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Por la razón o por la fuerza

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

Pues que sí, respondió el equivalente al 7% del padrón electoral que, sin saber a ciencia cierta lo que se le preguntaba, participó en la consulta de ayer. Juzgar a los expresidentes, apoyar al que está en funciones, ejercer un derecho ciudadano. No participar en algo absurdo, consideraron los demás. Un ejercicio que el Presidente, sin embargo, estaba empecinado en que ocurriera.

“Mi voto será por el no”, afirmó antes de saber que la gira al terruño de sus amores le impediría participar en su propio capricho. Un capricho, o una estrategia, que planteó desde el inicio de su mandato y que —a pesar de que en su momento no contó con el apoyo de la ciudadanía para conseguir las firmas necesarias— terminó por impulsar de manera directa, haciendo uso de sus prerrogativas. ¿Por qué era tan importante la consulta popular para el Presidente?

La consulta era importante porque marca el inicio un nuevo momento narrativo, que ha sido planeado de manera meticulosa desde el inicio de la administración. En la historia que el Presidente nos ha contado, el candidato que perdió dos veces la Presidencia, tras demostrar que no era un peligro para México, se enfrentó a un sistema corrupto y lo derrotó en medio del aclamo popular; en la primera mitad de su sexenio modificaría las instituciones a su antojo, consolidaría a sus clientelas con apoyos directos y afianzaría el poder absoluto en la elección intermedia, con lo que —como en las series de televisión— se daría el fin de la temporada.

La siguiente temporada —la misma que se pretende iniciar hoy— estaría llena de intriga y suspenso, personajes del pasado, escándalos y conspiraciones, y tendría su cliffhanger en alguna clase de proceso para asegurar el legado del prócer en ciernes. Una nueva constitución, tal vez, o una consulta popular en la que —tras haber hecho evidente, mañanera tras mañanera, la corrupción de la clase política completa— la gente tuviera que decidir si queremos regresar al pasado, o quizás, sólo quizás…

Pero llegó la pandemia. El Presidente de la República es un hombre obstinado —como él mismo lo presume— que se ciñe a sus planes y no es capaz de modificar la estrategia cuando cambian los escenarios: lo que tendría que haber sido un paseo a la reelección terminó por convertirse en una pesadilla que no supo manejar, entre los centenares de miles de muertos —producto de sus malas decisiones tanto en materia de seguridad como de salud— y la decepción de una ciudad que vivió una tragedia ante la que, simplemente, le falló.

Lo que sigue será por él, y para sí mismo. Por su legado, por su soberbia. Por su obsesión de pasar a la historia, y de compararse con los héroes a los que —en su delirio— reserva una silla vacía en sus mensajes oficiales. Lo que viviremos, después de la consulta por la que tanto luchó el Presidente, será lo que en algún momento planeó, con un fin determinado en mente, sin haber previsto que las circunstancias podrían cambiar en cualquier momento.

Y allá vamos, con la salvedad de que ahora sabemos la dimensión real del apoyo a un Presidente cuya verborrea no fue suficiente para motivar al 93% de la ciudadanía para salir a la calle y apoyarle en una causa sin mayor sentido. La obligación de cualquier gobernante es aplicar la ley, y no someterla a consulta; la obligación de un presidente es velar, al menos, por la salud de la ciudadanía, y no dejarla morir en una pandemia con tal de construir una refinería.

La gente —al parecer— ya se dio cuenta pero, a pesar de lo que ya ha sido este calvario, muchas cosas más estarán por venir. Por la razón o por la fuerza, proclaman los dictadores al afianzarse al poder: por la razón ya no fue, tras el fracaso en la participación en la consulta; por la fuerza lo veremos a partir de hoy, en la respuesta de un hombre al que el poder —y su legado— se le escapa entre las manos.

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