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El oído de Robert Walser

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

 

En un breve texto titulado La sonata, el escritor suizo Robert Walser asegura que los ángeles no tienen esperanza, pues no la necesitan. “¿Espera un ángel? No. Los ángeles están por encima de la esperanza”. Y luego conecta su afirmación con el asunto central de su escrito, que no es necesariamente teológico: “Algo parecido a un ángel debe resonar en la sonata que tengo en mente…”.

Efectivamente, la celestial composición que imaginaba el narrador nacido en 1878 y muerto en 1956 sólo existía en su magnífica imaginación literaria, nutrida, desde luego, con muchísima música, arte al cual le brindó siempre una atención ilimitada, un amor atribulado y una lealtad absoluta.

Fiel e irredento escucha, el prolífico autor de novelas tan notables como Los hermanos Tanner nunca dejó de publicar, de manera alterna a la creación literaria, al respecto del mundo musical. Algunos de esos textos son reunidos, en español, en el libro Lo mejor que sé decir sobre la música (Siruela, 2019), donde aparecen algunos poemas, cuentos, apuntes y colaboraciones para distintas publicaciones –austriacas y alemanas, fundamentalmente– que aparecieron entre 1899 y 1933.

Por ejemplo, en el poema El tañedor del arpa de mano, describe a un ejecutante de este sutil instrumento de cuerda que “toca medroso/ como ayer, cuando era de noche/ y atravesaba las habitaciones/ tímido, amable, indescriptible”; y Walser augura que ese mismo intérprete “seguramente tocará durante todo el día;/ y así olvidará cuanto antes/ las calamidades pasadas y futuras”. Es decir, el autor dota a la música de un poder sobrehumano, extraterreno: un arte que puede no sólo disipar el sufrimiento que le ha acontecido al gentil tañedor, sino conjurar los maleficios que le depare el porvenir.

En otro texto se refiere a las delicadas manos de una hermosa maestra de piano como “cisnes blancos sobre agua oscura”, y en otro confiesa el amor que siente por la música, que es para él “lo más dulce del mundo”; tanto, que le gustaría morir escuchando una pieza, pero eso, acepta Walser, es imposible, pues “las notas son puñaladas demasiado débiles, y las heridas de tales punzadas escuecen, claro, pero no destilan pus. Manan tristeza y dolor en lugar de sangre”.

En otro, titulado La Vaquería, destaca las virtudes de la cerveza, de la estridencia y de la feliz erogación que supone la algarabía colectiva producida por una tosca orquesta con alma de pianoforte. También relata la presencia, en una plaza, de un hombre cuya actuación lo perturba: toca una flauta y después un clarinete; hechiza a los oyentes, pero luego comienza a ladrar, maullar y mugir, y como acto final saca una rata de una cesta, la mima, la acicala, le da a beber cerveza y, finalmente, besa apaciblemente el hocico del repugnante roedor.

Sobresale el texto sobre Paganini, el célebre violinista de demoniaco virtuosismo que murió 38 años antes de que Walser naciera. En ese escrito de encendida imaginación, el autor suizo se sitúa en alguna ciudad indeterminada, cuyo teatro es embrujado por el misterioso músico genovés. Lo describe como un ángel ante quien sus escuchas “se tapaban los ojos para contemplar con los ojos internos el reino del alma, del amor y de la radiante belleza”; y, sin embargo, “con frecuencia tronaba y se encolerizaba como la tormenta que se desencadena, retumbante, silbante y huracanada; el retumbar del trueno encolerizado descargaba, y un cielo negro cargado de furia y oscuridad se abatía sobre la sala de conciertos”.

Esta recopilación revela al Walser erudito, oído puro, atento escucha de la música y de los elementos que la orbitan: ejecutantes (virtuosos o parias), instrumentos, acordes e incluso ensoñaciones de imaginería exquisita, en las que caben, incluso, demonios cornudos que, gracias a la música, son impulsados a reflexionar por qué han sido engañados en vez de cobrar venganza inmediata por el agravio infligido por dos almas que destilan, juntas, amor verdadero.

Leer los textos sobre música de Robert Walser es mecerse a la sombra de un acorde hermoso y fugaz, es dejarse hechizar por la epifanía de una sonata luminosa, es dejarse envenenar por el elíxir de una armonía bendita y fulminante.

 

AVISO PARROQUIAL

Por reparación general del autor, esta columna reaparecerá el domingo 18 de agosto.

 

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