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Epidemia verbal

Yuriria Sierra

Yuriria Sierra

Nudo gordiano

Lo último fue un video manipulado: Nancy Pelosi pronunciando un discurso meticulosamente editado para parecer que fue dado en estado de ebriedad. Fue un material que se distribuyó en redes sociales y que, cuando llegó a los ojos de Donald Trump, se convirtió en pólvora. El Presidente de Estados Unidos tomó el video y lo difundió en su perfil el pasado 24 de mayo. Si las imágenes habían sido vistas por varios miles de personas, aumentó su espectro a los más de 60 millones de usuarios que, sólo en Twitter, tiene el republicano.

Una fake news que muchos tomaron como un hecho real cuando lo vieron gracias a Trump. Y así, con esa facilidad con la que una noticia falsa se convierte en herramienta para denostar, así también el discurso de odio. Por eso Trump, al tiempo en que usaba este video para hacer mofa de quien ha sido una de las demócratas que le han plantado cara, la llamó “Nancy, la loca”. El pretexto del Presidente de EU fue el T-MEC. Acusa a Pelosi de ser un obstáculo para su ratificación. Aunque ayer mismo él abrió un nuevo frente con nuestro país y con la rudeza que lo identifica: impuso 5% de aranceles a todos los productos mexicanos que se importen hasta que se detenga el flujo migratorio. Esto tendrá consecuencias inmediatas, más allá de las reacciones del mismo tipo que México imponga, en la ratificación del tratado comercial que aún espera la última luz verde.

De regreso a las ofensas de Trump, pensamos en lo peligroso que esto resulta cuando viene de un líder como lo es un presidente. Si como candidato encendió la campaña al llamar nasty woman a Hillary Clinton, luego de que la entonces candidata demócrata hiciera referencia a la opacidad de la situación fiscal de su rival durante uno de los debates en 2016. Y este habrá sido su momento más álgido, pero también lo hemos visto burlarse de las personas con discapacidad, como en un mitin donde habló de un periodista de The New York Times. Trump utiliza de forma más burda la ofensa como manera de descalificación a sus opositores o a cualquiera que lo cuestione.

No es el único, Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, aseguró en marzo pasado que las mujeres que se quejan de su manera de expresarse son “putas” y “locas” y que le coartan su libertad. Lo dijo tras las críticas por sugerir que los sacerdotes no pueden controlar sus impulsos, por lo que las mujeres son quienes deberían alejarse de ellos. Ambos adjetivos dichos en un contexto filipino que lo pone a la par de México en tasa de feminicidios (sí, dolorosísima referencia). Habrá quien, como Duterte, no encuentre conexión entre estos adjetivos y estos crímenes. Ahí el peligro.

Podríamos seguirnos con más ejemplos. Tan sólo Trump y Duterte dan para textos completos sobre sus ofensas y agresiones verbales como estrategia de descalificación, tanto a mujeres como a hombres. Lejos está la capacidad para responder cuestionamientos con información sólida, con discursos contundentes. Les resulta más sencillo ridiculizar a sus opositores y usar esto como alimento efectivo, por ejemplo, para la propagación de memes y, como contamos al inicio, de material editado que encuentra fácil quien lo distribuya en redes sociales. Y podrá ser cosa menor para quienes son partidarios de esta “comunicación”, pero nadie puede negar la división que provoca, ni defender lo poco —nada— que aporta al debate público y lo mucho que desvía la conversación. Y esto parece ser una epidemia.

 

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