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Entrevista con Ricardo Legorreta, lejos del retiro

Uno de los arquitectos más importantes de México acaba de cumplir 80 años en activo y recientemente fue premiado por la UNAM

Luis Carlos Sánchez | 09-06-2011

CIUDAD DE MÉXICO, 9 de junio.- Ricardo Legorreta (Ciudad de México, 7 de mayo 1931) acaba de cumplir 80 años y no piensa en el retiro. Autor de edificios emblemáticos de la ciudad como el Hotel Camino Real o el Centro Nacional de las Artes (Cenart), el proyectista afirma: “el retiro como tal es como una especie de suicidio, no me gusta”. Legorreta tiene más de 60 años trabajando. Desde que fue dibujante y jefe de proyectos en el despacho de José Villagrán García en 1948 hasta la creación de su propia firma (hoy Legorreta + Legorreta, pues suma la creatividad de su hijo Víctor) en 1964, nunca ha parado.

“Debe ser terrible”, agrega en entrevista con Excélsior sobre la posibilidad de dejar su profesión. El sello particular de entender la arquitectura para Legorreta es perceptible en cada milímetro que le rodea, el amplio escritorio, colocado en una oficina de muros sobrios y perspectivas prolongadas, comparte espacio con obras de Francisco Toledo y Rodolfo Morales. En su despacho tampoco es imposible sustraerse del recuerdo de Luis Barragán, a quien Legorreta acepta como una “influencia enorme” en su obra.

Egresado de la UNAM en 1952, Legorreta recibió el 5 de mayo pasado, de manos del rector, José Narro Robles, el Premio Nacional de Arquitectura. Ahora conversa sobre sus inicios en la arquitectura, sus influencias y como se está pensando su actividad actualmente en México.

Cuándo decide estudiar arquitectura y por qué, se le pregunta. “No tengo respuesta porque no lo recuerdo, ya pasados los años hago un recuento y digo por qué, pero no hubo un día en el que me senté en el bosque y dije voy a ser arquitecto. Yo creo que viene de que mi padre, dedicado a las finanzas, fue un hombre que quiso mucho a México y anduvo por todo el país. Mientras él hacía otras cosas, yo me dedicaba a ver los pueblos, me acostumbré a caminar, a ver y de ahí se me despertó un amor por México excepcional; me di cuenta de que la arquitectura mexicana es extraordinaria, me acostumbré a ver los colores, esas cosas que han sido fuentes de mi inspiración”.

Legorreta recuerda que antes de fundar su despacho trabajó con uno de sus maestros. “Trabajé con José Villagrán porque en las estancias del Centro Histórico visité uno de sus edificios y vi lo bien que estaba construido, yo dije: ‘con este arquitecto voy a trabajar’. Con él aprendí a ser profesional, la ética, la honradez, la responsabilidad de construir para el usuario y no para nosotros”.

Un sello distintivo de Ricardo Legorreta ha sido trabajar de la mano del arte. Edificios como el Camino Real de la Ciudad de México cuenta con obras que nacieron junto a la concepción de los muros y salones. Isamu Noguchi diseñó la fuente de eterno movimiento, la celosía monumental y símbolo de la cadena hotelera es del escultor y pintor Mathias Goeritz, una gran escultura de Alexander Calder y un mural de Rufino Tamayo adornan el lobby.

Pero, ¿de dónde surge la idea de mezclar arquitectura y arte? “La arquitectura tiene mucho de arte, creo que un edificio es casi una escultura, la estética y la creación de ambientes es la esencia, la esencia de la arquitectura son las proporciones; si uno entra en un espacio debe sentirse bien aunque no sepas por qué. Por diversas razones he conocido a muchos artistas y con todos he tenido una enorme comunicación. Cada vez que he trabajado con artistas (como Francisco Toledo, Pedro Coronel, Pedro Friedeberg o Alexander Calder) el resultado ha sido mejor, ellos están concentrados cien por ciento en la estética y hay una contribución enorme. Los artistas me han ayudado a abrirme”.

La influencia de Luis Barragán

Barragán, dice, representa “casi el opuesto de Villagrán, representó en mi vida una gente con una enorme sensibilidad, no sólo estética sino de vida, para él era fundamental vivir bien, las cosas tenían que estar bien hechas, si te invitaba a comer tenía que ser a determinada hora porque bajaban los pájaros a la fuente. Tenía una enorme visión estética, un gran respeto por la calidad de vida, una vez que discutíamos un color me llevó dos o tres horas rumbo a Atlacomulco para ver la flor que tenía el color del que me hablaba”.

Legorreta reconoce sus influencias: “Todo el que diga que no copia está mintiendo. Tengo una influencia enorme de Luis, de Chucho Reyes, de toda esa generación de maestros de los 50. Tengo influencia del estadunidense Louis Kahn. Yo digo que la principal influencia del arquitecto se da viajando, al viajar ves y copias, el verdadero talento es tomar lo que te rodea y dar un paso adelante”.

En cuanto a la nueva generación de arquitectos en nuestro país, percibe cierta influencia extranjera. “México siempre ha estado en los grandes niveles de la arquitectura. Ahora creo que nos está pasando un poco lo del siglo XIX (cuando hubo una tendencia al afrancesamiento), está siendo reconocida la arquitectura mexicana porque tenemos unas raíces extraordinarias, pero siento que estamos un poco influenciados mucho por la tecnología, por los sistemas norteamericanos, europeos y estamos olvidando un poco la cultura mexicana. Creo que el papel de los arquitectos jóvenes es crear una arquitectura mexicana contemporánea y creo que es perfectamente factible”

Su visión de la capital no es muy positiva: “Muy mal. Una de las tendencias equivocadas de México y el mundo es que no toma en cuenta el entorno. La ciudad ha crecido y está creciendo muy mal, hemos querido seguir los modelos norteamericanos, que tiene otra forma de vida, son ciudades estructuradas alrededor del automóvil y nosotros también lo hemos hecho en un país que no tiene todo el dinero para crear eso; estamos creando un caos. Hablo del DF y de Guadalajara. Los arquitectos, los políticos y los promotores nos hemos dedicado a hacer cosas sin tomar en cuenta el entorno”.

Entrañables

De todos sus proyectos, los que más entrañan estima para Ricardo Legorreta son aquellos que guardan una historia. El Camino Real de la Ciudad de México (1968), la Catedral Metropolitana de Managua, Nicaragua (1993) y la casa construida en Estados Unidos para el actor Ricardo Montalabán cumplen este requisito.

En el primer caso, señala, “lo hice seis meses después de estar gravísimo, casi moría. Estaba en un estado de ánimo en el que había resuelto que iba a trabajar por México me costara lo que me costara, me dan el Camino Real y querían torres y yo les dije no, vamos a hacer un edificio bajo, y eso creo que transformó la hotelería”.

En Managua por el contrario, lo que marcó su trabajo fue el contraste. Un millonario estadunidense ofreció diez dólares por cada uno que los nicaragüenses lograran juntar. En un periodo de extrema pobreza, los centroamericanos lograron juntar 300 mil dólares y el mecenas puso tres millones más para hacer el edificio. Hoy es uno de los más emblemáticos de Legorreta y de los más respetados en la capital nicaragüense.

El tercero por su parte, entraña aprecio en el arquitecto porque fue una posibilidad de mostrar la arquitectura en EU.

Cómplices en el arte

Los edificios de Ricardo Legorreta guardan en su interior obras de artistas importantes:

Francisco Toledo

Pedro Friedeberg

Pedro Coronel

Alexander Calder

Mathias Goeritz

Rufino Tamayo

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