Viva Brasil: Inicia la historia... aventura en Sudamérica

Tras superar varias dificultades, el francés Jules Rimet organizó, por invitación, el primer Mundial de futbol en Uruguay

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CIUDAD DE MÉXICO, 24 de marzo.- El 5 de julio de 1930 llegó a Montevideo el transatlántico italiano Monteverdi. En él viajaron las selecciones de Francia (obligada a asistir por presión de Jules Rimet, presidente de la FIFA), Bélgica (forzada por el entonces vicepresidente, Rudolf Seedrayers), Rumania (compuesta por trabajadores escoceses de una fábrica petrolera, elegidos personalmente por el rey Carlos II) y Brasil. Ya les esperaban en tierra otros nueve equipos nacionales: Argentina, Bolivia, Chile, Estados Unidos, México, Paraguay, Perú, Yugoslavia y el anfitrión, Uruguay. Era el comienzo en la historia de los mundiales.

Sesenta días antes del inicio de la competencia, ningún representativo europeo había aceptado la invitación de jugar; los ánimos y la situación económica en el Viejo Continente no eran muy elevados debido a las facturas de la Primera Guerra Mundial. Al conocer que Uruguay sería el país organizador de la Copa del Mundo, Inglaterra decidió no asistir, apelando que como inventores del futbol nadie merecía hacerlo antes que ellos. España, Austria, Italia, Checoslovaquia, Alemania y Hungría la acompañaron.

La idea de crear un torneo internacional surgió el mismo día que se fundó la FIFA (21 de mayo de 1904), pero los recursos monetarios y la infraestructura no eran suficientes. Dadas las circunstancias, se pidió apoyo al Comité Olímpico Internacional (COI) para que el futbol fuera incluido en el listado de eventos deportivos; la respuesta, en 1906, fue positiva. Los lineamientos generales del Mundial se decidieron en tres congresos: Barcelona, Zúrich y Ginebra. Llegado el acuerdo, en 1930, se precisaron los últimos detalles y la sede, además de redactarse el documento fundacional bajo la presencia del rey Alfonso XIII.

¿Por qué elegir a Uruguay? Al menos hay tres razones que predominan: el apoyo de los países sudamericanos, el cumplimiento del centenario de la independencia de la nación y los títulos ganados en los Juegos Olímpicos de París (1924) y en los de Ámsterdam (1928). Al margen de ellas, Jules Rimet, presidente de la FIFA, comprendió que era mejor sacar la atención de Europa tras las escenas del primer gran conflicto bélico mundial.

Las otras posibles sedes eran Italia, Hungría, Holanda, España y Suecia. Al ver tambalear sus antiguos privilegios, los últimos cuatro países postulados se retiraron de la contienda por  la organización y así sumar sus votos a Italia. No obstante, el discurso del delgado argentino Adrián Béccar Varela, quien se pronunciaba a favor de Uruguay, provocó que los italianos retiraran su candidatura.

Jules Rimet obligó a un concurso de antecedentes del cual salió victorioso Uruguay con sus dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos. Una vez definida la sede (1929), los otros cinco candidatos auto-postulados se retiraron de la reunión y decidieron no participar en el torneo.

A este primer Mundial se llegaba por invitación, no por eliminatorias. Uruguay decidió hacerse cargo de los gastos y compensar el viaje de las selecciones europeas, pero la mayoría, bajo los argumentos de que “todo estaba muy lejos”, “el pasaje salía muy caro” y “las tierras eran inaccesibles”, decidió aferrarse a no competir. La caída de la Bolsa en Nueva York fue otra de las insólitas excusas europeas. 

 En el transatlántico Moteverdi, Rimet llevó el trofeo que sería entregado al ganador (el cual con el tiempo llevaría su nombre). La Copa del Mundo, creada en 1929, medía treinta y cinco centímetros de altura, pesaba cuatro kilos de oro macizo sobre una base de piedras semipreciosas y tenía un costo de 50 mil francos franceses. Su escultor fue el francés Abel Lafleur y la estatuilla representaba a la diosa de la victoria, con una mujer alada llevando hacia el cielo, en sus manos, sobre la cabeza, un vaso octogonal en forma de copa.

El recorrido del Monteverdi fue el siguiente: partió de Génova, donde abordó Rumania; paró en Villefranche-Sur-Mer, donde subió la representación de Francia; hizo escala en Barcelona para recoger a los belgas; también en Lisboa, Madeira, Canarias, Río de Janeiro, donde subió Brasil; y llegó a Buenos Aires por el combinado argentino.

El sorteo para definir los grupos fue realizado una vez que todos los participantes se encontraron en tierras uruguayas, como una especie de recurso para que ninguno renunciara a jugar en el último momento. Dado que los charrúas carecían de un estadio adecuado para llevar a cabo el certamen, debieron construir en sólo ocho meses el histórico Centenario, que se finalizó poco antes de comenzar el torneo, pero que no pudo usarse sino hasta el noveno partido de la Copa debido a algunas inundaciones en el campo causadas por la lluvia. Los otros inmuebles fueron el Gran Parque Central y Pocitos.

