Dos lecciones inolvidables

Rafael Álvarez Cordero Viejo, mi querido viejo
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La grandeza de Estados Unidos no radica en ser más

ilustrada que cualquier otra nación,

sino en su capacidad para reparar sus fallas

Robert Zoellick

 

La historia marcará al 6 de enero de 2021 como la fecha en que todo el mundo se quedó con la boca abierta al ver lo inimaginable: el Capitolio de Washington invadido y violado.

Las imágenes son impactantes, se pensaría que son de un país bananero, pero no, porque los vándalos son ciudadanos del país de la democracia cuya Constitución se respeta hasta la última coma, y por eso al verlos entrar, romper puertas y ventanas, agredir a los congresistas y destruir las oficinas comprobamos que los seres humanos pueden ser salvajes y destructivos, y las instituciones de cualquier país pueden estar en grave peligro cuando un líder mesiánico y enfermo mental azuza a los ignorantes, que creen todo lo que dice y lo obedecen ciegamente.

Eso hizo Donald Trump en estos días, en la inconcebible convocatoria a la violencia y destrucción al corazón mismo del país, el Capitolio; y ésta es la primera lección: cuando se permite que un hombre engañe a su pueblo por cuatro años, ataque a las instituciones, ofenda a gobernadores y funcionarios, ridiculice y agreda a la prensa, mienta impunemente miles de veces, se crea un dios y no se le para el alto, puede llegar a la locura y desatar la más cruenta agresión a las instituciones democráticas.

Pero la segunda lección es tanto o más importante, porque horas después de que se decretó el estado de sitio y que se vació el Capitolio, los congresistas regresaron, y tanto los demócratas como muchos republicanos, incluido el vicepresidente Mike Pence, denunciaron los hechos en los términos más severos, continuaron el proceso de elección y certificaron la victoria de Joe Biden, lo que mostró que la democracia prevaleció, gracias al respeto a la ley y a la Constitución de todos los congresistas, que son los representantes de todos los ciudadanos.

Lo ocurrido tendrá muchas repercusiones al interior del país y muchas más en otras latitudes: jefes de Estado de muchas naciones censuraron lo ocurrido —menos Andrés Manuel—, Twitter y Facebook cancelaron las cuentas de Trump, Nancy Pelosi iniciará un juicio contra él por los delitos de sedición e incitación a la violencia; y ya no importa si renuncia o es desaforado, Donald Trump ya está en el basurero de la historia.

Joe Biden tomará posesión el próximo día 20 y tendrá una tarea grande: revertir los daños nacionales e internacionales que perpetró Trump contra la ONU, la OMS, el Consejo de Seguridad, y muchos organismos más.

Ahora bien, ¿qué podemos aprender de esas dos lecciones de historia que cambiaron al mundo el pasado 6 de enero?

De entrada, que las instituciones democráticas, no importa cuán viejas, sólidas y sustentadas se encuentren, pueden ser violadas por individuos mesiánicos que se creen redentores de la humanidad, y azuzan a los ignorantes, a los resentidos, a los violentos, para que destruyan lo que ha tomado generaciones en construir; el método puede ser el Twitter o la conferencia mañanera, pero el objetivo es el mismo.

Y la segunda lección es que sólo los ciudadanos libres pueden defender y hacer respetar las instituciones, sólo los ciudadanos libres pueden fortalecer los mecanismos de contrapeso para equilibrar los deseos de poder de los mandatarios, para desmontar sus mentiras, para preservar la democracia y la libertad.

Nosotros en México ya tuvimos asonadas muy semejantes, cuando una turba de vándalos quiso impedir la toma de posesión de Felipe Calderón como presidente, y cuando Andrés Manuel López Obrador bloqueó la avenida Reforma por meses, inconforme, —como Trump— con el resultado de las elecciones.

¿Podemos imaginar algo semejante si en junio Morena pierde la dominancia en los estados y en las Cámaras?, ¿veremos a los seguidores ciegos de López Obrador violentar los comicios?, el peligro está ahí, porque la actual administración intenta eliminar organismos autónomos como el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (Inai), la Comisión Federal de Competencia (Cofece) y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), como ha hecho con otros organismos, con el único fin de tener, —como Trump—, el poder absoluto.

Lo que ocurrió allá el 6 de enero fue consecuencia de que los ciudadanos libres no pensaron que esas atrocidades podrían ocurrir; vale la pena pensar lo que ocurre hoy en México, porque nuestro silencio o inacción pueden tener consecuencias funestas.

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