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El odio

Yuriria Sierra

Yuriria Sierra

Nudo gordiano

Razones para el enojo no han faltado en estos días. Han sido días difíciles. Mucha rabia. Mucha furia. Sin embargo, ante coyunturas como las que atravesamos, el peor error —tristemente, el más recurrente— es comprar alimento para el odio. Pero hay quien lo hace todos los días. Somos testigos de ello.

Desde quienes se pelean a bordo del transporte colectivo hasta quienes escriben un tuit para burlarse de las tragedias ajenas. También hay quienes descalifican con adjetivos por no compartir ideas a quienes legislan a favor de la brutalidad.

Todo comienza ahí, en aquellos que dedican tiempo y esfuerzo en abrir una cuenta como #MeTooHombres porque no son capaces de entender la complejidad de la violencia que vivimos las mujeres todos los días y les resulta inaceptable que antes que de ellos, hablemos de las nueve mujeres que mueren a diario en nuestro país, según cifras de la propia ONU.

El peligro es que todo se acumula, se engrosa y germina en acontecimientos mucho más lamentables. Todos nacidos a partir del odio, que a veces se disfraza de insignificancia, como una cuenta de Twitter.

En las últimas semanas he dado cuenta en Imagen Noticias de varios de estos hechos: la masacre en Nueva Zelanda, la de una escuela secundaria en Sao Paulo, las varias y constantes en Estados Unidos o los atentados terroristas en Europa.

Odio irracional. De igual forma he contado ése otro, ése que llega por la vía institucional, la que tendría que estar blindada de emociones: Donald Trump reiterando una y otra vez su decisión de cerrar la frontera, de tratar a los migrantes como ciudadanos de segunda.

Hay naciones como Brasil en donde ha sido borrado de su agenda social todo lo que tiene que ver con la comunidad LGBT porque así lo decidió su presidente, Jair Bolsonaro.

En Brunei, por ejemplo, se ha aprobado una legislación para el odio, la que desde ayer condena con lapidación a cualquier persona homosexual o infiel; misma ley que cortará la mano a quien robe la primera vez; y si reincide, un pie.

¿De verdad éste es el mundo en que vivimos? El mundo que no ha dejado de ser nunca Edad Media. El mundo que se aferra a la barbarie.

Ni por los acontecimientos dejemos que el odio germine dentro de nosotros; menos aún que se extienda en nuestras tantas y tan diversas sociedades.

Es labor de todos: de quien se levanta todos los días y saluda su vecino o al desconocido que pasa frente a su casa, hasta de quien le dirige un mensaje a su nación.

Todos debemos encontrar las mejores vías para abrazarnos, para entendernos, para aprender a vivir con nuestras diferencias; porque justo ahí está una de las mayores ventanas de oportunidad para asegurar un mejor futuro, uno que no dependa de decisiones de unos cuantos.

Ser capaces de generar empatía, de saber estar en lugar del otro, es la única manera de crecer como seres humanos, de enriquecer a una sociedad.

Nos queda claro que siempre habrá quienes busquen capitalizar el odio, incluso electoralmente, pero permitirlo es comprar un boleto hacia la destrucción, la propia y la de quienes amamos.

Que ni los hechos más trágicos nos permitan darle más entrada al odio.

 

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