Nuestro buen papa Francisco
Es un buen viejo sonriente deseando no a la chita, callando la evolución al fin de la Iglesia anquilosada.
Hace mucho quiero escribir un artículo sobre las humillaciones. No son muchas en mi autobiografía que tanta lata dan mis amigos que escriba, pero de cualquier modo es muy doloroso recordarlas siempre y cuando séase sincero en cada una. Yo sé que habrá quien niegue siquiera algo parecido; es que las heridas lacerantes son tan de tercer grado… pero mientras junto valentías, se me antoja mucho escribir alrededor de ese personaje increíble en nuestro tiempo y no obstante cercano como alguien platicado en un cuento infantil, inexistente precisamente por lo humano y lleno de misericordia. El papa Francisco, a quien nadie como yo, provinciana de a tiro, habría querido entrevistar tantísimo como a Churchill o a uno de los Beatles. Personaje lejano, sentado en su trono de oro y con cruces atiborradas de piedras preciosas. No está así mi Papa de hoy; por el contrario, le ha dado por ser asombrosamente humilde, al grado de no querer dormir en los regios aposentos televisivos de sus antecesores y aceptar una cama como la tuya o la mía en un cuarto de una casa de campo donde el lujo es el amanecer y el trino de los pájaros. Desayuna y come en mesa sencilla de palo con tazones de leche y miel y panes calientitos que le hacen las monjas honradas con tal misión, y al lado de las cuales se sienta a medio día a yantar las viandas de una comunidad nacida para servir y rezar. Eso es lo que él desea, amén de aliviar tanta maldad, interés, engaño, soberbia y desdenes a los cuales estamos acostumbrados los hombres del siglo XXI.
En mi pedacito de artículo se me antoja tanto enumerar los males que lo amenazan, como los que cegaron la sagrada vida del santo Juan XXIII. Francisco no quiso lujos del papado, zapatos exquisitos, tapados de pieles, anillos fastuosos, gente inclinada ante él. No tengo espacio del horror que lo circunda y da a conocer mi colega Roberto Blancarte. Que el Papa anterior renunció al papado porque lo querían matar. El Opus Dei, la Masonería. De que pueden ser chismes de pueblo, conjeturas exaltadas, etcétera, es una verdad de a kilo, pero que los círculos mafiosos de derecha, conservaduristas, son poderosos, ni hablar… ya me imagino lo que piensan de ese sacerdote jesuita gordo, calmo de paso, sonriente, como tío nuestro de Salvatierra llegando a visitarnos en la capital del estado, gordo y campechano gritando desde el zaguán que ya había llegado a platicar en voz alta con nuestros padres, tomarse el tequilita, comer a ropajes sueltos y dejarnos en la casa, los corredores de pájaros, los corrales, el establo de la vaca y el caballo, y el huerto de las rosas y las azucenas, una enorme nostalgia haciéndonos conscientes del tedio en el que vivíamos sin el vozarrón del tío generoso que dejaba detrás de sí huacales de mangos y de peras, un atado de barbacoa y muchos dulces de cocoa para que no nos olvidáramos de él.
Eso es nuestro papa Francisco, un buen viejo sonriente deseando no a la chita, callando la evolución al fin de la Iglesia anquilosada y que a todo dice que no como en la suave penumbra de las recámaras y las salas donde la religión es de dedos admonitores, amenazas y felicidades inexistentes, que para eso tendremos el cielo “si nos portamos bien”. No se crean, yo también, estrujada, pienso que no lo vayan a matar…
*Escritora y periodista
