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Expresiones

Recuerdos gozosos de juventud en la 35ª edición FIL Guadalajara

La novela’ Fantasmas en el balcón’, de Héctor Aguilar Camín, evoca el “desmadre” de un grupo de amigos en la Ciudad de México de los años 60

Virginia Bautista | 30-11-2021
Foto: Cortesía Ed. Random House
Foto: Cortesía Ed. Random House

 

GUADALAJARA. La amistad es el eje mayor, el telón de fondo, de Fantasmas en el balcón, comenta el escritor Héctor Aguilar Camín (1946) sobre su novela más reciente. “Pero la amistad en estado puro, antes de que la mellen la edad y la vida, porque una parte triste y a la vez inevitable de la amistad es la pérdida de la misma amistad”.

Para el narrador, “la amistad es el amor sin erotismo, pero no sin celos ni sin rivalidad. La política puede hacer mucho daño a la amistad. La competencia y la envidia también. Pero la amistad que cruza eso, justifica la vida. Un buen lector justifica la existencia de un libro. Un buen amor y un buen amigo pueden justificar una vida”, afirma en entrevista con Excélsior.

La trama se desarrolla en la casa donde el novelista vivió de los 13 a los 26 años, en Avenida México 15, en la colonia Condesa. “Ésta es la historia de algunos de los habitantes de la casa, que era casa de huéspedes. Fue la escuela de mis iniciaciones capitales: en la amistad, la libertad, el alcohol, en el sexo y en el valor de la autonomía personal. También en la literatura. Fantasmas en el balcón es un destilado narrativo de todo eso y de la felicidad que todo eso suscita en mi memoria”.

El también editor explica que “los que recuerdan la historia son fantasmas, pero los que la viven son personajes de carne y hueso, sueltos en una ciudad que se ha ido, pero que está evocada con gran cuidado en los detalles, explicando y describiendo cada cosa; de modo que el lector vea, sienta, oiga la ciudad del relato y pueda evocarla mientras lee, aunque no la haya conocido. El libro descansa en hechos y personas reales, pero esos hechos y personas están transfigurados por la ficción y por el tono fársico, satírico, de la narración”.

Dice que el tono de la novela vino solo, porque lo necesitaba. “La escribí para fugarme de la opresión del confinamiento de la pandemia. Quería salir, reírme, saltarme el horizonte ominoso de la tragedia que nos iba rodeando y cuya magnitud no acabamos de reconocer”.

El historiador evoca la Ciudad de México de los años 60. “Era suficientemente grande para permitir el anonimato, pero suficientemente pequeña para caminarla o cruzarla en camión, de cabo a rabo, en no más de 45 minutos.

Siempre tenía enclaves de violencia y la nota roja era reina. Había pandillas temibles, en la Roma, la Portales, la Doctores. Pero no era una ciudad violenta. La libertad política era propiedad del gobierno, pero la libertad de costumbres, no”.

Indica que Fantasmas en el balcón sucede en “esa zona de la libertad de costumbres de aquella ciudad que empezaba a ser muy habitable para la clase media, al tiempo que era el refugio de la gran migración rural que vaciaba el campo. La ciudad de hoy es un monstruo inabarcable. A mí me encanta y me horroriza la Ciudad de México”.

Cuenta “el desmadre” de unos personajes que están “en el jubiloso vilo de su juventud”, prácticas que siguen vigentes, aclara. “Yo he cambiado. Soy incapaz de nada de lo que narro. Pero, por lo que oigo y veo de jóvenes y reventados, la noche loca y el desmadre mexicano gozan de cabal salud y de una envidiable libertad de costumbres. Lo nuevo es que la ciudad y nuestra vida en ella están intervenidas por una violencia que no conocíamos”.

Ante la pregunta de qué fantasma es él, Aguilar Camín detalla que los dos personajes de ficción químicamente puros que hay en Fantasmas en el balcón son Lezama y Alatriste. “Supongo que yo estaré reflejado en una mezcla de ellos. Pero todos los personajes están unidos a mí y han sido recordados y transformados por mí, y no hay ninguno que sea ajeno a mis recuerdos, a mis afectos y a lo que soy”.

En la novela se habla de un terremoto que, para el autor de Adiós a los padres y Toda la vida, es “envejecer, que la vida te lleve”. A sus 75 años, admite que “hay vida después del terremoto. Pero la verdad es lo que dice Phillip Roth: ‘La vejez no es una edad, es una masacre’. No he llegado a la masacre, estoy todavía en el Terremoto”.

Fantasmas en el balcón se presentará hoy, a las 20:00 horas, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

 

cva

 

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