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La caída del muro no fue el fin de la historia

Fernando Belaunzarán

Fernando Belaunzarán

El acontecimiento de hace treinta años fue telúrico y no era para menos. Se cerraba una época geopolítica de cuatro décadas, conocida como Guerra Fría, con la debacle del llamado socialismo real, iniciado por la Revolución Rusa en 1917, por el que millones dieron la vida.

La celebración por el término de regímenes opresores se confundió con el triunfalismo de quienes sostenían que la democracia liberal era el destino manifiesto de la humanidad. Hoy vemos que estaban equivocados.

El politólogo Francis Fukuyama se aventuró a declarar el “fin de la Historia”, considerando que la síntesis hegeleana se cumplía con las democracias forjadas en la contradicción con el sistema rival. No pocas dictaduras establecidas al fragor de la confrontación Este vs. Oeste se habían o estaban desmantelándose, lo que alentaba el optimismo liberal.

Los nacionalismos y guerras étnicas en la antigua Yugoslavia empezaron a aguar la fiesta, el levantamiento indígena en México hizo a muchos reflexionar sobre la vulnerabilidad del desarrollo excluyente y los globalifóbicos mostraron un germinal y proteica indignación, pero es hasta este siglo cuando las democracias se baten en retirada y los valores liberales se ven depreciados por sociedades que encumbran a líderes populistas de izquierda o derecha que exaltan fobias que las escinden y trabajan desde el poder para impedir la alternancia, mediante el control y uso faccioso de las instituciones del Estado.

No basta señalar defectos y excesos de los regímenes populistas para revertir el desencanto democrático.
La demagogia encuentra campo fértil en el extendido malestar de nuestro tiempo, saben a quién culpar de los problemas atizando miedos y mantienen a sus bases en tensión.
El discurso beligerante hace de la polarización epopeya, denuncia a un enemigo poderoso, causante de males, cuya imperiosa necesidad de derrotar requiere de poderes extraordinarios que sirven para enfrentar adversarios políticos.

Inclusión, respeto, tolerancia, pluralidad, diálogo entre distintos dejan de cultivarse y lo que prevalece es una guerra ideológica en donde el otro es la calamidad, el causante de la ruina pasada y el enemigo a destruir para que la patria renazca.
Mientras la democracia demanda que los adversarios reconozcan su mutua legitimidad, pues el gobernante sabe que también representa a las minorías y debe incorporarlas, admitiendo que el opositor puede estar en el poder, el populismo actual ve cualquier concesión como abdicación del proyecto redentor.

Vuelve el pensamiento único, pero no dogmático y doctrinal, sino caudillista. El líder nunca deja de tener la razón, aunque se contradiga todos los días.
Los guardianes de la ortodoxia vigilan la lealtad, entendida como incondicionalidad. En eso es muy similar al hiperpresidencialismo del México posrevolucionario y a otros regímenes que cultivaron el culto a la personalidad.

La caída del Muro de Berlín significó la derrota de un proyecto de emancipación deformado por las élites burocráticas, al grado de convertirse en lo opuesto a los ideales que lo inspiraron. Pero como bien alertó el filósofo Adolfo Sánchez Vázquez en aquel Encuentro Vuelta que analizó sus implicaciones, el fin del socialismo real no libraba al capitalismo de sus fallas ni lo embellecía.

La indignación que favorece el triunfo electoral de opciones populistas tiene que ver, al menos en parte, con la incapacidad mostrada por la democracia liberal para enfrentar y resolver problemas derivados de la concentración de la riqueza, la desigualdad y la falta de oportunidades tras la caída en desgracia del “Estado benefactor” socialdemócrata.
La molestia social está tomando caminos que pensábamos superados, fortaleciendo extremismos y dando pie a gobiernos autoritarios.

Si queremos que la democracia vuelva a entusiasmar, sacar multitudes a las calles y se valoren derechos y libertades que tanto costaron conquistar y hoy peligran si no es que ya se perdieron, entonces debe ser también una herramienta para la justicia.
Dependerá de lo que hagamos los preocupados por el retroceso iliberal. Hoy ya sabemos que en la historia no hay nada escrito.

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