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Expresiones

La desesperanza y el desencanto habitan 'El lugar de la espera’, la más reciente novela de Sònia Hernández

La novela de la autora catalana se posa entre el esplendor de Gabriel Orozco y la tiniebla de Samuel Beckett

Juan Carlos Talavera | 20-11-2019
La idea central de esta nueva novela, explica en entrevista Sònia Hernández, no fue hacer el retrato única  y exclusivamente de una generación, sino de “un momento vital de la sociedad en la que vivimos”.  Foto: Cortesía Annamária Heinrich
La idea central de esta nueva novela, explica en entrevista Sònia Hernández, no fue hacer el retrato única y exclusivamente de una generación, sino de “un momento vital de la sociedad en la que vivimos”. Foto: Cortesía Annamária Heinrich

CIUDAD DE MÉXICO.

La desesperanza y el desencanto alimentan la inseguridad de los personajes que habitan El lugar de la espera, la más reciente novela de Sònia Hernández (Barcelona, 1976), narración aclimatada entre el esplendor de Gabriel Orozco y el panorama lúgubre de Samuel Beckett, donde se refleja el malestar de una generación que no ha encontrado hasta ahora ese mundo feliz que les prometieron sus padres, la publicidad, el gobierno y las series de televisión.

Al punto en que estos personajes se imaginan en la Comedia de Dante, mirando ese letrero que sugiere abandonar toda esperanza antes de entrar.

Son personajes que han rebasado los cuarenta años y atraviesan un momento complejo, porque la publicidad les ha dicho cómo vestir y las series de televisión les han indicado cómo comportarse, pero nadie les ha enseñado cómo llevar la vida diaria o cómo salir adelante”, dice la autora en entrevista con Excélsior.

Claro que ellos tienen intuición y numerosos referentes culturales, explica la autora, “y saben perfectamente que la cultura y el arte son instrumentos que pueden ayudar a reflexionar y a ver realidades más amplias, pero están entre ese camino que puede parecer esplendoroso con Gabriel Orozco y lo más lúgubre y gris que viene de Samuel Beckett”.

 

Imagen intermedia

 

Y saben también que en el arte y la cultura puede haber una posibilidad para salir de ese marasmo en el que los ha dejado la realidad del siglo XXI.

Y esa pregunta llega cuando Vasili, un artista con poca suerte, se encuentra con Orozco y se cuestiona por qué hay gente como él, incrustado en esas esferas del arte global”, explica Hernández.

Así que en este volumen, “es importante el papel del arte como un instrumento de emancipación, de enriquecimiento y de cultura en un sentido muy amplio, porque ellos saben que el arte les da acceso a la imaginación y a esa posibilidad de triunfo, aunque ese concepto termina por ser relativo”, apunta la también autora de títulos como Los enfermos erróneos, La propagación del silencio y El hombre que se creía Vicente Rojo.

 

¿HAY FUTURO?

 

La idea de esta novela, explica Sònia Hernández, no fue hacer el retrato sólo de una generación, sino de todo un momento vital de la sociedad en la que actualmente vivimos.

Considero que la novela se centra en un momento vital en donde los personajes han llegado a las puertas de eso que llamamos madurez o a esa juventud que pareciera alargarse, en la que tenemos que ser jóvenes, activos, vitales, felices, colgando fotos preciosas en las redes sociales, pero con imperativos y obligaciones que no sabemos de dónde vienen”, considera.

Puede ser que esto venga de la publicidad, de los medios de comunicación o del sistema económico, pero produce un cierto desconcierto cuando llegas y te preguntas qué ha pasado con nosotros.

¿La vida va en serio?, ¿qué hemos hecho?, ¿qué podemos hacer? y ¿qué han hecho por nosotros?, son algunas de las preguntas que se desprenden a lo largo de la novela publicada por el sello Acantilado. ¿Realmente el Estado tiene que procurar nuestro bienestar o eso le corresponde a los padres? ¿Son ellos los responsables?

De ahí que, en la novela, Javier ha decidido denunciar a sus padres, al Ministerio de Educación y al de Bienestar Social, porque cuando era niño no lo educaron ni lo prepararon para lo que vendría después, es decir, para la realidad que lo lleva cada vez más al irreversible fracaso.

El Estado me ha robado”, afirma el personaje, porque si nació con las mismas posibilidades que todo el mundo, en algún momento se las han robado o las ha perdido. El problema es que nadie le enseñó el funcionamiento del “sistema”.

Y la autora amplía la idea: “Digamos que hay un desencanto de mi generación, con todas las reservas de la frase, porque las personas que nacimos en España, a finales de la década de 70, vivimos los años posteriores a la muerte del dictador y, económicamente, se hablaba de un pensamiento liberal y de progreso”, explica.

Entonces crecimos en ese contexto y se suponía que creceríamos en libertad, con recursos, que podríamos estudiar lo que quisiéramos, porque la universidad se había masificado, así que todo mundo podría estudiar lo que quisiera y la universidad les daría un ascenso social. Crecimos con esa esperanza y con esa presión, pero al final la pregunta es si esto era el futuro que nos esperaba”, lamenta.

Quizá por esa razón los personajes de esta novela recuerden a Scherezada, acepta el protagonista de la novela, “quien tenía la vida asegurada mientras contase una historia nueva cada día”, tal como ellos escriben e inventan sus propias historias para que no los alcance el silencio del que podrían nacer las palabras que revelarán todo aquello de lo que no quieren hablar.

 

 

 

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cva

 

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