¿A qué viene el Papa Francisco?

No me imagino al Papa Francisco adaptando su itinerario de visita a México para legitimar gobiernos ni tampoco para fortalecer oposiciones.

Calculador en el manejo de la palabra o respecto a las implicaciones que su presencia genera, Francisco no ha definido todavía la bitácora de actividades

Por Ignacio Anaya

No me imagino al Papa Francisco adaptando su itinerario de visita a México para legitimar gobiernos ni tampoco para fortalecer oposiciones.

El alto prelado es un hombre en exceso pragmático y por ello ha buscado caminar en el filo de muchas navajas en un equilibrio que pocos puede presumir, con la clara decisión de evitar la apertura de frentes diplomáticos innecesarios. Sin embargo si esta visita, que podría concretarse en los primeros meses del 2016, ha dejado de tener interés pastoral se debe a quienes se disputan el privilegio de hacerlo su invitado.

La enorme cantidad de solicitudes para que arribe a tal o cual ciudad, o de plano para que acuda a las cámaras legislativas, son el mejor indicador de que la presencia de Francisco en México se ha politizado de inicio por esa voracidad con la que no pocos quieren aprovecharlo en beneficio de sus intereses personales, de grupo o partidistas.

Calculador en el manejo de la palabra o respecto a las implicaciones que su presencia genera, Francisco no ha definido todavía la bitácora de actividades pero -a juzgar por el ritmo que imprime en sus giras de trabajo- sí tocará fibras importantes en torno a problemas concretos como el narcotráfico, la corrupción, la migración y la violación de derechos humanos ya que, como Jefe del Estado, el prelado también tiene agenda política y nuestro país le ofrece la plataforma excepcional frente a diversos temas con los que ha moldeado su discurso público.

En este sentido, Francisco sabe también que la fuerza de su ministerio radica en la palabra y que ésta puede distorsionarse en el contexto empleado para verter sus mensajes pastorales o formular declaraciones públicas. No es lo mismo, por ejemplo, defender la dignidad de los migrantes en Ciudad Juárez que hacerlo en Tapachula, y de ninguna manera es lo mismo condenar la corrupción en una declaración de prensa que en un acto frente al presidente Enrique Peña Nieto. Tampoco ignora las implicaciones que tendría un encuentro con líderes mexicanos que aspiran al poder como Andrés Manuel López Obrador, quien le guiñó el ojo directamente el pasado 14 de octubre, en audiencia pública durante su visita por la ciudad de El Vaticano.

En extremo cauteloso, es difícil suponer que el Papa permita la manipulación de su viaje a estas tierras y por ello incluso hay que plantearse la posibilidad de que lo aplace si no encuentra las condiciones de libertad en la configuración y programación de las actividades que desee realizar.

De hecho, esta independencia es parte del atractivo que todo analista observa en su persona.

Más allá de la investidura que lo proyecta como el más importante líder religioso de la actualidad, Francisco ha sido diáfano respecto a cómo vive su conciencia de ser el primer pontífice latinoamericano; el cardenal argentino no ha dejado de mirar al Sur y sobre todo entiende la importancia de impulsar la región en el juego de los equilibrios globales.

Me queda la percepción de que este Papa no busca incrementar el número de fieles católicos sino algo todavía más importante: movilizarlos en varios sentidos; hacia el fortalecimiento de la doctrina católica y sobre todo motivarlos a la participación activa en el cambio social. Veamos lo que ha pasado precisamente en su natal Argentina, en donde ha evitado hacerse presente aunque su sombra sí se proyecte, porque esa nación vive horas cruciales para redefinir su futuro y él prudentemente toma distancia.

La coyuntura es mundial pero mi agenda la pongo yo, parece advertirse en la diplomacia papal. Si se recuerda la visita de Francisco a México ya fue aplazada al menos una vez, y eso lo hizo midiendo no las necesidades de la clase política local sino las suyas propias. En septiembre pasado él mismo refirió que decidió modificar el plan inicial de ingresar a Estados Unidos desde la frontera mexicana, como un peregrino más. Hubo especulaciones respecto a qué motivó esa decisión, pero ese ya es otro tema. Lo importante es que Jorge Mario Bergoglio tiene trazado el camino de su propia ruta.

Hay que subrayarlo: Francisco viene como parte de una agenda que se impone como jerarca católico, porque el ingrediente evangélico va a tener un gran peso dado el fervor con el que los mexicanos reciben a un Papa.

Esto último es particularmente singular, ya que varios de quienes quieren recibirlo en sus feudos o en sus territorios son políticos que han cuestionado duramente los yerros cometidos por la misma Iglesia a través de curas y obispos, espinas que Francisco tampoco niega pero que al final de cuentas son parte de sus responsabilidades como heredero de San Pedro. Digamos que la suya es una iglesia imperfecta como todas las que ha habido, pero aquí lo relevante es que quienes buscan tomase la foto con el Papa rechazan lo que él representa.

En los próximos meses la agenda vaticana en México va a intensificarse. De ninguna manera se podrá decir, cuando Francisco llegue a nuestro país, que ha tejido una gira política. Ésta lo será por obra y gracia de quienes se arrebatan el privilegio de ser sus anfitriones.

¿A qué viene el Papa? Difícil saberlo hasta después de que se haya marchado. De algo sí podemos estar seguros: no ha decidido programar este viaje para regalar selfies ni para bendecir apetitos políticos.

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