El mediocre 10% de experiencia

Ricardo Alexander Márquez Disonancias
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Hace algunos meses, el presidente López Obrador, al ser cuestionado sobre nombramientos de funcionarios que no contaban con las credenciales para estar al frente de instituciones públicas estratégicas, dijo que para su gestión “la honestidad vale 90% y la experiencia 10%”, frase que retrata de cuerpo entero a su gobierno.

Y es que no puede ser de otra manera si piensa que gobernar es tarea fácil. Por eso ha priorizado la lealtad sobre la capacidad técnica. Ha sustituido a los pocos expertos que tenía con incondicionales que no cuestionan. Ahora, casi cualquiera puede ser funcionario público y hacer y deshacer sin responsabilidades. Como si fuera un juego.

Por eso, en varias ocasiones ha criticado a las personas que han tenido la fortuna de estudiar en escuelas y universidades privadas. Esos privilegiados a los que ve con una mezcla de envidia, desconfianza y rencor. Incluso, haciendo alusión a la novela de Mario Puzo, ha comparado a quienes tienen estudios en el extranjero con “el hijo del Padrino” —quien, por cierto, no estudió fuera de su país—.

Como si el conocimiento condenara, se enaltece la ignorancia. Algo similar al buen salvaje del que habla Rousseau al decir que “el hombre es bueno por naturaleza”, pero la sociedad lo corrompe. Lo importante es la pureza del alma sobre las ideas. La moral sobre la ciencia. La lealtad sobre la capacidad.

No se puede negar que el mandatario siempre ha sido un hombre de acciones que prioriza su instinto político a buscar informar y educar su criterio. Y ha sido exitoso en ello. Sin embargo, existe un problema cuando no se entiende la responsabilidad que implica estar a cargo de los asuntos públicos. Que las decisiones que se toman impactan en millones de personas.

Todos los días vemos a esos funcionarios públicos con 10% de experiencia mareados por pararse en su ladrillo, llenos de arrogancia y “autoridad moral”, mientras toman decisiones precipitadas y mal pensadas. En el fondo, parece que a nadie le importa que no tengan capacidad o conocimientos. Que nos quedemos sin gasolina por semanas. Que no se compren las medicinas en los hospitales públicos. Que todos los días asesinen a un centenar de mexicanos. Que se tiren a la basura cientos de millones de pesos en los proyectos faraónicos. Lo importante es la ocurrencia del momento. La ridícula rifa del avión presidencial. Pan y circo. Sobre todo, circo.

Ahora, en una de las peores crisis que ha enfrentado nuestro país, vemos que ese mediocre 10% de capacidad y experiencia no es suficiente. Y aunque los voceros del oficialismo se encargan de gritar a diestra y siniestra que tenemos al mejor gobierno en el peor momento, la terca realidad evidencia otra cosa.

Que la pobreza aumenta. Igual los asesinatos. Que los servicios de salud son más deficientes que antes. Que muchas muertes por covid se pudieron haber evitado. Que nuestra economía está en pedazos.

Todo por la soberbia de pensar que no se necesita saber para hacer. Esos funcionarios 10% capaces sólo pueden dar 10% buenos resultados. Deberíamos aspirar a ser gobernados por los mejores talentos. ¿Por qué conformarnos con menos?

Como dijo el escritor Erskine Caldwell, “un buen gobierno es como una buena digestión; mientras funciona, casi no la percibimos”. En estos momentos, es imposible ignorar al nuestro.

 

*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y Profesor en la Universidad Panamericana.

 

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