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Las comillas son de Blades

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

El año pasado, en este espacio (Excélsior, 16-07-2017), este redactor ponía énfasis en la afición lectora del cantautor panameño Rubén Blades, quien además de ser uno de los pilares de la música popular latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX (específicamente en el terreno de la salsa y los ritmos afroantillanos), también ha destacado como actor en Hollywood, como abogado e incluso como político, al grado de que compitió en 1994 por la presidencia de su país.

El asunto regresa a esta columna, pues en la última semana —antes de ofrecer dos espléndidos conciertos con big band en el Teatro Metropólitan de la Ciudad de México—, el creador de Buscando guayaba programó una rueda de prensa en la que abordó tres temas fundamentalmente: su debut con una orquesta de gran formato (una treintena de músicos en el escenario), la participación política en cualquier democracia (“todo el mundo tiene una responsabilidad cívica, todo mundo es ciudadano. De una forma u otra, todos debemos participar. Eso no es hacer política, es hacer país) y —ya ni haría falta decirlo— su afición lectora, a la que se refirió de forma abundante. Aquí unos apuntes.

Entre sus proyectos editoriales, dijo, está el poemario que ha prometido publicar y la compilación de sus canciones: “Ahora mismo —explicó— me habló (el editor) Cristóbal Pera, del sello Penguin en Nueva York, para preguntarme sobre ello (la posibilidad de publicar un libro). Lo que creo que haré inicialmente no sólo es compilar las letras de mis canciones, sino también mencionaré qué me impulsó a escribir cada una. También estoy preparando un libro de poesía. Ya llevo dos o tres años amenazando con que voy a presentarlo. Le mandé un poema a Junot Díaz (novelista dominicano-estadunidense), y él me dijo que siguiera escribiendo. Yo creo que eso quiere decir que (mi poesía) está bien, pero no sé con certeza aún si los poemas son lo suficientemente válidos”.

Por otra parte, aseguró, está leyendo La novela de mi vida y Herejes, del célebre novelista cubano Leonardo Padura con quien lo une una profunda amistad. Y releyó hace poco Yo no vine aquí para hacer un discurso, de Gabriel García Márquez, y la autobiografía de Frederick Douglass (Vida de un esclavo americano); lo que lleva consigo en su gira es una biografía de Karl Marx, porque le interesa “entender algunas cosas”. También carga ahora con un poemario de Georg Trakl (1887-1914), “que es uno de los iniciadores del impresionismo literario”.

Luego, en tono lúdico, dijo que está “trabajando” un poemario de Jorge Luis Borges. “Estoy leyendo una antología poética de Borges, que él mismo preparó”. Lo que hace, aseguró —en broma o no, ya no se sabe— es intervenirlo: “Leo un poema de Borges y luego escribo otro. Escribo reaccionado al poema. En otro momento tomé un poema de Borges y reescribí así: la primera línea (verso) es de Borges, la segunda es mía; la tercera es de Borges, la cuarta es mía. Entonces se los llevo a mis amigos intelectuales y les digo: ‘Oigan, ustedes que saben todo, sepárame cuáles son las líneas de Borges y cuáles las del salsero. Pero ésa es parte de la perversidad, del sentido del humor necesario. Él (Borges) seguro estará feliz con este ‘experimento’, pero primero tengo que hablar con la señora María Kodama (viuda y heredera de Borges), porque no quiero tener problemas...”

Pero al autor que abordó con mayor pasión fue Albert Camus: “El libro que a mí me afectó mucho, tanto que después de leerlo no leí nada por año y medio, fue El mito de Sísifo”. Ahí hizo la separación entre Camus y Jean-Paul Sartre, quien nunca fue de su agrado “porque era un tipo demasiado negativo” en su concepto. Pero el autor de El extranjero y La peste era otra cosa, según el músico panameño: “Camus decía: ‘El absurdo existe, absolutamente, pero nosotros podemos crear una razón dentro de ese absurdo que nos rodea’. Así que el castigo de Sísifo deja de ser un castigo cuando él asume voluntariamente la subida de la piedra. Era, para mí, una forma de decir: ‘Sí, esto es absurdo, pero yo puedo crear también un orden, que es mi orden, y que justifica mi presencia en este universo absurdo. Camus, por su crítica al stalinismo, por su posición ante la circunstancia de Argelia (se refiere a la guerra independencia que logró de Francia y que tuvo lugar entre 1954 y 1962), y por sostener ‘este terrorismo es bueno y este terrorismo es malo’ tuvo un gran problema, el mismo que nos causaría a cualquiera cuando tratamos de ubicarnos dentro de los límites de la razón y no entrar en los extremos, o justificar lo injustificable a través de una ideología. Por eso, para mí, Camus fue vital”.

Al final, citó otra vez a García Márquez, con quien se amistó antes de que el escritor colombiano recibiera el Nobel de Literatura (lo hizo en 1982). “Yo le decía a Gabo (apodo de García Márquez) que si yo fuera salvar una ‘vaina’ tuya, sería Relato de un náufrago; ese texto tuvo un impacto tremendo. Para mí es una cosa extraordinaria. Especialmente porque era algo que Gabo no quería escribir. Él decía que la historia ya era conocida, que para qué lo mandaban a hacerla si ahí ya no había nada que agregar. ¡Y miren lo que salió! Incluso puede decirse que esa novela ayudó a que cayera la dictadura de (Gustavo) Rojas Pinilla (1900-1970). Gabo, muy prudentemente, se fue a Europa en ese tiempo”.

Por supuesto, Rubén Blades no es un divulgador literario, mucho menos un crítico —jamás ha pretendido serlo—, pero sí es un lector habitual al que le gusta charlar sobre los libros que lee y en cuya obra musical deja traslucir, a veces, esas lecturas. Quizá el propósito esencial de su expresión artística sea el de contribuir decididamente al goce musical de la gente que lo escucha, pero en esa vía ha encontrado lugar para vaciar un poco de la literatura que lo ha nutrido.

 

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