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Nacional

Ausencias que lastiman: su pecado, ser sinaloense

Familia se refugia en Durango debido al acoso de los narcotraficantes

Perla Cardoso/ Corresponsal | 27-11-2014
Foto: Especial
Foto: Archivo Excélsior.

DURANGO, 27 de noviembre.— Su origen fue suficiente para desaparecerlo. Haber nacido en Badiraguato, Sinaloa, hizo que hombres del cártel de Juárez no le perdonaran vivir en Ignacio Zaragoza, Chihuahua, el pueblo que controlaban.

Ser sinaloense le bastó a Sabino para  que le  dictaran sentencia: “lárgate del pueblo, si no  te vamos a matar junto con tu familia.”

Como buen serreño, de carácter reacio, no cedió ante la amenaza: “Y por qué me voy a ir, si no les debo nada, ni he hecho nada”, les respondió.

Los narcos de ese grupo local llegaron por Sabino Quintero en abril de 2009.

Entraron a las 10 de la noche por la orilla del pueblo, y estacionaron afuera de su casa,  las 13 camionetas en que viajaban.

Armados y con el rostro cubierto con pasamontañas, entraron a su casa; ahí estaban su esposa y dos de sus hijos, uno de 13 años y otro de 10.

Con sus cuernos de chivo, algunos al hombro y otros apuntando, lo sacaron y lo treparon en una de las camionetas. Desde entonces la familia no sabe nada. Tenía 45 años cuando se lo llevaron.

Esa misma noche, los hijos mayores de Sabino salieron a un exilio que hasta ahora los tiene en Durango, por el miedo de que los malandros volvieran en sus trocas y también cargaran con ellos.

Dos semanas después su madre y sus hermanos menores ya no aguantaron la presión de los narcos, y también tuvieron que dejar el pueblito, y autoexiliarse en un sitio que no quedara en Chihuahua.

 Todos terminamos saliendo para Durango, y ya no volvimos a saber nada, porque ellos decían que nos iban a matar a todos”, dice un hijo de Sabino.

Mi mamá tenía 42 años y nosotros con mi papá teníamos como seis u ocho años viviendo ahí; no teníamos problemas con la gente del pueblo, nada.

A la pregunta de si alguna autoridad ha investigado el paradero de su padre durante los más de cinco años que han transcurrido, esta vez responde de forma más amplia, y señala que los policías estaban con los hombres que se llevaron a su padre, y por lo visto también la autoridad.

Una escena da cuenta de la complicidad. “Ellos entraban a hablar por teléfono de manera normal a la Presidencia, así como andaban con las armas, y decían que hablaban de ahí porque era el único lugar donde los teléfonos no estaban intervenidos.

Ellos por el temor a regresar ya no hicieron nada por preguntar, pero denunciaron, en Chihuahua, su desaparición.

Fuimos a poner la denuncia ahí en Chihuahua, pero yo estoy seguro de que esa denuncia ya ni está en pie”, asegura, porque nadie les informó nada, ni les dio  algún rastro de dónde quedo su padre.

Estos cinco años a todos les pegó igual la pérdida de Sabino. El miedo no los abandona, todos se volvieron desconfiados, hablan poco del tema, no lo comparten con mucha gente, y la mayor parte de sus hijos, está en una zona muy alejada de las ciudades, porque eso es lo único a lo que se aferran a poder vivir en  un pueblo, porque a su casa de Chihuahua, ya nunca van a poder regresar.

Ahí mandan los mismos, son los que siempre han estado ahí, y para ellos lo que sea de Sinaloa, es del otro grupo aunque no sea cierto, aunque los del grupo contrario ni siquiera que están ahí cerca, ya ni de Sinaloa sean, para ellos así son las cosas.

El hijo de Sabino cuestiona al final para qué contar su historia, para que la quieren y ante la respuesta de que se trata de contar las historias de los desaparecidos en el país, que han sido y no han sido encontrados, guarda silencio, y después suelta un ahhhh está bien, pero pide no citar su nombre.

Así no más sin nombres, dice y da por terminada la plática.

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