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Villa, confrontado por los bisnietos de sus víctimas

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

El 6 de marzo escribí en este espacio una columna que titulé “Año de Pancho Villa, insulto a sus víctimas”, con base en las investigaciones que sobre los crímenes de Francisco Villa ha realizado el historiador chihuahuense Reidezel Mendoza.

Aquella vez argumenté que dedicar este año a Doroteo Arango –su nombre real– ofendía no sólo la memoria de sus víctimas, sino también la dignidad de los descendientes de las mujeres y los hombres que Villa vejó o asesinó, quienes han tenido que convivir con el mito del hombre bueno y congruente que le ha construido la historiografía a modo sin que casi nadie preste atención a sus relatos, los cuales han conseguido sobrevivir un siglo o más.

Gracias a Mendoza, esas voces están haciéndose escuchar. No sé si alcanzarán para que un día se retire el nombre de Villa del muro de honor de la Cámara de Diputados, donde se encuentra desde 1966, pero por lo menos permitirá que esta generación no se quede únicamente con la historia rosa del personaje que nos han vendido aduladores y gobernantes.

Cuando llegue a su culminación el festejo que el gobierno federal ha dispuesto para Villa, quizá se haya logrado que México tenga una visión más equilibrada del papel que jugó este personaje entre enero de 1901, cuando fue detenido en su natal Durango por robarse dos burros y las mercancías que cargaban –según cuenta su biógrafo Friedrich Katz– y julio de 1923, cuando murió acribillado en una emboscada que le tendió un grupo de personas agraviadas por él.        

A lo largo de varios días de este mes, entrevisté en Imagen Radio a descendientes de víctimas del terror villista, bisnietos de personas que fueron asesinadas de forma despiadada por el jefe de la División del Norte o por sus lugartenientes.

Personas como César Chávez Vélez, cuya bisabuela Celsa Caballero, viuda, de 71 años de edad, fue quemada viva por Villa por negarse a revelar el paradero de su hija, a quien aquél quería raptar. “Primero muerta que entregarte a mi hija”, le dijo la mujer. En uno de sus característicos arranques de ira, Villa la encerró en un cuarto lleno de forraje, la roció con gasolina y le prendió fuego. El hecho ocurrió en Ciudad Jiménez, Chihuahua, el 2 de enero de 1917, y fue denunciado por Teodosio Caballero, hijo de Celsa, quien ese día estaba fuera de la población y, al volver, encontró el cadáver calcinado de su madre.

También entrevisté a Raúl Herrera Márquez, descendiente de una familia que fue perseguida por Villa, porque dos de sus lugartenientes, Maclovio y Luis Herrera Cano, no lo apoyaron cuando, por ambición, desconoció a Venustiano Carranza, el 23 de septiembre de 1914. No le bastó la muerte de esos dos hombres. El 7 de julio de 1917, atacó Parral para vengarse de todos los Herrera que pudiera encontrar. Luego de asegurar la rendición de José de la Luz Herrera, el patriarca de la familia, y dos de sus hijos, y de prometer que les respetaría la vida, los asesinó a los tres, primero a Melchor y a Zeferino, para que el padre viera a sus hijos muertos.

Otro testimonio que se pudo escuchar en la radio fue el de María Esther Noriega, cronista del municipio de San Pedro de la Cueva, Sonora, a donde llegaron Villa y sus hombres para vengarse de un grupo de autodefensas que había matado a cinco de ellos, quienes andaban robando en la zona. En los hechos murieron dos bisabuelos de Noriega, quien ha mantenido viva la masacre del 2 de diciembre de 1915, en la que los villistas fusilaron a decenas de hombres y luego se pasaron la noche violando mujeres antes de incendiar el poblado.

Historias como esas merecen ser escuchadas, sobre todo por la labor de encubrimiento que han realizado los apologistas de Villa. Libros como la novela La Sangre al río, de Raúl Herrera Márquez, y la profunda investigación Crímenes de Francisco Villa, de Reidezel Mendoza, han contribuido decisivamente a que se sepa la historia completa del hombre a quien el gobierno federal califica como El revolucionario del pueblo y cuya imagen aparece todos los días en la conferencia mañanera del presidente López Obrador.

 

 

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