México: “error de estilo”

Cualquier asunto de plagio es grave. A cuántas personas les ha costado su carrera en México y en el mundo, más en el mundo que en México. Sealtiel Alatriste salió de la UNAM por una acusación de este tipo. Y regresó el Premio Xavier Villaurrutia, que recibió en la ...

Cualquier asunto de plagio es grave. A cuántas personas les ha costado su carrera (en México y en el mundo, más en el mundo que en México). Sealtiel Alatriste salió de la UNAM por una acusación de este tipo. Y regresó el Premio Xavier Villaurrutia, que recibió en la coyuntura del escándalo. Lamentablemente, hay miles de seres humanos con más ambición pragmática que ambición creativa, con más prisa que empeño, con más gorra que garra, con más hambre que ética y profesionalismo.

El plagio es un asunto de ética. De esos contra los que tendría que prevenirse en casa y en el aula, de esos que construyen identidad y solidez: en los individuos y en las sociedades. Lamentablemente, el plagio es uno de esos temas que se tiende a minimizar porque así le conviene a gruesos sectores de la sociedad (particularmente, las latinoamericanas). Mucho se ha debatido de la investigación de Carmen Aristegui sobre la tesis de licenciatura de Enrique Peña Nieto: el 29% de la misma sería copiada (y no a manera de citas textuales con referencia al pie de página) de las obras de distintos autores. Lo curioso fue los términos de la condena en las redes sociales: un sector de la sociedad exigiendo la renuncia (como en el caso del presidente de Hungría) y otro sector condenando a la periodista porque la expectativa generada “no correspondía” con lo presentado. En todo caso: un debate que nos retrata como país. Le cuento por qué: tuiteé, textual, que esto pasa en el país en el que la mayoría de las personas compra piratería y se roba la luz y a muchos les pareció que ésta era una “defensa” de Peña. Muchísimos tuiteros me recordaron mi árbol genealógico porque “no son delitos comparables”. Sorry: la trampa es la trampa, en cualquiera de sus presentaciones. Y mientras esa doble moral tan mexicana persista nos será imposible una verdadera reconstrucción ética en el país. Porque vemos el tema a conveniencia: como algo inadmisible cuando lo comete un adversario, pero encontramos justificación cuando se trata de aquél en que incurre un amigo o nosotros mismos. Por eso somos un país que consume piratería, por eso decimos que es astucia cuando le ponemos un diablito al medidor de luz o cuando le robamos el wifi al vecino.

Es lo triste de vivir en un país donde el pecado es pecado si se trata del enemigo. Somos un país de tramposos. Y el primer paso para sacudirnos esta conceptualización extraña de la ética (en los bueyes de mi compadre) es dejar de ver como normal a la transa cuando somos nosotros quienes la cometemos y escandalizarnos sólo cuando se trata del vecino. Porque entonces el “error de estilo” que dijo Presidencia que cometió EPN en su tesis termina siendo el “error de estilo” que justifica la incomprensible #3de3 de López Obrador. O un “error de estilo” que  los maestros de la CNTE dejen sin clases a miles de niños, pero cobren su salario íntegro mientras desquician a varias decenas de ciudades. Nada de esto es un “error de estilo”: es una forma de desentenderse de la ética más elemental que debe dar sentido a todo pacto social. Por supuesto que es imperdonable un plagio; por supuesto que debe ser imperdonable una mordida.

México está urgido de una reconstrucción ética, un valor que forma parte del comportamiento humano desde que las civilizaciones antiguas (como la griega o la romana) se dedicaron a entender cómo demonios podríamos vivir en sociedad y no como los bárbaros. Y esta reconstrucción vendrá sólo cuando apliquemos el mismo rasero a todos los actores, no sólo cuando nos conviene o a quien nos incomoda, nos enoja o consideramos incómodo adversario. Porque hasta que el mismo tablero, con las mismas reglas y los mismos premios y castigos apliquen para todos (hasta que vivamos en un Estado de derecho y no en un “estado de chueco”) podremos contar con la suficiente autoridad moral para que aquél que la debe la pague. Mientras tanto, todos estamos en una triste y dolorosa pantomima.

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