo costumbres y corrientes filosóficas muy diversas sobre la vida que, lamentablemente, se juntaron para dar lugar, en un aproximado de trescientos años, a una prolongación de «un pesar profundo, entre las penas sin nombre, la esclavitud de los hombres, es la gran pena del mundo» —de nuevo, la Reina de la Salsa, en Canoero.
Regresando: El Proceso de «Su Majestad la Rumba» tiene una singular manera de absorber y devolver tus energías, de manera concomitante.
Es común, en caso de no ser un empecinado oyente de salsa, creer que a veces dicho género no cuenta con los estímulos necesarios para hacerte sacudir las nylon.
Lo que sucede es que todavía no hemos aprendido a leer con los oídos la música. Si escuchas detenidamente, caerás en la cuenta de que las percusiones son las encargadas de hacerte menear de las caderas pa´ bajo; los acordes saltarines del piano, te guían el sendero de los pies; la trompeta te hace enloquecer con sus aberrantes chillidos: como que pide auxilio; las varas deslizantes del grave trombón te exhortan a un empuja-trae-empuja-trae de tu pareja; el saxofón te dota de la sensualidad necesaria para que tu par lo note a través de los labios que se muerden, de los ojos que se retan, del cuerpo que suda caliente y se roza; de las manos que encajan, se amarran, se sueltan, para después regresar y recomenzar el ciclo; la voz del o la cantante te dicen lo que los instrumentos no pueden: «para cantar con esta gente/hay que tener/sabor y sentimiento» —Héctor Lavoe, Siento.
Mi salsa está en todas partes: la baila el chino, también el suizo. Que Dios bendiga la salsa, porque sin salsa no hay paraíso (…) Mi madrina es la salsa…, y mi padrino es el ritmo (...) Rumba, rumba, rumba, rumba con rumba fue mi bautizo... Que yo la canto desde jovencito…
Una vez que despiertes el oído, verás —o más bien escucharás— que no hay ningún acorde, nota o golpe de más: todo ya fue analizado, creado, desarrollado y concebido, para llegar a su paradero final que es el bar, la fiesta, la pista de baile.
— Es que yo tengo dos pies izquierdos.
La clásica y aburrida justificación de todo personaje-fiestero-análogo que se derrite por morirse embarrado en salsa, pero que no se para por pánico a quedar en ridículo: aprende que más ridículo te ves zapateando por debajo de la mesa, tamborileando con los dedos sobre la mesa, en una inepta sustitución del bongó, y ladeando la mirada, mientras ves volar la falda de la mujer a la que ya le echaste el ojo, sin poder saber qué se esconde debajo —pero bien que lo imaginas—: y seguirás ideándolo si sólo te dedicas a babosear piernas y figuras desde el anonimato de «la mesa del rincón» —Los Tigres del Norte: ¡variedad, señores!
Tampoco creas que la salsa tiene que ser violenta en todo momento: existen obras musicales que bien tienen una vibra lenta, pero tan cadenciosa, que cada deslizamiento, lento e inteligente, te irá acercando poco a poco a tu kinestésica interlocutora o interlocutor. No sabrás en qué momento sus labios quedaron tan cerca de los tuyos, y ahora hueles su aliento y respiración, le sostienes la mirada y, tu mano, ya entrada en confianza, agarra recio la cintura, mientras mueves ondulantemente el brazo, a fin de que el efecto se contagie a la parte media de su tan anhelado cuerpo.
Olvídate de una vez por todas de las indicaciones del profesor de salsa, de su ¡uno, dos; uno dos; uno, dos, treeees y cuaatro!: la salsa no se enseña, sólo se aprende. Lo único que tienes que hacer —o si no que me parta un mal rayo— es dejarte llevar: como cuando echabas mentirita inocente y decías a la novia que sólo la puntita. Ponerte en los zapatos del músico: él toca porque te quiere ver bailar, no porque te quiera ver como una masa inerte:
Si no hay una orquesta, si no hay una banda, ¡y si el pueblo no la canta ni la baila! (…) Esto es internacional, mundial, y a la gente le encanta. Que el mundo entero baile esta salsa, «Porque sin Salsa no hay Paraíso». El Gran Combo de Puerto Rico.
México es un país consumidor de salsa, aunque poco productor; pero ello no quiere decir que no tengamos el sabor necesario para crearla y mucho menos para bailarla; recuerda que «y hasta parece/que estoy en La Habana,/cuando bailando veo una mexicana;/no hay que olvidar que México y La Habana/son dos ciudades, que son como hermanas,/para reír y cantar» —Benny More, Bonito y sabroso.
Está de más decir que si bailas —aunque lo hagas nefastamente, pero te animes— tienes más posibilidades de conseguir una cita después de terminado el concierto; cabe destacar que, aseguran expertos, las personas que saben bailar, también hacen mejor el amor, fundamentado en que las relaciones sexuales son un juego de maniobras físicas que exigen flexibilidad, velocidad, condición, seducción…, la misma calentura que tiras en la pista reincidirá en la cama, vaya. Bailar es un verdadero proceso de socialización.
Una vez que en los bares de música viva de la Ciudad de México te hayas curtido, podrás viajar a los países candentes por antonomasia: Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia y, con un enfoque un poco distinto pero no por ello menos seductor, Brasil.
Pero el día que quieras ir a la meca de la salsa, cuando creas que necesitas otro nivel, acariciar el cielo, trepado sobre las nubes, prepotente, altivo, pudiente del sabor y como todo un verdadero galán de telenovela, es tu deber ir a un lugar donde todas —o al menos la mayoría— de las leyendas salseras han desfilado; en donde las naciones de piel morena se encuentran, se calan, se topan y resbalan, para gritar y demostrar que, donde sea que haya latinos, se puede llevar a Latinoamérica entera a cualquier parte del mundo sin más necesidad que tener una buena orquesta: Nueva York.
Ese será tu examen final. Tu graduación. Tu post-doctorado.
Allí hallarás la salsa dura, la salsa gorda, la salsa violenta, grosera, la salsa majadera, la salsa brava, la salsa impertinente y penitente, la que duele sabroso, la pecadora, la salsa que se sufre, la salsa que se llora, la salsa que se goza, que te besa, te golpea, cachetea y pisotea.
Cuando toleres esa salsa, serás capaz de decir —humildemente, cabe destacarlo; porque sorprendes más cuando utilizas a la gente de trapeador en la pista que sólo andar pregonando que sabes bailar—: «Yo soy la candela brava: y aunque el mundo quiera apagarme a mí, ¡oye!, a mí ni el agua me apaga» — Pupy y Los Que Son Son, Aquí se enciende La Candela.
Tú decides… ¿Bailas?
edd
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