Un legado irreverente
El lunes pasado se cumplieron 18 años de la muerte de la escritora Elena Garro, que legó una obra literaria sólida y viva

CIUDAD DE MÉXICO
Este 22 de agosto se cumplió el 18 aniversario luctuoso de Elena Garro y Elena no se fue, nunca se ha ido porque nos legó una obra sólida que se ha convertido en literatura clásica, desde su drama histórico Felipe Ángeles, sus piezas en un acto en contra de la crueldad genérica, Los perros y El rastro, o El árbol, en donde explora el racismo y el clasismo en nuestra sociedad.
Igualmente sobresale en la narrativa con su novela emblemática Los recuerdos del porvenir, pero también con Testimonios sobre Mariana y su novela de corte político Y Matarazo no llamó..., o su cuento La culpa es de los tlaxcaltecas, ahí donde el tiempo de los antiguos mexicanos se cruza y fusiona con el tiempo occidental para reflejar nuestra dualidad, por mencionar algunas de sus producciones.
Como podemos ver, Elena es una de nuestras autoras más polifacéticas, pues escribió teatro, novela y cuento, además de memorias, artículos, entrevistas y reportajes periodísticos, sin olvidar sus revoluciones literarias. Si revisamos cada uno de sus textos, descubriremos no sólo su combate en contra de la desigualdad genérica, la corrupción del sistema político mexicano y de las injusticias sociales, sino también que su pluma irreverente renovó cada uno de los géneros que tocó.
Por eso, porque Elena Garro no se fue, no se ha ido, es preciso leerla y estudiarla con la rigurosidad que se merece. He aquí uno de sus poemas compilado en Cristales de tiempo. Poemas inéditos, de Elena Garro. Edición, estudio preliminar y notas de Patricia Rosas Lopátegui (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2016) para recordarla hoy.
DÍAS DE APRENDIZAJE
La noche invadida de perfumes.
Hacía sólo cinco años
que estaba en este mundo.
La casa sumergida en la delicia.
Entonces aprendí el huele de noche.
El sol hecho polvito en la mañana,
al poco tiempo un golpe de aldabón.
La nube del rosal se convirtió
en ramo funerario más blanco
junto a la negra salida de mi madre.
Entonces aprendí la muerte.
Olía a jabón en la cocina
y a madera quemada en el corral.
Un grito, unas piedras, una caída.
Entonces aprendí la sangre.
La noche perdida entre la lluvia,
el autobús y rostros empapados.
Los charcos esperando mi carrera.
Tu mano corría junto a la mía.
Los libros se cayeron en el agua.
El agua caía sobre tu rostro,
sobre el mío.
Entonces aprendí el amor.
Elena Garro, París, 1951
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