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Enemigo público #1

Vianey Esquinca

Vianey Esquinca

La inmaculada percepción

El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene un nuevo enemigo. No se trata de un partido político o una alianza, de una organización social, personaje o cámara empresarial. El adversario que osó desafiarlo, que lo puso en ridículo en la Ciudad de México en el proceso electoral pasado es… ¡la terrible clase media!

¿Quién es esa nueva mafia, a la que el Presidente le ha dedicado mucho espacio en sus conferencias mañaneras? Es aquélla que aspira a tener una vida mejor en este país, esos que vienen de abajo y quieren superarse demostrando una “mentalidad conservadora aspiracionista” que terminan convirtiéndose en “ladinos y racistas”.

Esos antagonistas de su movimiento osan, además, leer periódicos y revistas ¡en idiomas diferentes al español! ¡Habrase visto semejante osadía de querer aprender idiomas!, ¿hasta dónde hemos llegado? Para el primer morenista del país, esa clase aprende a hablar inglés o francés para leer lo que otros países publican en contra de la 4T, ¡qué descaro!, ¿qué sigue?, ¿exigir a sus gobernantes resultados? ¡Por Dios!

Para el tabasqueño, la clase media en la ciudad es estúpidamente manipulable y tienen esa horrible costumbre de estar informados a través de medios de comunicación: “Esto fue lo que sucedió aquí en la Ciudad de México, aquí la gente fue víctima de un manejo informativo perverso, tendencioso, calumnioso, inmoral, además tóxico”. “Todos (los) sectores de clase media fueron influenciados, se creyeron lo del populismo, el de que íbamos a reelegirnos, lo del mesías tropical, el mesías falso, etcétera, etcétera, etcétera, pero hasta las piedras cambian de modo de parecer”, ha venido diciendo López Obrador en sus mañaneras.

Para el Ejecutivo aquéllos con licenciatura, ya no se diga con maestría o doctorado, están perdidos y es muy difícil convencerlos porque, ¡¿cómo se atreven!?, quieren “¡triunfar a toda costa, salir adelante, muy egoísta!”. Pero si, además, “van a la iglesia todos los domingos, o a los templos, y confiesan y comulgan para dejar el marcador en cero”, pues ni cómo ayudarlos.

Desde las elecciones del pasado domingo, el Presidente se ha dedicado a denostar a quienes votaron en contra de su movimiento, porque, aunque, según él, está “feliz, feliz, feliz” de los resultados, hay algo que le caló y le caló mucho: haber perdido la ciudad que tradicionalmente fue de la izquierda, primero del PRD, luego de Morena y eso sólo tiene una explicación: son de lo peor. Malagradecidos, conservadores, aspiracionistas que, además, andan en carro y no se trasladan en Metro.

Esos clasemedieros insurrectos viven en 9 alcaldías de la Ciudad de México y en los 7 restantes, a juicio del mandatario mexicano, viven los que se resignan al destino, a la suerte o a Dios: “En el caso de lo de la línea del Metro, los más afectados, Iztapalapa, Tláhuac, gente humilde, trabajadora, buena, entiende de que estas cosas desgraciadamente suceden”.

En efecto, para el  presidente López Obrador la tragedia de la Línea 12 no fue por complicidad, corrupción o negligencia, pasó porque así son las cosas, igualito como sucede con un terremoto o un tsunami.

No, para el Presidente la derrota en la Ciudad de México no fue culpa de las y los candidatos o de su indiferencia con las víctimas. Tampoco de las guerras internas de su partido o la incapacidad política de la jefa de Gobierno. Para él, todo es culpa de esa clase que ya añadió a su libretita de los rencores: la clase pensante y crítica del país. Habrá que esperar la manera en que buscará vengarse, porque la venganza ¡vaya que es su fuerte!

P.D.: todas las citas entrecomilladas fueron palabras textuales del Presidente. No se culpe a la columnista de las declaraciones.

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