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Nos salvamos juntos o nos hundimos separados

Santiago García Álvarez

Santiago García Álvarez

Me preocupa México. En lo inmediato, la polarización social puede obtener likes, votos e impulsar una agenda política a punta de la exaltación de resentimientos. A largo plazo, posiciones tan distantes, maniqueas y exasperadas resultan peligrosas; aumentan la desconfianza, deterioran el tejido social y facilitan la violencia. Un escenario en el que todos perdemos.

Vamos a suponer que la oposición gana los comicios de 2024. Probablemente, tendrán algunos días de serenidad y un bono de confianza inicial. Sin embargo, tengo la impresión de que pronto comenzaría la campaña contraria. En poco tiempo será mayor la crítica que los aplausos. Especialmente si los adversarios, además de haber perdido la elección, hubieran sido lastimados con ataques severos. El camino de la gobernabilidad sería tortuoso y otra vez, perderemos todos.

El círculo vicioso está claro: agresiones continuas, malestar general, mayor polarización. Protestas digitales, manifestaciones en todas las plataformas, poco espacio para las buenas iniciativas, rápidamente silenciadas. Ésa es, más o menos, la dinámica que hemos visto recientemente en Chile, Brasil, Argentina, Colombia o Bolivia, por citar algunos ejemplos. La polarización igual se espolea desde la izquierda que desde la derecha.

Si alguno de los otros partidos hubiera ganado en la contienda de 2018, quizá estaríamos peor desde el punto de vista del clima social. El desencanto sería enorme. Si analizamos el futuro, pase lo que pase en los siguientes comicios nacionales, el periodo 2024-2030 se prevé como una guerra sin tregua. Salvo un verdadero milagro. Me pregunto si el ser humano más competente y honesto del planeta podría resolver en unos meses problemas que históricamente nos han aquejado y, además, salir bien librado de la opinión pública.

La política es una sana articulación de acuerdos y disensos. La crítica y el desacuerdo son, sin duda, componentes necesarios en cualquier sistema democrático, como parte de ese imprescindible contrapeso al poder.

Sin embargo, es tal la fuerza actual de los ataques y tan pobre la propuesta y la verificación de la verdad, que se vuelve imposible la edificación de un país, ya de por sí minado por tantos problemas. Parecería, por momentos, que nos encontramos en un callejón sin salida.

Afortunadamente, la historia nos muestra que siempre hay ciclos y surgen nuevas alternativas que dan satisfactoria respuesta a complejos procesos históricos.

Como parte de la solución, resulta indispensable colocar bases distintas en este caduco sistema político latinoamericano. Cimientos más sólidos, menos dependientes de las lógicas político-culturales, digitales y sociales actuales. Se antoja, incluso, una reconfiguración constitucional que establezca marcos frescos de gobernabilidad y rendición de cuentas.

Al mismo tiempo, el protagonismo positivo tendría que incrementarse. Si bien es cierto que mucho pueden aportar a la vida democrática las agudezas de los intelectuales, las advertencias de los líderes de opinión y las críticas de los editorialistas, me parece que eso no es suficiente para generar un verdadero cambio social. Habría que conseguir, al menos, las mismas fuerzas creativas y propositivas, así como las consecuentes acciones concretas de compromiso social, para producir ese efecto.




Entre las distintas iniciativas que se requiere dialogar y poner en práctica, subrayo el fortalecimiento de instituciones sin fines de poder, pero con aportaciones sociales relevantes. Mecanismos nuevos para detectar y corregir la mentira, así como premiar la verdad. La no satanización de los errores de la gente de buena voluntad. El rompimiento de los círculos viciosos poder–dinero. Distintas instituciones con proyectos sociales de largo plazo ajenos a los procesos electorales. Y, decididamente, una mayor participación proactiva y propositiva de la sociedad civil.

Acertado y vigente se mantiene aquel llamado de Juan Rulfo: “nos salvamos juntos o nos hundimos separados”.

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