Todo se olvida demasiado pronto
A mi Pilar. Todo pasa demasiado rápido; todo se olvida demasiado pronto. La mañanera ha funcionado, y el embate al Poder Judicial sobrepasó el escándalo de la condecoración militar de la semana pasada, que a su vez opacó la visita del secretario de Estado ...
A mi Pilar.
Todo pasa demasiado rápido; todo se olvida demasiado pronto. La mañanera ha funcionado, y el embate al Poder Judicial sobrepasó el escándalo de la condecoración militar de la semana pasada, que a su vez opacó la visita del secretario de Estado norteamericano, que había quitado reflectores a las protestas por el 2 de octubre y el aniversario de Ayotzinapa: así llevamos cinco años.
Cinco años de gobierno, cinco años de conferencias matutinas. Cinco años del acto del prestidigitador al que asistimos sabiendo que tratará de engañarnos, cinco años de provocaciones y una constante doctrina del shock —en los más puros términos de Naomi Klein— que resultó demasiado apabullante para unos adversarios mediocres. Cinco años perdidos, en los que la oposición se ha concentrado en reaccionar a lo meramente coyuntural, antes que plantear una estrategia a largo plazo. Una estrategia que, hasta el momento, no existe.
La política es un juego de largo alcance, y la partida en curso es mucho más compleja que el simple intercambio de fichas para lograr la nota del día o el hashtag de unas cuantas horas. La política es el arte de lo posible, y su consecución el fruto de la colaboración entre los sectores más disímbolos de la sociedad; la política requiere de cabeza fría —aun con la sangre ardiente— para mantener la calma y no perder el foco sobre lo realmente importante. La política no es el campo de batalla por el monopolio de la verdad en turno, ni mucho menos el espacio para demostrar quién tuvo la razón en el 2018 o en el remoto 2006; la política es el presente que vivimos, pero también —y sobre todo— la definición del futuro conjunto.
Un futuro en el que nuestro país habrá de enfrentar retos muy distintos a los que teníamos al principio del sexenio, así como los problemas que la administración en funciones no supo resolver y tan sólo consiguió acendrar. La sociedad está dividida, y sobre el próximo gobierno —quienquiera que lo presida— penderá, como espada de Damocles, la manzana envenenada de una absurda Consulta de Revocación de Mandato. El sexenio no ha terminado, y la doctrina del shock está en curso: el Presidente es un animal herido, que se desangra su poder y cuya peor faceta no hemos conocido todavía. Lo mejor —como advirtió hace unos meses— es lo peor que se va a poner. Y que se está poniendo.
La estrategia es necesaria; en las condiciones actuales, además, resulta urgente. El resultado de la elección de 2018 tuvo como origen la decepción provocada por los regímenes anteriores, y la oferta de un retorno al pasado sin actos de contrición —ni propuestas que involucren también a los obradoristas— sólo garantizaría una derrota ante cuya posibilidad los dirigentes partidistas ya están buscando los botes salvavidas. La candidata opositora, en este sentido, no es más que un vehículo para llenar el Congreso, y garantizar el fuero a quienes hoy le regatean el apoyo: a los próximos pluris, en realidad, sólo les interesa estar en la lista.
Todo pasa demasiado rápido; todo se olvida demasiado pronto. El público vuelve a observar expectante, mientras el prestidigitador desarrolla su acto: la oposición gritará que el conejo siempre estuvo en la chistera, pero comprará su boleto para la próxima función. El transcurso del tiempo favorece al mandatario y, sin una estrategia distinta a lo que ya se ha probado, el resultado será mucho peor de lo que esperamos. La política implica pensar a futuro, y los huipiles y ocurrencias no son más que una mera anécdota de campaña. Así, simplemente, no se gana una elección.
Cinco años de gobierno, cinco años de mentiras mañaneras. Cinco años de involución democrática, cinco años de perder el tiempo en todos los sentidos. Cinco años de primar lo urgente sobre lo importante; cinco años sin una estrategia que supere a la reacción inmediata. Todo pasa demasiado rápido, todo se olvida demasiado pronto. Como le podría pasar a Xóchitl Gálvez: como le podría pasar, también, a Andrés Manuel López Obrador.
