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Exorcismo y exoneración

Ricardo Pascoe Pierce

Ricardo Pascoe Pierce

En el filo

El exorcismo es una antigua y particular forma de oración que hace un ministro ordenado de la Iglesia, en nombre de Jesucristo y por el poder que Jesucristo ha otorgado a su Iglesia para liberar del poder de Satanás, el demonio. No es una oración personal sino de la Iglesia.

La exoneración es un acto administrativo que ejerce el poder del Estado para liberar a un funcionario o funcionaria de una acusación de acciones malintencionadas que vendrían a perjudicar al Estado y a generar un beneficio pecuniario específico al sujeto involucrado.

El acto administrativo de perdón corresponde exclusivamente a la autoridad estatal con esa facultad.

En los tiempos que corren en México, por la simbiosis que promueve la actual administración pública federal entre religión y política, la comparación entre exorcismo y exoneración no puede pasar desapercibida.

México nunca había tenido un Presidente que se atreviera a compararse con Jesucristo, como lo hace Andrés Manuel López Obrador, especialmente queriendo insinuar que ambos sufrieron penurias mundanas por igual y, por tanto, sus exoneraciones tienen igual efecto purificador sobre los aliados y amigos de la autoridad, sin dejar de lado el aspecto de la elevación espiritual que representa alejarlos definitivamente de la influencia de Satanás.

Así que las exoneraciones de la administración pública tendrían, siguiendo con el pensamiento religioso del gobernante, el efecto de una liberación legal, sí, pero también espiritual del sujeto beneficiado por el acto.

Así, Manuel Bartlett es exonerado legal y espiritualmente de corrupción por poseer bienes que no corresponden a sus ingresos declarados durante toda su vida, según el presidente Andrés Manuel López Obrador, al igual que los militares que perpetuaron la masacre en Tepochica, Guerrero, donde murieron 14 civiles.

Estamos a la espera de otras exoneraciones y exorcismos que se acumulen en el transcurso de este sexenio inusual, insólito y profundamente religioso.      

El hecho de confundir religión con política, tan propio del Presidente, siempre se da en un contexto de polarización política promovida por la autoridad, quien quiere arrinconar a sus adversarios, aderezado de una cuota importante de paranoia.

La confrontación le es funcional al poder estatal para justificar la persecución de los contrarios. Y así se logra la fusión simbólica del Jesucristo perseguido junto con la autoridad romana, su perseguidor, todo envuelto y encarnado en un solo personaje: el Presidente de la República.

 

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