El temor y el terror

Quizá porque no soy ingeniero, no sé la razón por la que se cae un edificio. Pero, quizá porque soy político, sí sé la razón por la que cae un gobierno. En ambos casos, la razón es que les faltó el suficiente soporte de apoyo ante las fuerzas gravitacionales del planeta o las del poder, que yo las llamaría geogravedad y cratogravedad, respectivamente

La geogravedad, o fuerza de la Tierra, es concéntrica y se deposita en el núcleo del planeta. Desde allí lucha para derribar a la edificación, la cual se sostiene con base de diversos inventos del hombre. El cimiento, la columna, la trabe, el dintel, el marco, el arco o la losa le surten sus apoyos de resistencia. En ocasiones, sobrevive tan sólo porque se recargó en el edificio vecino.

La cratogravedad, o fuerza del poder, es contraconcéntrica y se deposita en la oposición política. Desde allí lucha para derribar al régimen, el cual se sostiene con base en diversos inventos del hombre. La ley, la tradición, el voto, la fuerza, el engaño, el miedo o la promesa le surten sus apoyos de vigencia. En ocasiones, resiste tan sólo porque se acurrucó en un sistema aliado.

Esa diversidad de conocimientos profesionales es la que me explica que los políticos sufrimos mayor temor ante lo sísmico que ante lo sistémico. Frente a aquello, no sabemos si terminará en susto o en tragedia. Frente a esto, podemos calcular el efecto terminal. En pleno vaivén del piso, el ingeniero nos puede decir si va muy mal o si ni nos inquietemos. De igual manera, en pleno zarandeo del sistema, el político puede predecir si terminará en una catástrofe o en incidente.

El conocimiento de ambos profesionales se forma de aula universitaria, de libros científicos, de experiencia laboral, de reflexión intelectual y de duende videncial. A pesar de ello, sólo los muy escogidos llegan a la prognosis infalible. Y es que, en ambas ciencias, existe la difícil zona de lo oculto, de lo oscuro y de lo hosco. Hemos visto un conjunto de edificios idénticos en proyecto, en autor, en construcción, en materiales

y hasta en utilización. Y, sin embargo, unos derrumban y otros resisten. La explicación no es fácil de surtir ni de entender.

Lo mismo sucede en la política. El terrorismo del M-11 tiró al gobierno de José María Aznar mientras que el del S-11 fortaleció al gobierno George W. Bush. Por no salir de Vietnam, Lyndon Johnson tuvo que salir de la Casa Blanca mientras que Richard Nixon fue largado, entre otras cosas, por haber salido de Vietnam. En materia de faldas políticas, las de Christine Keeler tumbaron, en más de un sentido, a John Profumo mientras que las de Monica Lewinsky tonificaron, en más de un sentido, a William Clinton. Como con

 los edificios, los temblores políticos no se comportaron siempre igual.

Pero eso es sólo en la apariencia. En el fondo de la realidad, en cada uno de los casos que he mencionado intervinieron, por lo menos, diez factores adicionales que produjeron efectos distintos ante causas idénticas. Esos factores no evidentes son los que he señalado como ocultos, oscuros y hoscos. Son los que sólo el muy experto conoce y considera.

En México, en lo presidencial, al PRI no le pasó nada ni con el 2 de octubre ni con el Jueves de Corpus ni con la expropiación bancaria ni con la quiebra financiera ni con la crisis económica ni con San Juanico ni con el terremoto del 85 ni con la caída del sistema ni con el Guadalajara 92 ni con el zapatismo ni con los magnicidios ni con todo junto. Pero sí le pasó con el error de diciembre, con la ruptura en la cúpula, con la división en el partido, con Aguas Blancas, con el Fobaproa, con Acteal y con la sana distancia. Así cayó a la segunda fuerza en el 2000 y a la tercera fuerza en el 2006.

Al gobierno de Vicente Fox le pasó todo lo imaginable y sin embargo no se le derrumbó nada. Con Felipe Calderón, la sismicidad política llevó al PAN hasta la tercera fuerza en el 2012, imponiendo el récord de pasar de primera a tercera fuerza en elecciones consecutivas.

Las consecuencias políticas de este septiembre catastrófico son, todavía, impredecibles. El Presidente se ha movido rápido y bien. Eso le ha granjeado el aplauso hasta en un mitin donde el gobernador fue rechiflado. La misma audiencia local reaccionó bien con un presidente al que no eligió y mal con un gobernador al que había preferido. Eso indica que algo ha cambiado, pero no sabemos cuánto.

Hemos dicho que la diferencia esencial es que el susto se ubica en la realidad mientras que el miedo se ubica en la imaginación. Susto es el que nos provocó el temblor pasado. Miedo es el que nos provoca el temblor futuro. Aquel se originó en el subsuelo. Éste se origina en nuestra mente.

En síntesis, lo primero es no ignorar las alarmas, no estorbar la salida, no correr sin rumbo, no demostrar miedo y, sobre todo, no gritar sin sentido.

Temas: