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Murió 'el secreto mejor guardado, el poema que camina'

La escultora, pintora y poeta británica, Leonora Carrinton, quien hizo de México su refugio, murió a los 94 años. Es el fin del surrealismo

Luis Carlos Sánchez | 27-05-2011

CIUDAD DE MÉXICO, 27 de mayo.- Leonora Carrington apenas había llegado a México. En uno de sus primeros recorridos para conocer la ciudad vio un hombre desnudo en la Alameda Central, era uno de esos tantos indigentes que ahí habitan. La primera reacción de la artista no contradijo la manera como vivió durante los últimos 70 años aquí. “En este país sí me voy a divertir, este es un país surrealista”, dijo.

La anécdota la recuerda su amiga Silvia Sacal. Desde su llegada al país en 1942, Carrington hizo de la capital mexicana su refugio, ese territorio donde nunca dejó de crear, pero en el que tampoco quiso llamar la atención, sino vivir de manera cautelosa, como esa “mujer muy secreta, muy discreta” que recuerda Elena Poniatowska, quien la frecuentó durante sus últimos años para escribir su biografía novelada Leonora, ganadora este año del Premio Biblioteca Breve de Novela.

En la calle, la presencia de Leonora fue una constante. Su obra ocupó en múltiples ocasiones edificios y andadores, como la exposición Leonora Carrington en la Ciudad de México, que mostró sus esculturas sobre Paseo de la Reforma, o la escultura Cocodrilo, que fue trasladada de Chapultepec a esa misma avenida, donde aún puede admirarse. Fuera de ahí, el mundo de la artista habitaba otro mundo en una vieja casa de la calle de Chihuahua, en la colonia Roma.

Ahí, Leonora fue “uno de los secretos mejor guardados de México”, como la calificó el director de cine Javier Martín-Domínguez en un reportaje aparecido en el periódico español El País, a propósito de un documental sobre la artista. Ahí vivió Leonora junto con Yolanda, la mujer que le asistía en las labores domésticas, pero también junto a la jacaranda que ella misma plantó en el patio.

Espíritu rebelde

Carrington nació en el seno de una familia de fabricantes textiles de Lancashire, Reino Unido, en 1917. Fue la única mujer de cuatro hermanos. Antes de estudiar arte pasó por varias escuelas religiosas de donde sería expulsada debido a su espíritu rebelde. En una cena a la que le invitó Ursula Goldfinger conoció a Max Ernst, con quien escapó a París y comenzaría no sólo una aventura amorosa, sino también artística.

Del surrealismo, ese movimiento del que ahora con su muerte la han llamado su última exponente, Carrington ya tenía conocimiento. El acercamiento con Ernst surgió de su interés en la técnica del frotagge, que los surrealistas usaban. Las novedosas aplicaciones que Tristan Tzara, Giorgio de Chirico, André Breton o Salvador Dalí experimentaban no sólo serían lo único con lo que la artista se quedó, pues el estilo bucólico y fantástico del surrealismo se apoderó también de su espíritu.

En 1939, Ernst fue capturado por los nazis en Marsella y recluido en un campo de concentración de donde Leonora consiguió liberarlo. Un año después, sin embargo, volvió a ser apresado y la artista se vio obligada a huir hacia España, donde sufrió un colapso nervioso que la llevó a una clínica siquiátrica de Santander. Huyendo del encierro pidió asilo en la embajada mexicana, que obtuvo gracias a la intervención de Renato Leduc, a quien conocía por su amistad con Picasso.

Con Leduc contrajo matrimonio y viajó a Nueva York, de donde partió a México a desarrollar su actividad pictórica junto a los surrealistas echados por la guerra. También escribió su primera obra, Down Below, sobre su experiencia en el siquiátrico.

Luego de su divorcio con Leduc conoció, a través de Remedios Varo, al fotógrafo Imre Weisz. Se casaron en 1946. Ese mismo año nació su hijo Gabriel y un año después Pablo. Leonora Carrington nunca más dejaría México.

Siempre romana

Detrás de su zaguán, el mundo de Carrington germinó. A la par de su trabajo artístico, Leonora vivió intensamente. Desde ese punto, su pequeño cuerpo salía a dar paseos por las calles de la colonia Roma “que ella adoraba”, o se dirigía a realizar las compras para surtir la alacena. Ahí recibía también a sus amigos y muy pocas veces a los periodistas, porque “no le gustaban y se sentía muy agredida por nosotros los reporteros”, como afirma Poniatowska.

En esa casa ofrecía un tequila o té a sus visitantes; también fumó sus últimos cigarros a pesar de la contrariedad que provocaba en sus hijos. Desde ahí tomó un día el teléfono y llamó al arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, a quien le pidió que le enseñara el Templo Mayor.

