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Eres rudo, mi amigo

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

“No se equivoquen: exigimos un acuerdo comercial que beneficiara a los trabajadores, y luchamos cada día para negociarlo; ahora hemos asegurado un acuerdo que la clase trabajadora puede respaldar con orgullo”, comenzaba la serie de tuits con la que Richard Trumka, el presidente de la AFL-CIO, anunciaba —el 10 de diciembre pasado— su apoyo al nuevo tratado de libre comercio. El T-MEC.

Un apoyo, sin duda, inusitado. La AFL-CIO —Federación Estadunidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales— es la mayor central obrera de Estados Unidos y Canadá: con más de doce millones de trabajadores en sus filas, su interés primordial consiste en defender las fuentes de empleo para sus agremiados. Fuentes de empleo que —en los últimos 25 años— han migrado a México, gracias al TLCAN.

“Agradezco a la Presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y a sus aliados en el grupo de trabajo del T-MEC, así como a los campeones del Senado, como Sherrod Brown y Ron Wyden, por su firme apoyo a lo largo de este proceso, en el que exigimos un acuerdo que fuera realmente ejecutable”, continúa en el siguiente tuit quien participó desde el inicio en las negociaciones, toda vez que su organización sería la responsable de enviar inspectores a las fábricas mexicanas para revisar sus condiciones laborales.

“Mi reconocimiento también al embajador Robert Lighthizer por ser un tirador directo, y un negociador honesto, mientras trabajamos para conseguir una resolución. Los trabajadores son responsables de un acuerdo que es una mejora substancial, tanto sobre el TLCAN original como sobre la propuesta fallida de 2017”, prosigue haciendo referencia a la iniciativa anterior, que no preveía mecanismos coercitivos para exigir el cumplimiento de normas laborales. “Por primera vez habrá estándares laborables que podrán ser exigidos, lo que incluye un proceso que permite la inspección de fábricas e instalaciones que no estén cumpliendo con sus obligaciones”, prosigue, antes de concluir: “El T-MEC también elimina privilegios para corporaciones, como las concesiones a las grandes farmacéuticas de la propuesta inicial, así como las lagunas legales diseñadas para hacer más complicada la sanción a violaciones laborales”.

“No puedo decir que fue ‘un placer’ porque eres RUDO, mi amigo”, respondió casi de inmediato Jesús Seade, el subsecretario responsable de la negociación. “Pero ciertamente fue un gran honor trabajar contigo en tantas reuniones, y de manera indirecta también, dado tu enorme compromiso y gran honestidad. Esta versión final del T-MEC es mejor para nuestros trabajadores, en nuestros tres grandes países”.

“Eres rudo, mi amigo”, responde Seade —con mayúsculas— a lo que no es sino el anuncio triunfal de quien logró lo que no esperaba, ante la urgencia de quien tuvo que ceder lo inexplicable con tal de no mezclar los temas apremiantes de una economía que no funciona, con los más apremiantes, aún, de una estrategia de seguridad al garete que pende del hilo de la designación de los cárteles de la droga como organizaciones terroristas. Una designación que permitiría —de facto— la intervención de fuerzas norteamericanas en lo que considerasen como amenazas a su seguridad nacional y que —¿celebremos?— el presidente norteamericano concedió aplazar, venturosamente, unos días antes de la firma del nuevo tratado en el que México aceptó entregar su industria a la calificación de los inspectores estadunidenses. Eres rudo, mi amigo.

 

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