Monetizar e internalizar
El aumento del 1 de agosto pasado es el mayor incremento al precio de los combustibles en casi 18 años; llevamos más de 150 meses con incrementos en el precio de la luz.
La semana pasada comentamos sobre la utilización de la palabra “monetizar”, cuyo significado, según el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, dista mucho de lo que quisieron decir los servidores públicos. De nuevo, esta semana funcionarios, ahora de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), utilizaron otra que incluso no existe en el diccionario. Se trata del vocablo “internalizar”. Sería provechoso que los egresados de doctorados en el extranjero revisaran sus palabras, ya que algunas no tienen correspondencia en nuestro idioma.
Las declaraciones del subsecretario de Ingresos de la SHCP, con motivo del alza en el precio de las gasolinas, tienen poco desperdicio: “Lo que queremos es que la gente poco a poco vaya entendiendo y vaya internalizando sus decisiones en el hecho de que habrá meses que suban y también habrá meses en que los precios bajen”. Así pues, campesinos y obreros, a internalizar.
La primera vez en la historia reciente en que bajó de precio la gasolina fue en enero de este año; la Magna pasó de 13.58 pesos a 13.16 pesos por litro, pero ahora subió a 13.96 pesos, con una fórmula que maneja la SHCP de acuerdo con el decreto de diciembre pasado, mismo que claramente establece los márgenes de fluctuación con base, fundamentalmente, en el precio de las gasolinas en la ciudad de Houston.
Seguramente se tomó este precio de referencia debido a la creciente importación que hacemos y que durante este mes Pemex hará el mayor pedido de gasolina extranjera en su historia, casi 535 mil barriles diarios, según la investigación publicada en Excélsior por nuestra compañera Claudia Solera. Al día de hoy, con el último aumento, estamos a sólo dos centavos del límite máximo de la gasolina Magna y a tres del tope de la Premium, considerando el decreto.
Se nos dice que los precios suben y bajan de acuerdo con los mercados energéticos internacionales e insisten candorosamente en que estos aumentos no justifican el incremento de otros bienes y servicios; total, la gasolina y la electricidad son insumos que raramente se utilizan en la vida diaria de las empresas y las personas.
Un problema que puede ocurrir es que si aumentaran de pronto los precios de petróleo —por cierto, la mezcla mexicana está a la baja y la gasolina mexicana o, mejor dicho, la que se vende en México al alza—, el gobierno ya no tendría margen para otro incremento, por estar en el límite de lo establecido por el decreto, es decir, seguramente tendría que “internalizar” la situación.
Lo que llama la atención del aumento del 1 de agosto pasado es que se trata del mayor incremento al precio de los combustibles en casi 18 años y, adicionalmente, llevamos más de 150 meses con incrementos en el precio de la luz, ya sea en un sector u otro.
Si uno revisa los comentarios de prensa, radio, televisión y redes sociales, los incrementos a las gasolinas y a la luz han sido fuertemente criticados y no es para menos: pensar que estos aumentos no se reflejarán en los precios de otros bienes es una mera ilusión.
Quizás el único precio que no se impactará será, una vez más, el de la fuerza de trabajo, o sea, el salario mínimo, pues según las autoridades no hay justificación para su incremento, sino hasta diciembre. Otro golpe más para los que menos ganan. De la tan cacareada cifra de más de dos millones de nuevos empleos generados en esta administración, cerca de la mitad corresponde al nivel de entre uno y dos salarios mínimos, así que cualquier variación de precios les afecta de manera sensible y directa.
Una vez más vemos uno de los grandes y graves problemas de este gobierno: la comunicación. Un ejemplo es la declaración del Presidente de hace algunos meses en la que, según los medios, dijo que como parte de la Reforma Energética “bajarán los precios de los combustibles”. Porque esta frase que hoy ya han contradicho sus colaboradores provoca irritación entre los ciudadanos al sentirse engañados. Por último, sería conveniente que los servidores públicos utilizaran el español en sus comunicados o entrevistas.
