Un ideal llamado Emiliano

Víctor Manuel Torres CUARTO DE FORROS
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El libro para niños ¿Sabes quién es Zapata?, de la dramaturga Amaranta Leyva y editado por el sello Alfaguara, tiene cuatro virtudes distribuidas en 111 páginas: es una historia ilustrada, es un pequeño cancionero, es un libreto para montar la historia con indicaciones muy sencillas y es, también, un breve manual con sugerencias didácticas. Todo en uno.

Lanzado al mercado librero en 2019, con motivo del centenario luctuoso del Caudillo del Sur, este libro —ilustrado por el dibujante mexiquense Aarón Cruz— relata de manera sucinta, amena y brillante los orígenes del líder revolucionario en los campos morelenses; y lo hace también echando mano de los corridos, ese género popular que informa de boca en boca los avatares de personas destacadas o los detalles de hechos memorables.

Tres amigos (una niña, un niño y un músico con su guitarra afinada) se proponen contar al público dónde nació Zapata, cuáles fueron sus motivos para luchar a favor de la población pobre de su comunidad, qué hizo para volverse respetado y peligroso para el gobierno y los terratenientes y, sobre todo, cómo fue traicionado y asesinado. De hecho, el corazón del relato es justamente un cuestionamiento tan avasallante, que sólo una pluma experimentada e ingeniosa como la de Amaranta Leyva es capaz de contárselo a un público infantil: ¿por qué los héroes mueren?

Así, una de las primeras estrofas, entonada por el amigo músico, establece la cuna de Zapata: “En Anenecuilco fue, / misérrima población, / cerca de Villa de Ayala, / donde Zapata nació”. Para reforzar el dato geográfico, la niña interrumpe al guitarrista y le pregunta dónde queda ese lugar. El músico, que “casualmente” tiene una flecha para señalar puntos en los mapas, indica el sitio, apoyándose en las poblaciones más grandes e identificables que sirven de referencia: Cuernavaca y Temixco, por ejemplo. Y todo, con una buena dosis de humor muy bien desplegado en los diálogos.

Luego viene la recreación del Zapata niño que, junto a sus padres y sus nueve hermanos, es desalojado de su jacal, pues no pueden comprobar la propiedad de la tierra que han trabajado por años. La pregunta que el niño Emiliano formula a sus papás es tan pertinente como incontestable: “¿Por qué no pelean contra esos tiranos y acaban con la esclavitud?”. El padre trata de responder y calma al muchacho: “Hijo, tus palabras son brotes tempranos. Ellos (los hacendados) son muy poderosos. No podemos vencerlos”. Pero Emiliano no se acobarda: “Pues yo haré que devuelvan estas tierras robadas; es un juramento, no bravuconadas”. Ha germinado un retoño de justiciero.

Los amigos relatan la maduración de Zapata de una manera sintética, pero completa: el niño crece rápido, se convierte en caballerango mientras se dedica a estudiar viejos documentos de propiedad que no designan tan claramente a los terratenientes como dueños de la tierra. Se despierta su liderazgo. El coraje por el despojo no se ha ido. Al contrario: crece con él y con su sueño de justicia.

Después se relata su rebelión colectiva y la promulgación —el 28 de noviembre de 1911— del célebre Plan de Ayala, a través del cual llamaba a tomar las armas para restituir las tierras a quienes en verdad las trabajaban y, al mismo tiempo, desconocía al gobierno del presidente Francisco I. Madero, a quien acusó de darle la espalda a las causas campesinas. También aparece, desde luego, la inminente, pero infructuosa unión de fuerzas con otro caudillo: el también legendario Pancho Villa, ingobernable jefe de la famosa División del Norte. Y al final, sus batallas contra el propio Madero, contra Victoriano Huerta y contra Venustiano Carranza también, lo que culminó con su asesinato en Chinameca a manos del chacal Jesús Guajardo.

Una historia trágica, sin duda, pero también esperanzadora. Ése es precisamente el mensaje central para los pequeños lectores: sí, los héroes mueren, pero no su ejemplo de entereza, que ha de cundir entre la gente que ha sido doblegada, humillada y robada inescrupulosamente.

El remate en versos no puede ser más espléndido. El músico entona: “Arroyito revoltoso, / ¿qué te dijo aquel clavel? / Dice que no ha muerto el jefe, / que Zapata ha de volver”. Y mientras el canto se despliega, los niños terminan de construir una figura colosal de Emiliano; colosal como su revolucionario legado. Los aplausos no se resisten a esperar.

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