Magia y hechicería 2/2

El autor de esta columna, que murió el domingo pasado, dejó lista esta colaboración para Excélsior

¿Qué haríamos sin los brujos? Dependemos de ellos más de lo que imaginamos. Allí está el libro El retorno de los brujos como una pequeña prueba. Pero si alguna materia ha sido excelente recipiendaria de la magia y la brujería es la literatura. Desde los cuentos de hadas hasta novelas célebres como El Quijote algo le deben, algo o mucho. La literatura fantástica es una muestra muy amplia y contundente. Recordemos el éxito que Harry Potter tuvo entre los niños. Miles de seres de ultratumba han regresado a atormentarnos, los muertos se convierten en fantasmas y los vampiros y las criaturas como la del doctor Frankenstein son reales: la literatura les dio vida y el cine los popularizó y los hizo sin duda más temibles merced a los efectos especiales. Tenemos también el género que muchos críticos literarios denominan “realismo mágico”. Dicho en otros términos, la magia blanca y la negra, sus derivaciones y conexiones han sido presencias fundamentales en la vida. En México, el catolicismo intentó acabar con lo que los conquistadores llamaron brujería, como las antiguas religiones, y han sobrevivido. No obstante, nuestra religiosidad está imbuida de magia prehispánica.

Si la magia y la brujería, pensemos en ellas como una suerte de parientas cercanas, se mueven entre nosotros, por qué no en la literatura. Y en tal sentido, el amor-pasión, el erotismo, es una de sus mejores creaciones. Así entonces, la religión y las buenas conciencias son derivaciones tediosas que tratan de impedir el sexo, como si fuera algo antinatural, cuando es la base de la procreación. En consecuencia, la literatura, siempre sujeta a la moral en turno, poco recurrió a ella; en México, todo eran insinuaciones, las que gradualmente se convirtieron en descripciones pormenorizadas de las relaciones amorosas. Sin embargo, el erotismo mexicano iba lento, no se ve con claridad, son escenas borrosas que, como en la cinematografía inicial, no permitían ver a la pareja amándose con pasión, detalladamente. Pero los tiempos fueron cambiando y de pronto la literatura europea y la estadunidense fueron adentrándose más en la parte erótica. Eso sí fue un acto de magia que lograron grandes narradores. No había razón para eludir algo tan profundamente humano como son las relaciones sexuales. A veces aparecía la mano mágica o un acto de brujería. Quizá en la obra de Roman Polanski, El bebé de Rosemary, basada en una novela, encontramos un ejemplo claro: Mia Farrow, Rosemary, es poseída por el mismísimo Satanás para hacerla madre de una antítesis de Cristo, el famoso anticristo. Es una escena brumosa en la que el Demonio la posee con alguna brutalidad, aprovechando que ella fue drogada. Es o era algo estremecedor y placentero. No sabemos qué impulsa con exactitud a un demonio a violar a una mujer, sólo que sus fines son naturalmente perversos. ¿O serán placenteros?

Pero si sólo nos centramos en el arte literario: tenemos grandes ejemplos, contrapartes femeninas de Drácula, Clarimonda de soberbia belleza, de Teófilo Gautier, Carmilla, una muerta viviente, plena de sensualidad y perversión, obra de Sheridan Le Fanu y la monumental novela de Goethe: Fausto, donde por amor a la vida y a la mujer, un hombre enigmático y ambicioso pide un pacto con Satanás. Pero en tal sentido, el tema es infinito y la realidad se mezcla con la fantasía como lo prueba un libro interesante: Literatura satánica, de Tulio Stilman, un trabajo antológico en el que muestra los acuerdos entre seres humanos y deidades del mal, lo mismo en el arte que en la vida real. En el fondo subyace el amor y la muerte, provocado por un gran mago de la perversión: el Demonio. Robert Bloch le concede a la misteriosa pareja que forman Sheila y Henderson una idea brillante y maligna en el relato La capa: “Ángel y diablo. ¡Vaya pareja!”. Qué aspecto tendrán los hijos: “¿Halos o cuernos?” O serán ambas cosas.

Los cuentos infantiles europeos de hadas están llenos de príncipes azules y princesas hermosas, acosados por seres malignos que en vano tratan de impedirles la felicidad. Lo mismo ocurrió con la literatura galante, la del amor cortés, aquél que es noble y sincero, caballeresco y acaso de herencia árabe, que se impuso en el medievo. Solían compartir las páginas con seres malvados que ayudaban en la búsqueda del final feliz por más que sus acciones demoniacas buscaban su desgracia. El rey Arturo tenía su mago de cámara en el legendario Merlín. Los trovadores hicieron circular miles de historias de tal índole, en las que la magia era común. En los tiempos modernos, luego de la invención del cinematógrafo, esas encantadoras o aterradoras historias se multiplicaron. Walt Disney fue una de las cumbres de tales temas. Gradualmente dejaron la ingenuidad, lo naif, para mezclar la extrema perversión del embrujo con la pasión amorosa. En lo sucesivo, mujeres bellas fueron poseídas por entes invisibles, de inimaginable fealdad  o de infinita maldad como Drácula.

Para mezclar la magia con el amor-pasión, escribí un largo cuento, Miriam, una mujer que se enamora de un fantasma y se entrega sin pudores. Con rigor, no hay nada más mágico que el orgasmo, por eso muchos lo equiparan con la muerte y desde luego sigue la resurrección gozosa. En el siglo XIX, más de un autor francés, pienso en Apollinaire, consiguió mezclar la fantasía y el amor. A veces eran las primeras mujeres vampiro y en otras el afamado émulo de Drácula, quien en Bram Stoker halla a su mejor narrador, quien busca con celo sexual el cuello de una mujer hermosa, pero en todos los casos el monstruo, la aberración, lleva en los colmillos una pasión brutal.

Encontrar reunidos el sexo y la magia en un libro, novela o cuento no es frecuente, pero siempre hay autores concentrados en tal búsqueda. Es verdad que en otras literaturas el milagro acurre, pero en México los nuevos escritores apenas experimentan y buscan en tal sentido. Ver cumplido el desafío de conseguir el amor-pasión a través de un acto mágico y redentor, lejos de la simple superchería es un reto.

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