Desigualdad social: peligrosa ecuación

Muchos de estos compatriotas sin-hogar no son vagabundos, sino trabajadores llegados de la provincia. Hay familias que sobreviven con 15 o 20 pesos diarios.

Claro, podemos decir que la desigualdad social es un mal viral en todo el mundo. Ahí están los indicadores, que se han mantenido inamovibles desde hace años: hay desigualdad y disparidades sociales en todos lados. Es uno de los rasgos más evidentes de la humanidad. Dos tercios de la población está hundida en la miseria, en tanto una minoría tiene un crecimiento económico cada vez mayor. ¿Por qué no en México?

Lo reportó Excélsior hace apenas cinco meses: el Banco Mundial, en su más reciente documento sobre nuestro país, advierte que aun cuando pueden lograrse metas relevantes en el combate a la pobreza extrema en los próximos años, el mayor reto que tiene nuestro país es avanzar hacia la reducción de la desigualdad.

¿Sabe qué pienso mientras empiezo a pergeñar estas líneas? Que son frías. Que no dicen nada. Que el hecho de que mientras la Comisión Económica para América Latina (Cepal) hace un llamado (¿cómo calificarlo?, ¿angustioso?, ¿enérgico?, ¿desesperado?) para que construyamos nuevos pactos en búsqueda de la igualdad, nuestro país sigue marcado por la desigualdad… y por la indiferencia, cuando no por la franca insensibilidad. No se salva ningún estado de la República.

En recientes noticias, leo que en el municipio de Comondú, en Baja California Sur, “rescataron” de la explotación (en campos agrícolas) a decenas de indígenas rarámuri, llevados desde Creel, en Chihuahua.

Bastaría hurgar un poco detrás de esa noticia para encontrar que en muchos estados de la República existen similares o peores (mucho peores) campamentos miserables de trabajadores agrícolas, ocupados por indígenas y campesinos de Guerrero, Oaxaca y Campeche, entre otros, desesperados, víctimas de la miseria, reclutados para la pizca del café, el corte de la caña, la cosecha de la fresa, el cuidado del espárrago…

¿Y nuestra capital?: 52% de los habitantes de la Ciudad de México “sobrevive” con ingresos que no superan tres salarios mínimos: alrededor de seis mil pesos mensuales, mientras 10% de la población percibe ingresos superiores a diez salarios mínimos.

Y de este 10%, solamente la mitad tiene ingresos mucho mayores. En casos extremos, hay familias que sobreviven con 15 o 20 pesos diarios.

Mientras en lugares apartados de la Sierra Tarahumara, como los colindantes con Durango o Sinaloa, todavía hay villorrios con epidemias de sarna (era, ¿o es todavía?, el triángulo de oro de la amapola).

En el Distrito Federal hay mexicanos que viven bajo los puentes del Periférico o del Circuito Interior, en camellones o andadores, a unos metros de barrios Triple A, con casas o condominios dotados de todos los servicios.

Muchos de estos compatriotas sin-hogar no son vagabundos, sino trabajadores llegados de la provincia, atraídos por el ensueño de la capital: obreros cotidianos de la plomería, de la electricidad o de la carpintería a quienes simplemente no les alcanza lo que ganan para tener un techo y un colchón.

En el mejor de los casos, han encontrado acomodo en el crecimiento exponencial de los cinturones de miseria que rodean a la Ciudad de México.

Una investigación del maestro Guillermo Ejea Mendoza, de la Universidad Autónoma Metropolitana (Pobreza y desigualdad social en el DF) aporta datos sólidos: a) más de un millón de personas con dificultades para acceder a la alimentación básica; b) más de 400 mil sin seguridad social; c) más de tres millones con ingresos inferiores a la línea de bienestar; d) más de 500 mil que ni siquiera alcanzan la línea de bienestar, mínimo.

Estos problemas vienen de muy atrás, son estructurales y evidencian que ha faltado una visión integral del desarrollo urbano.

En nuestra desigual sociedad los contrastes son inevitables y conducen a una peligrosa ecuación: la desigualdad ante el bienestar (ya no se diga frente a la opulencia) se traduce en ofensa social; la ofensa social se convierte fácilmente en rencor y éste en estallido social. Escuchemos a los ciudadanos para corregir lo que se deba corregir. Ya es tiempo.

                Twitter: @germandlagarza

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