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Todo por la imagen

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

Dios perdona el pecado, pero no el escándalo, reza el dicho popular. Algo así rige en el gobierno federal, donde la imagen del presidente Andrés Manuel López Obrador está por encima de cualquier otra consideración.

Por eso, cuando el mandatario quiere acabar con cualquier argumento sobre la ineficacia de sus políticas o la incongruencia de sus actos, echa mano de las encuestas que reflejan su popularidad. La gente lo apoya y nada más hay que decir.

Él sabe que si algo puede tirar esos números es el escándalo. El chisme, potenciado por las redes sociales. La comidilla que llega a dominar la conversación cotidiana. La sorna que desvela el mito y carcome los símbolos. A eso se refiere López Obrador cuando habla de cuidar la investidura presidencial.

Desde hacía semanas el tabasqueño estaba enterado de la boda de Santiago Nieto. El cuándo, cómo, dónde y por qué estaban publicados en notas y columnas. Pudo haber alzado las cejas como muchos (¿en Guatemala?), pero es evidente que nada hizo por desaconsejar su realización.

Cuando le preguntaron si había sido invitado dijo que sí, pero explicó que tenía muchas cosas que hacer. En ningún momento insinuó que la razón de no haber asistido había sido el costo de la fiesta. Lo que desencadenó la separación del cargo de Santiago Nieto fue el escándalo. Quien filtró la información del enlace sabía el efecto que tendría en el Presidente: avión privado, fajos de dinero, conflictos de interés… Todo, en la víspera del viaje a Nueva York para hablar de corrupción y desigualdad ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Quien prendió esa mecha sabía que la bomba explotaría.

Misma reacción había provocado en López Obrador otra boda, la de César Yáñez, su encargado de medios y fiel acompañante durante su larga travesía por el desierto de la política.

A aquélla sí asistió. El boato no lo incomodó hasta que lo vio todo publicado en una revista del corazón. Yáñez, quien iba a ocupar la oficina de junto del despacho presidencial, fue relegado a una esquina de Palacio, de la que aún no emerge del todo.

El escándalo también significó la caída de la primera secretaria del Medio Ambiente, Josefa González-Blanco, quien fue despedida no por haber hecho detener el carreteo de un avión comercial para que ella pudiera alcanzarlo, sino porque se supo. También la de Víctor Manuel Toledo, reemplazo de aquélla, cuando se filtró un audio en el que decía que la Cuarta Transformación no existía y el gobierno estaba “lleno de contradicciones”; la de David León, quien tuvo que dejar de improviso la importante tarea de coordinar las compras de medicamentos en el extranjero, cuando apareció en videos en los que se entregaba dinero a los hermanos del hoy Presidente, y la de Irma Eréndira Sandoval, cuando se conoció que ella estaba detrás de la divulgación de las acusaciones de abuso sexual contra Félix Salgado Macedonio, mismas que obligaron al Presidente a gastar capital político para emprender una defensa imposible del candidato a gobernador de Guerrero.

Alérgico al escándalo, hace unas semanas López Obrador se excusó de participar en la ceremonia de la entrega de la medalla Belisario Domínguez –primero en hacerlo–, pues aseguró que senadora Lilly Téllez había convocado a que le faltaran al respeto. Y Emilio Lozoya seguramente seguiría libre de no ser por su “imprudente” cena en el Hunan.

“Tengo que cuidar la investidura” es una manera de decir que no le gusta ponerse en una situación que pueda costarle puntos de popularidad. No en vano, uno de sus primeros comentarios sobre las reacciones que suscitó la boda de su titular de la Unidad de Inteligencia Financiera fue, justamente, lo “escandaloso” que había sido.

De no haber sido por la noticia de lo que sucedió con el avión privado en el aeropuerto de La Aurora, hoy Santiago Nieto estaría en su luna de miel, pues el Presidente no hubiese reparado en la boda. Igual, por cierto, Claudia Sheinbaum, quien, ni modo que no hubiera estado enterada de que su secretaria de Turismo se había ido a Guatemala en medio del principal acontecimiento turístico de la capital, el Gran Premio de la Fórmula 1, y en qué avión viajaría (peor tantito si no lo supo).

Si algo puede poner de cabeza a la autodenominada Cuarta Transformación no es la crítica de los adversarios, sino el escándalo de los de casa.

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