Cuando ella llegó a las ruinas del antiguo centro ceremonial, recuerda Matos, “le dije que yo no le diría nada. Estábamos frente a dos esculturas de Mictlantecuhtli (el señor del inframundo). En medio del ambiente oscuro del lugar, Leonora me dijo: ‘Creo que me he reconciliado con la muerte’”.

Carrington ordenó un sepelio discreto

Sin querer llamar la atención, Leonora Carrington quiso despedirse de este mundo. Antes de morir, la artista de 94 años le hizo prometer a su nuera Martha Patricia Weisz que no permitiría que se le hiciera un homenaje de cuerpo presente. La noticia de su fallecimiento también quiso ser guardada en secreto por la familia, pero la admiración que despertó en vida no lo permitió.

Los ojos de Leonora se cerraron por última vez el miércoles por la noche. Por la mañana, la artista había sido hospitalizada debido a una pulmonía, a las 10:37 de la noche su vida se extinguió. “La última surrealista” fue velada en una funeraria del sur de la Ciudad de México.

A las once de la mañana, Patricia Weisz, acompañada de Silvia Sacal y Raquel Chamlati, ofreció una conferencia de prensa, que se repitió una hora más tarde, para informar a los medios de comunicación que la familia prefería vivir su luto en privado. “Ella me hizo prometerle que no íbamos a permitir un homenaje de cuerpo presente y así lo va a cumplir la familia y también su deseo de ser enterrada en el Panteón Británico”, dijo Weisz.

El Conaculta informó que este sábado, a las 13:00 horas, se rendirá un homenaje a la artista. En la explanada del Palacio de Bellas Artes, dijo, se colocarán algunas de sus esculturas y en los próximos días se definirá el programa que se seguirá.

Raquel Chamlati, amiga de la pintora desde hace 20 años, dijo que Leonora no dejó de trabajar nunca. “Todavía estuvo trabajando ceras hasta hace un mes, era incansable.  Seguía trabajando en escultura y joyería, llegaba a los talleres, ponía, quitaba, ella sabía su trabajo perfectamente”.

Después, llegó el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, quien se refirió a la artista como “una extraordinaria persona, nos queda la presencia de lo que ella fue, es una mujer que mostró en su arte la presencia de lo que ella fue, es una pérdida enorme y es una tristeza”.

Más tarde arribó al lugar Elena Poniatowska, quien vio a Carrington por última vez un mes atrás: “Me deja la impresión de una mujer de una inteligencia extraordinaria, fuera de lo común, con un sentido del humor fuera de lo común y una mujer muy valiente. Nos vimos hace casi un mes”.

Casi a la una de la tarde, la carroza con el ataúd de la artista salió de la funeraria. Junto a una comitiva de autos, enfiló por el Periférico hasta llegar a la zona de Cuatro Caminos y perfilarse al Panteón Británico. Una vez en el lugar, sólo los familiares accedieron. Entrelazados, los hijos de Carrington Pablo y Gabriel, con sus respectivas esposas avanzaron lentamente, con la cabeza baja, detrás de la carroza que condujo los restos de su madre a su última morada.

Por la tarde, la UNAM y la embajada británica externaron sus condolencias. “Carrington fue una dama inglesa con un talento extraordinario y una personalidad vibrante. Fue, tal vez, la última integrante del destacado círculo de artistas europeos surrealistas, quienes se establecieron en México después de la Segunda Guerra Mundial. Se le extrañará enormemente. Mis condolencias para su familia”, dijo Judith Macgregor, embajadora del Reino Unido en México.

Del brazo de Leduc

En una “carcachita” llegó Leonora Carrington a México. Acompañada por el poeta Renato Leduc, con quien había contraído matrimonio en España para salir de Europa, la artista arribó al país que quiso convertir en su segunda patria.

El periodista Joel Hernández Santiago, amigo de Leduc y de quien escribió una biografía, recuerda que el mismo poeta le contó que a su llegada a México, se instaló junto a la artista en un pequeño departamento localizado atrás del edificio de la Lotería Nacional. 

“Ella se enojaba porque la dejaba sola todo el tiempo (cuando iba a conseguir trabajo) y se la pasaba solita en el café Los Pericos (ubicado en la misma colonia Tabacalera)”. Renato Leduc y Leonora Carrignton se habían casado en España huyendo del terror nazi, sólo a través del matrimonio, recuerda, “fue posible su salida”.

En barco salieron vía Marruecos y llegaron a Nueva York. Ahí Leduc consiguió dinero suficiente para comprar un pequeño y viejo automóvil en el que viajó con Carrington, con quien vivió sólo dos años, antes de que ella se enamorara de Chiqui Weisz, el padre de sus hijos Pablo y Gabriel.

Tras divorciarse, agrega Hernández Santiago, Leduc y Carrington siguieron viéndose esporádicamente, “ella lo invitaba a sus exposiciones”, pues sólo habían tenido una relación amistosa que no se rompió.

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