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Johnny Cash, el apóstol

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

 

El gran Johnny Cash (1932-2003) no se contentó con fungir como un emblema de la música folk. En ese terreno, huelga decirlo, el músico estadunidense fue una celebridad mundial. No. El famoso autor de I walk the line también escribió una novela que, desde mi punto de vista, vale la pena leer, comentar y recomendar.

Publicada originalmente en 1986, El hombre de blanco (Man in White) llegó para los lectores en español el año pasado, bajo el sello de Penguin Random House (colección Reservoir Books) y la traducción de Luis Murillo Fort (quien se ha encargado de trasladar al castellano, por ejemplo, a Cormac McCarthy).

No obstante que el título alude directamente a Jesús de Nazaret (y además es un espléndido contrapunto con El hombre de negro, como se conocía a Cash en el medio musical), el protagonista de la novela es Saulo de Tarso, quien de implacable perseguidor de los nazarenos, luego de la muerte y resurrección de su maestro, pasó a ser, a través de una milagrosa conversión en el Camino de Damasco, el más radical de los propagadores del Evangelio cristiano.

¿Pero por qué le interesó tanto la vida y obra de Pablo? La clave está no tanto en la biografía de Saulo, sino en la mutación de la que fue sujeto “por gracia del Hijo de Dios”. Esa veloz metamorfosis de juez y verdugo a fidelísimo soldado “del Carpintero” le causó una tremenda curiosidad a Cash, quien aseguró en el prólogo de su novela: “Por favor, entiéndase que creo firmemente que La Biblia, el conjunto de las Sagradas Escrituras, es la infalible e indiscutible expresión de la Palabra de Dios”. Ahí se expone, con claridad, una devoción que practicó durante toda su vida.

Esa conversión de Saulo en Pablo no está disociada tampoco de la propia vida de Cash, quien luchó contra el abismo de la drogadicción y pudo sobrevivirlo. Puede decirse, en todo caso, que la conversión que admiró en Pablo es una humilde alegoría de su propia transformación. Jesús de Nazaret se le apareció a Saulo a través de un sonido de manantial por donde corría, incansable, el agua viva de la fe y a través también de una luz tan intensa que lo dejó ciego “para que pudiera ver”. Luego, ya redimido, el obcecado, inteligentísimo y treintañero Pablo convenció al resto de los apóstoles de que su conversión era genuina (sobre todo a Pedro, la “piedra” angular elegida por Jesús para fundar su iglesia) y emprendió un trayecto por el mundo para llevar la palabra divina a quien quisiera escucharla y adoptarla. Así que Pablo el viajero es también un paralelismo inevitable con el cantautor, que pasó más de la mitad de su vida en la carretera y fue pionero en ofrecer conciertos dentro de las cárceles de su país.

Cash construyó, pues, una novela documentada, estructurada y cuya narrativa es dúctil, aunque no facilona. Y no sólo eso: también tomó el riesgo de debatir, a través de sus personajes, con las posturas más doctrinarias de algunas leyes religiosas. Cash erigió, a través de mucha investigación, un artefacto literario original y con un entramado interesante, sólido y retador para el lector. Y, por si fuera poco, fue capaz de sostener un relato por donde se filtra un aire místico, al que quizá aspiraba el propio músico-escritor en vida.

No digo, desde luego, que Johnny Cash haya sido una especie de eslabón perdido de la literatura estadunidense, plena de clásicos universales. Lo que digo es que se tomó tan en serio la escritura de su novela que terminó por ganarse un lugar, si bien pequeño y específico, dentro de ese ámbito en donde habitan aquellos libros que merecen la atención de los lectores. Cash, bandera del country, también fue un escritor dedicado, pulcro y pudoroso: tardó casi 20 años en publicar su novela. Si trató de hacer un paralelismo entre la conversión de Pablo el apóstol y su propia transformación ya es otro cuento, pero, eso sí, un valioso cuento que refleja una curiosidad literaria profunda y una fe inquebrantable.

 

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