María Cristina García Cepeda; institucional y discreta

Con una experiencia de cuatro décadas en el sector público, la promotora cultural ha ido escalando puestos gracias a su lealtad, su carácter reservado y profesionalismo

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CIUDAD DE MÉXICO.

Dicen los que la conocen que, al frente de la dirección del Auditorio Nacional, María Cristina García Cepeda se sintió muy cómoda. Era el lugar ideal para ella. Un espacio para lucirse, pero también para pasar desapercibida. Maraki, para sus amigos —ella misma pide que le llamen así—, es una mujer “profesional e institucional” que prefiere no llamar la atención sobre su persona.

A casi 40 días de haber asumido la Secretaría de Cultura federal, García Cepeda ha tomado el perfil discreto que prefiere. Reservada, mantiene distancia de su posición con los medios de comunicación, sólo aparece ante la presencia del presidente Enrique Peña Nieto y, cuentan personas de su círculo más cercano, se ha mantenido distante incluso de sus propios directores y colaboradores.

Es una persona que prefiere arreglar las cosas con política: antes que expresar sus ideas públicamente, lo hace en una reunión privada. Establece amistad y se mantiene leal. Así ha escalado posiciones en la política mexicana y en la cultura nacional; subsiste a todos los cambios, no sólo de funcionarios, sino incluso de presidentes: mantiene cargos públicos desde hace 40 años.

En 1970 comenzó su carrera como funcionaria. En ese entonces se hizo cargo de las relaciones públicas del Banco Nacional de Fomento Cooperativo (actualmente Fonart); dos años después fue coordinadora general de la Primera Feria Metropolitana del Libro en el Distrito Federal y, un año más tarde, coordinó la Ferias y Exposiciones del Departamento Editorial del Instituto Nacional de la Juventud Mexicana (Injuve) y fue subgerente de Inmuebles, Equipo y Mantenimiento de Compañía Operadora de Teatros, S.A.

Su carrera ha estado ligada a la cultura, pero considera que en ese terreno no debe haber formulaciones políticas y que se trata de un campo dócil en el que la difusión debe imperar y las buenas noticias tendrían que acaparar siempre la atención. “Si yo tuviera un noticiero, sólo habría noticias positivas”, dice sin tapujos. García Cepeda prefiere enfrentar el cuestionamiento en lo corto.

Su experiencia incluye la subdirección de relaciones públicas del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), bajo la dirección de Juan José Bremer. Ahí inició su ascenso en las instituciones culturales, eran los años 80 y estableció las más fuertes relaciones. Se hizo de amigos que siempre fueron condescendientes con su lealtad. Durante la presidencia de Miguel de la Madrid, estuvo al frente de lo que entonces se llamaba subsecretaría de Cultura, en la SEP.

Para 1988 ocupó su mejor posición hasta ese momento: se convirtió en directora general del Festival Internacional Cervantino; fue en el año en que se formó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y también la época en que la funcionaria se vinculó con otra personaje clave de la administración cultural mexicana: Rafael Tovar y de Teresa.

Hablar de García Cepeda es sinónimo de una camarilla de funcionarios leales a la estructura política de la cultura en México: Saúl Juárez, Gerardo Estrada y otros más. En 1997 se convirtió en secretaria Técnica del Conaculta; García Cepeda después fue secretaria ejecutiva del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) y luego, ya con Ernesto Zedillo, fue secretaria técnica del Consejo hasta el 2000.

Ese mismo año llegó al Auditorio Nacional, ahí se sintió como pez en el agua. Convirtió el espacio en un punto estratégico del entretenimiento mexicano y solidificó sus finanzas. No había otra persona más ideal entonces para sustituir a Teresa Vicencio en el INBA. Ella fue la persona en la que Tovar y de Teresa pensó nuevamente, a su regreso al Conaculta. Su lealtad nuevamente fue correspondida.

Y García Cepeda se convirtió en una de las figuras más importantes de la desprestigiada imagen presidencial en relación a la cultura; ella fue la encargada de encabezar el equipo de transición de Enrique  Peña Nieto con la presidencia de Consuelo Sáizar. Aun cuando muchos apostaban porque ella sería la indicada para ocupar el Conaculta, debió ceder al regreso de Tovar y de Teresa. Su paciencia y lealtad, después serían recompensadas y, hace poco más de un mes, se convirtió en la primera mujer en dirigir el destino de la recién creada Secretaría de Cultura.