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Hecatombe

Rafael Álvarez Cordero

Rafael Álvarez Cordero

Viejo, mi querido viejo

Desgraciadamente no se pueden ocultar los fallecidos

                Andrés Manuel López Obrador

 

México enfrenta en estos años diversos problemas económicos, financieros, de crecimiento, de desarrollo, de generación de energía, de credibilidad y muchos más, pero no hablaré de ellos, sino de los dos que considero más graves para la sociedad: la enfermedad y la muerte por covid-19 y la violencia a la mujer en todas sus formas, en particular el feminicidio, dos hecatombes que no se pueden ignorar.

Hace un año murió el primer ciudadano mexicano infectado de covid y frente a la incipiente pandemia, las autoridades, incapaces y equívocas, ignoraron a la ciencia, engañaron una y otra vez a los mexicanos y el resultado está a la vista: más de dos millones de mexicanos infectados, 187,187 muertos, que en realidad son 472,165 de acuerdo con los expertos (Héctor A. Camín, 05/03/21), una verdadera hecatombe que no se puede soslayar porque no se trata de números, sino de seres humanos que, al morir, dejaron en desamparo a millones de hombres, mujeres y niños, cuyo futuro está cancelado; ante esto, el Presidente sólo dice: “desgraciadamente, no se pueden ocultar los fallecidos”, pero no sólo los oculta, sino que trata de desviar la atención de mil formas en las mañaneras..

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Todas las muertes son lamentables, pero las de los profesionales de la salud merecen un comentario, porque han enfermado 226,581, uno de cada diez contagios registrados; 3,371 murieron, —la cifra más alta del mundo—, de ellos, 40%, enfermeras; 30%, personal de apoyo; 26%, médicos; 2%, laboratoristas, y 2%, dentistas, todos ellos arriesgaron sus vidas a pesar de no contar con material y equipo suficiente; el desprecio y abandono al personal de salud ha sido criminal, algo que nunca se olvidará.

Y ahora, cuando se inicia una vacunación, se da preferencia a los servidores de la nación, campesinos, funcionarios y compadres; quienes trabajan en los hospitales de todo el país se quejan, bloquean avenidas, pero nadie les hace caso; se deben vacunar 2.4 millones de profesionales de la salud, sólo se han vacunado 677,539, y con segunda dosis, sólo 45,748.

En estos días se hace más evidente el otro problema que aqueja a México: la violencia en todas sus formas hacia la mujer; Andrés Manuel acusa, a quienes se quejan, de estar manipuladas; ignorante como es, desconoce que el movimiento feminista nació hace más de un siglo, que la ONU declaró la igualdad de género desde 1945, que en 1970 se realizó la primer Congreso de la Mujer en México, y que actualmente uno de cada diez jefes de Estado o de gobierno es mujer.

El problema no es nuevo, pero se ha agravado, se calcula que diez mujeres pierden la vida cada día, mientras se guarda silencio, se ignora o se ataca a quien denuncia; de poco sirven las estadísticas, que muestran que la violencia a la mujer predomina entre los 25 y 34 años, que tan sólo en enero murieron 7,178 mujeres, y que son cientos de miles las denuncias diarias por agresión, acoso o violación, porque no pasa nada, pero tampoco se pueden ocultar las mujeres fallecidas y no se puede ignorar el dolor y desamparo de los huérfanos.

Las manifestaciones de rechazo a la violencia son cada vez mayores en todo el país; el año pasado la manifestación superó las 100 mil mujeres, y las tomas de alcaldías o de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos no son una “maniobra neoliberal”, sino parte del movimiento global para que termine el machismo en todo el mundo y en México; en estos días tendremos muchas manifestaciones más.

Los hombres que respetamos a las mujeres debemos apoyar sus demandas de libertad y seguridad, y alzaremos con ellas la voz —no queremos ni aceptamos a vándalas o vándalos— en este Día Internacional de la Mujer, para que cambie el panorama.

Y como sabemos que en Palacio Nacional no hay hipoacusia, sino cofosis (o anacusia) frente a estos y otros reclamos de la sociedad, debemos pensar en las elecciones del 6 de junio, de las que depende no sólo el futuro de México, sino el de nuestra vida personal, nuestra familia, nuestro trabajo; de manera que, olvidando la indolencia tradicional, vamos todos a votar por el México que queremos.

 

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