El repudio

En México no nos acostumbramos a que la democracia implica riesgos. La falta de costumbre y la permanencia de la cultura del viejo sistema político mexicano provocan el desgarramiento de vestiduras. La puritita falta de costumbre hace que aquellos a quienes se les pide ...

En México no nos acostumbramos a que la democracia implica riesgos. La falta de costumbre y la permanencia de la cultura del viejo sistema político mexicano provocan el desgarramiento de vestiduras.

La puritita falta de costumbre hace que aquellos a quienes se les pide transparencia y rendición de cuentas (en su cargo público) se sientan agredidos y, de inmediato, se quejen y lleguen al extremo de solicitar la protección del gobierno, y que los otros pidan, como se dice vulgarmente, peras al olmo y se digan sorprendidos y traicionados por aquellos a quienes decidieron dar su voto.

Sin mayor rigor en el recuerdo, hay que decir que presidentes de la República como Gustavo Díaz Ordaz, José López Portillo, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari sufrieron personalmente el repudio de alguno o de muchos de sus conciudadanos.

No, no es la primera vez que ocurre, pero sí la que mayor conocimiento y repercusión ha tenido gracias a las nuevas tecnologías de la información y, en especial, a las llamadas redes sociales, pero sobre todo a la determinación de ciudadanos que, decepcionados, se han dado cuenta de que votar no es el simple acto de cruzar el nombre de un candidato o el emblema de un partido político, que quizás eso era antes, pero ya no; que antes la mayoría era mecánica y automática: levantadedos, se les llamaba a diputados y senadores; que ahora los votos en las cámaras del Congreso de la Unión deciden el futuro del país, en general, y el de cada uno de sus ciudadanos, en particular, y que los votantes en las cámaras de Diputados y Senadores llegaron ahí y tienen ese poder porque hubo quienes votaron por ellos o sus partidos.

El voto de los legisladores priistas en la llamada reforma hacendaria ha provocado ese rechazo y protestas de sus electores y conciudadanos, especialmente en la zona norte del país, por la polémica homologación del IVA de 11% a 16% que se cobra en el resto del país, sin contar con otros rechazos, como la imposición de ése y otros impuestos impopulares, como todos. Ellos votaron en favor de la iniciativa del Presidente y no en favor de sus votantes... creen los ciudadanos inconformes.

Los senadores surgidos de los partidos Acción Nacional (PAN), de la Revolución Democrática (PRD) y de la morralla de la izquierda votaron en contra y dejaron en manos del PRI, PVEM y Panal la responsabilidad de esa homologación en las fronteras. Después de esa votación, los senadores del PAN y PRD, principalmente, “subieron” a la red social Twitter fotografías de las pantallas electrónicas del Senado, donde se mostraba quiénes votaron en favor o en contra de esa homologación, a manera de expiación personal y de denuncia de las acciones de los otros.

Días después, en los estados del norte del país afectados por esa determinación, surgieron expresiones públicas —desde anuncios espectaculares con fotografías y nombres hasta “humildes” tuits y posts en Facebook— para denunciar a quienes votaron en favor de la homologación del IVA y acusarlos, como mínimo, de traidores y anunciarles que son personas non gratas para sus votantes y hasta para lugares públicos como restaurantes. No fue lo peor: hubo agresiones a oficinas de senadores priistas en algunas ciudades como Juárez, Chihuahua, e insultos personales, al grado de que se aprovechó la presencia del presidente Enrique Peña Nieto en el Senado en la entrega de la medalla Belisario Domínguez para que una senadora priista le entregara una carta denunciando las agresiones en su contra y pidiendo protección del gobierno federal.

Los priistas acusaron al PAN y a organizaciones empresariales de ser los autores intelectuales de esa campaña. Se sienten y se dicen agredidos. Molestos, enojados (en otra palabra, por cierto), dicen que no se vale. Y sí, no se vale el linchamiento social, pero tampoco se vale el ocultar su voto, que legalmente es público. Esos senadores, también los diputados, deben una explicación a sus votantes; más, cuando ellos se las exigen.

Los mexicanos, los ciudadanos de la calle y los que ocupan cargos públicos, no han entendido que se deben respeto entre sí. No, porque no existen las condiciones para que ambos estén al mismo nivel. Aquellos que se dedican a la política, sean del partido que sean, siguen creyendo que su poder se lo deben al Presidente de la República o al presidente de su partido, que las elecciones son un simple trámite que hay que cumplir y que su futuro depende de sus protectores (partido o presidente) y no de los votantes, quienes son sus reales patrones.

Por el otro lado, la mayoría de los ciudadanos no ha entendido que su voto vale, que no debe votar por el más guapo, por el que tiene buena cara, por el que cae bien, por el que parece decente, por el que ya tiene dinero y —se cree— no robará... sino fijarse en lo que realmente significa votar por ese candidato y por el partido que lo postula, sus principios.

Es cierto: no se valen los linchamientos personales. Ni para los legisladores, funcionarios públicos y políticos, como tampoco para cualquier ciudadano. No se debe amenazar o intimidar a nadie, político o no.

Pero eso es una cosa y la otra es otra, dice el clásico Perogrullo. El riesgo de la democracia. Los hombres de los poderes públicos están obligados a rendir cuentas de sus acciones en el ejercicio de su encargo. Digamos claramente que en este caso los diputados y senadores, de cualquier partido, están obligados a explicar su voto en favor o en contra de cualquier reforma legal y a atenerse a las consecuencias. Su voto está contenido en el Diario de los Debates de su Cámara, porque es un acto nominal, público.

Sí, de acuerdo, no se vale llamar a un linchamiento por un voto que así iba a ser, pero tampoco se vale intentar ocultar un voto público que en democracia es público. En una democracia real no pasa nada cuando se exhiben los votos de quienes tuvieron en sus manos una decisión. Lo que pasa en México es  más complicado: los legisladores no responden, hasta ahora, a los reclamos de sus votantes, sino a las exigencias del Presidente de la República o del líder de su partido. ¿Imagina usted a un diputado o senador priista diciéndole a su líder cameral, o a un panista o perredista diciéndole al líder de su partido: “Qué van a decir los electores”? Si usted dice que no, es porque nuestro viejo y priista presidencialismo extremo sigue vigente en el PRI y en los demás partidos.

Si el mejor apoyo a un político es el voto, el mejor repudio para cualquier político es frente a la urna.

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