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Frío en el cuerpo y en el corazón

Rafael Álvarez Cordero

Rafael Álvarez Cordero

Viejo, mi querido viejo

 

   Todo el mundo quiere llegar a viejo,

                                                                 pero nadie quiere serlo.

                                                                                    Martin Held.

 

Mi querido viejo: al comenzar el otoño, desde el fin de octubre y luego en noviembre y diciembre, vivimos meses especiales, que por un lado tienen una enorme cantidad de fiestas y celebraciones, casi todo mueve a la alegría, al optimismo, a los buenos deseos, y por otra parte trae, en especial para nosotros los viejos, una serie de recuerdos de lo que pasó en el año, pero también en años anteriores, y esos recuerdos a veces serán muy gratos: el primer amor, la llegada de los hijos, los viajes, los encuentros, los amigos, etcétera, pero inevitablemente habrá otros tristes: la partida de un amigo, la pérdida de un ser querido, un fracaso personal, laboral o sentimental.

Y con el otoño viene el frío, y tú sabes, querido viejo, que si no tienes reservas en el cuerpo, si has adelgazado un poco más de lo deseable, tendrás frío, más frío que cuando tenías 30 o 40 años, porque todos tenemos una pequeña capa de grasa que cubre casi todo el cuerpo, y eso nos abriga un poco, pero al paso de los años, si esa grasa ya no está, y si los músculos, antes fuertes y vibrantes, son ahora débiles y flácidos, sientes frío, más frío que los demás, y eso lo ven y lo saben tus seres queridos al verte arropado con suéteres, bufandas, guantes, etcétera.

Qué bueno que tienes ropa para proteger tu cuerpo de las bajas temperaturas, porque hay muchos viejos como tú que no tienen esa suerte, y van a padecer frío desde ahora hasta que entre la primavera, allá por abril o mayo.

Pero hay otro frío, que es más cruel y duro para nosotros los viejos: el frío de la indiferencia de nuestros seres queridos, el frío del abandono en estos años que deberían ser de tranquilidad y de cobijo, el frío del olvido de quienes en algún momento fueron nuestros amigos y que ahora ni nuestro nombre recuerdan.

Ese frío no tiene que ver con el dinero ni con la posición social, tiene que ver, querido viejo, con la idea que tienen los demás de lo que nos pasa cuando llegamos a viejos, porque mucha gente, desafortunadamente mucha más de lo que creemos, imagina que ser viejo es estar jubilado de la vida, que ser viejo es hacerse a la orilla del río de la existencia, que ser viejo es renunciar —forzosamente— a disfrutar cada día como los demás.

Debemos combatir ese frío, mucho más que el frío de las bajas temperaturas; combatir el frío de la indiferencia hablando con los hijos, los parientes y los amigos, haciéndoles ver que somos viejos, pero no tontos, que podremos estar miopes o medio sordos, pero seguimos siendo parte de la familia y la comunidad en la que vivimos y a la que le dimos lo mejor de nuestra juventud y madurez.

Ésta es la tarea que tenemos en estos años viejos: reconocer que aún estamos vivos y tenemos sueños y proyectos, y hacer que quienes están cerca de nosotros, nuestra familia, nuestros vecinos, nuestros amigos, reconozcan que la vida sigue, aunque se arrugue la piel.

Si cuidas tu apariencia, pulcro, con ropa limpia, el cabello ordenado, y si caminas erguido como siempre lo hiciste y, si sonríes para saludar a quienes encuentras, te sentirás mejor, porque quien te vea reconocerá que eres un viejo muy digno, y te tratarán bien; así no sentirás frío en el corazón.

Mi deseo para ti, querido viejo: que no haya ni frío en tus huesos ni frío en tu corazón, que tus seres queridos, amigos y compañeros revivan esa cálida llama de la amistad, la comprensión, el compañerismo, y que esas vivencias llenen tu corazón de alegría.

 

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