El Papa en Palacio

¿Qué pensarían Benito Juárez, Diego Rivera y Plutarco Elías Calles de que el papa Francisco vaya a ser recibido de manera oficial en México, el próximo 13 de febrero, en Palacio Nacional? En realidad, la respuesta importa poco, pues los tres están muertos. Sin ...

¿Qué pensarían Benito Juárez, Diego Rivera y Plutarco Elías Calles de que el papa Francisco vaya a ser recibido de manera oficial en México, el próximo 13 de febrero, en Palacio Nacional?

En realidad, la respuesta importa poco, pues los tres están muertos.

Sin embargo, el recuerdo del México que ayudaron a forjar, y del que quedan indicios cada vez más diluidos en el país de hoy, permite pensar en cuánto hemos evolucionado.

Unos dirán que lo hemos hecho para bien; otros, para mal. Los periodistas sólo podemos –y debemos– registrar esos cambios.

Enrique Peña Nieto no será el primer Presidente en reunirse con un pontífice. Ya lo hicieron, antes, Luis Echeverría, José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón.

Francisco tampoco será el primer Papa en visitar México. Antes estuvieron Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Lo que distingue a este pontífice, el primer latinoamericano de la historia, es que pisará Palacio Nacional. Algo que no hicieron sus dos antecesores, europeos ellos.

Aunque aquí entramos en el terreno de lo simbólico, el hecho no deja de ser importante.

El Palacio Nacional es al México laico lo que la Basílica de Guadalupe al México católico.

El Palacio Nacional es el espacio donde se dieron las primeras discusiones políticas del México independiente, pues entre sus muros funcionó la Cámara de Diputados entre 1829 y 1872.

Ahí se aprobaron la Constitución de 1857, de corte liberal, y las Leyes de Reforma, que secularizaron la vida pública.

Ahí estuvo preso Benito Juárez, durante casi tres semanas, en diciembre de 1857, cuando, como presidente de la Suprema Corte, se opuso al presidente Ignacio Comonfort por la pretensión de éste de dar marcha atrás al liberalismo.

Símbolo del poder presidencial, el Palacio es el lugar que Juárez eligió para celebrar el triunfo de la República sobre el Imperio de Maximiliano.

A diferencia del emperador, quien vivió en el Castillo de Chapultepec, Juárez adoptó Palacio Nacional como residencia. Y allí murió.

Hoy hay en Palacio una gran estatua del Benemérito, fundida con el metal de los cañones de los derrotados, y un museo en su memoria.

Años después, la Revolución Mexicana volvió a convertirlo en símbolo, para distanciarse de Porfirio Díaz, quien también se había mudado al Castillo.

A finales de los años 20 del siglo pasado, a instancias de Plutarco Elías Calles, el Jefe Máximo, se emprendió una remodelación del inmueble, que le agregó un piso, pero de manera más importante, cambió su fachada de cantera blanca por el políticamente significativo tezontle rojo.

No sólo eso: el secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, encargó a Diego Rivera la elaboración de pinturas monumentales en los muros interiores de Palacio Nacional para narrar “la epopeya del pueblo mexicano”.

El artista guanajuatense plasmó ahí la versión de la historia que se enseñaría a la niñez durante varias décadas, desde la conquista armada y espiritual de los pobladores originales de México, por parte de los españoles, hasta la Revolución de 1910, pasando por las guerras de intervención.

En la cima de los muros de la escalinata principal hay una enorme figura de Carlos Marx que, con el brazo derecho extendido, señala el rumbo a los trabajadores y con la mano izquierda sostiene una cartilla, en la que se lee un mensaje que no deja duda de la inclinación ideológica de Rivera:

“Toda la historia de la sociedad mexicana, hasta el día, es una historia de la lucha de clases. Para nosotros no se trata, precisamente, de transformar la propiedad privada sino de abolirla…”.

¿Qué pensará Francisco cuando cruce el umbral de Palacio e ingrese en el templo del laicismo mexicano para ver aparecer en los murales de Rivera a uno de sus predecesores, flanqueado por un carro de mina repleto de oro y por los antagonistas de la historia, de esa historia cuyo sentido se va diluyendo?

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