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Función

Cerati, custodiado por la Virgen de Guadalupe

Las puertas del edificio sede de la Legislatura de Buenos Aires, construido hace 83 años en una manzana triangular, sobre la diagonal que sale hacia el sur desde la Plaza de Mayo, permanecen todavía cerradas a pedido de sus familiares

Horacio Serafini/ Especial | 06-09-2014
Sus admiradores quisieron ser testigos del último adiós al músico, considerado una de las figuras más importantes del rock hispano.
Sus admiradores quisieron ser testigos del último adiós al músico, considerado una de las figuras más importantes del rock hispano.

BUENOS AIRES, 6 de septiembre.- El reloj de la torre que remata al edificio estilo neoclásico francés marcó las 22 horas, pero su órgano no dio anoche las diez campanadas de rigor. Desde dos horas antes, en el hall de su primer piso, entre los salones San Martín y Dorado, sobre una base cromada esta apoyado un féretro cerrado, dentro del cual está el cuerpo sin vida de Gustavo Cerati.

Las puertas del edificio sede de la Legislatura de Buenos Aires, construido hace 83 años en una manzana triangular, sobre la diagonal que sale hacia el sur desde la Plaza de Mayo, permanecen todavía cerradas a esa hora a pedido de sus familiares. Pero en los alrededores la fila de personas que aguardan para despedirlo con un “Gracias totales”, un giro ceratiano incorporado al habla del porteño (el habitante de Buenos Aires), crece a razón de tres calles cada quince minutos, según pudo comprobar este cronista.

Cuestión de azar, se dirá después el cronista. A cinco calles del acceso, se detiene ante dos mujeres, Lucy Valdéz, de 43 años, y Rosa Zamudio, de 53. Enfermeras ellas, estuvieron al cuidado de Cerati en la habitación del octavo piso de la clínica neurológica en la que permaneció desde su accidente cerebrovascular en Caracas hasta su traslado a otra clínica, todo en 2010.

“Desde México le habían mandado un álbum con fotos que estaba en el altarcito (un rincón en la habitación en el que también fue colocada su primera guitarra, entre otros regalos llegados de toda América Latina) y un cobertor (manta) con la Virgen de Guadalupe, con la que por indicación de su madre (Lilian Clark), siempre lo tapábamos”, cuenta Lucy. “De color marrón ocre, con un círculo blanco y la imagen de la virgen”, agrega para más datos Rosa.

Cuentan, además, que una noche intentó llegar hasta Cerati, Cristian Castro, pero que no se lo permitieron. También que cuando fue ingresado a la clínica se lo hizo con el apellido Romero para preservar la mayor reserva posible. “No lo pudimos reconocer, estaba con el pelo cano”, dice a punto de quebrarse en llanto Lucy, que se confiesa fanática de Soda Stereo desde que estaba embarazada, a los 25.

Para ellas, como para todos, las “Gracias totales” a mamá Lilian.

Cada día de los cuatro años que su hijo permaneció en coma, tomó el autobús desde su casa hasta la clínica para estar con él a partir de las 16 horas, el tiempo habilitado para las visitas. Hace casi un mes, cuando “mi nene” cumplió los 55, por primera vez hizo una declaración periodística: “Ojalá que a partir de ahora pueda contestar él las preguntas”, dijo entonces. Hasta Gustavo Barbalace, el director de la clínica donde estaba internado, al dar la noticia, pidió que “ojalá en el mundo haya muchas Lilian”.

Las chilenas Carol Jara, de 31, y Alejandra Sepúlveda, de 22, estudiantes en Buenos Aires de sicología y medicina, respectivamente, hacen el aguante a cuatro calles de la entrada, mientras son parte de uno de los tantos círculos de jóvenes que, sentados sobre el empedrado, entonan canciones de Soda Stereo al compás de una guitarra. “Sin tu olvido, moriré…”, cantan los otros.

Las chilenas filman la escena con sus celulares. “Es un icono del rock latinoamericano. Soda Stereo abrió las puertas”, dice Carol.

“Fuerza planetaria”, dice una bandera a las puertas de la Legislatura. Lucas Montana está aquí desde hace seis horas, en el día de su cumpleaños 30 años. “Amor, eso es lo que me enseñó. Más que un músico, es un familiar al que vengo a despedir”, dice. Suena de fondo “ella durmió…”, como a lo largo de la fila que en silencio en su mayoría, con cantos de homenaje en otras, seguramente entrará a despedirse entrada la madrugada.

Como Juana Castro, de 41 años, junto a su hija Julieta, de 18, orgullosa de que Cerati “sea argentino y que el mundo lo conozca”. O como el venezolano Ramón Alí Mogollón, de 39, que hace aquí un doctorado en educación superior y se coloca sobre el pecho una foto de Cerati: “el capo de los capos de la música latinoamericana”. O como Fabián y Johana…. O como los miles y miles que a la medianoche se extienden a lo largo de 20 calles,  sin que el carillón suene, para despedir a un artista que fue popular más allá de Argentina.

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