El francés Lucien Laurent marcaría el primer gol de los Mundiales frente a México, en el partido inaugural que su selección ganó 4-1. México, dirigido por Juan Luqué y eliminado en la fase de grupos con tres derrotas, se estrenó con un tanto de Juan Carreño. La figura del Mundial fue el uruguayo Héctor Castro, autor del último gol de la victoria ante Argentina en la final (4-2). Castro era manco.

 Juan Luqué, entrenador de México

> El 19 de abril de 1928 dictó una conferencia en el Casino un tipo alto, peinado liso hacia atrás, minúsculo el nudo de la corbata y el acento andaluz. Era de Jerez de la Frontera y venía de entrenar al Iberia de La Habana. Le daba a sus temas sobre futbol ciertos giros poéticos.

El nombre era sonoro y el individuo también: Juan Luqué de Serrallonga. Solemne e irónico. Se hizo cargo de un España que fue la transición entre el pasado y el presente. Había tipos de futbol espectacular: Cacharro, Giralt, Poncela, Evangelino Suárez; y recios como Trabanco, Norega, Ruiz; y entre todos, un profesor: Torralba. Jugó el España dos partidos con la Selección Nacional que iba a competir en Ámsterdam durante los Juegos Olímpicos, porque entonces la FIFA aún no tenía, como ahora, un negocio exclusivo y ramificado de Campeonatos Mundiales a cuenta de la Copa Jules Rimet. Ganó el España 2-1 el primer juego, el 30 de abril, y el 6 de mayo en lo que se llamó “despedida”, empataron a 1 y al final del partido los 22 se confundieron en un solo abrazo, muy cordial, según las fotos de la época.

Aquélla Selección Nacional fue así: Bonfiglio y De la Garza, porteros; Guevara, Récord, Ojeda, Chico Cerrilla, defensas; Suinaga, Oso Cerrilla, Nieves Hernández y Patadura, medios; Adeodato, Benito Contreras, Garcés, Ernesto Sota, Nicho Mejía, Carreño y Terrazas, delanteros. Era, en verdad, la flor y nata de 1928, año en que se iniciaron las tribulaciones en materia de Selección Nacional porque a ésa la tomó España por el cuello, en el Estadio Oude, de Ámsterdam, el 30 de mayo, y le metió 7-1 y el 1 fue de Carreño, y pasó a la historia como el primer gol de México en el extranjero. Es justo indicar que la alineación del equipo nacional, en aquella ocasión, fue con el mejor hombre del momento en cada posición: Bonfiglio, Récord y Ojeda; Suinaga, Nieves, Oso Cerrilla, Garcés, Benito Contreras, Ernesto Sota, Carreño, Terrazas.

En 1930, don Juan Luqué fue el entrenador del equipo nacional en el I Campeonato Mundial, en Montevideo. Se cuenta que durante el partido México-Argentina, el 19 de julio, Zumelzú le clavó a Bonfiglio un gol en el ángulo derecho con un balazo desde el fondo y que, entonces, Bonfiglio se volvió hacia don Juan, que estaba detrás del marco, y le dijo dolorido: “El sol, don Juan”. Y don Juan, comiéndose el cigarro, le respondió: “Le voy a hacer a usté un partido de noche, hijo de...” (No puedo completar la respuesta. Yo quisiera. Las manos me brincan en las teclas, pero no es posible. Lo dejo, pues, a su muy fecunda imaginación y solamente me atrevo a garantizarle que fue una palabra en la que palpita el alma nacional)

Era don Juan un tipo de anécdota. Una vez se presentó al entrenamiento un español recién llegado que estaba muy recomendado por un grupo de socios. Ya usted sabe que en los clubes, los socios son amantes de ostentar influencia, y sugerir, y provocar problemas. El tipo aquel entró al campo caminando con los pies muy abiertos y, realmente, su aspecto era grotesco. Don Juan lo miró detenidamente y le preguntó: “¿Y usté, marcando la dié y dié va a jugar futbol?” El candidato a estrella regresó a los vestidores y no se le volvió  a ver jamás.

Don Juan era perfeccionista. Hacía salir al equipo, por el túnel, en hilera, corriendo hacia el campo como leones que van en busca de los cristianos y una vez Pepe Rodríguez hizo el intento de regresar, rompiendo la armonía de la fila. “Y usté, ¿a dónde va?”, le gritó don Juan. “Los suspensorios, don Juan”, le explicó Pepe. “¿Y usté pa’ qué quiere lo suspensorio?”, repuso don Juan.

Murió el jueves 28 de mayo de 1970. A unos cuantos días de la iniciación del Campeonato Mundial.

- Tomado de La fiesta del alarido y las Copas del Mundo.

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