Logo de Excélsior                                                        

Es la inseguridad

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

 

Los actos de la delincuencia, cada vez más violentos, se han vuelto parte de la conversación diaria de los mexicanos.

Esta semana conocimos de los asesinatos de un alto ejecutivo de la televisión, de un ombudsman estatal y de un alcalde electo.

Los medios han contado los cadáveres que han aparecido en días recientes en Veracruz, Nayarit y Baja California Sur, por mencionar tres estados.

Después de narrar esos hechos el lunes en Titulares de la Noche de Excélsior Televisión, durante un corte del programa, un compañero de trabajo que siempre me acompaña detrás de cámaras, me miró afligido y me preguntó: “¿Qué hacemos ante todo esto? ¿Cómo se resuelve?”

Estoy seguro que millones de mexicanos se están preguntando lo mismo. Y quienes deben dar respuesta a esa inquietud no lo están haciendo.

Habitantes de Nopaltepec, Estado de México, sitio donde el domingo fue asaltado y murió el ejecutivo Adolfo Lagos, pusieron el dedo en la llaga, entrevistados por Excélsior.

“Aquí diario pasa esto, no sé de qué se sorprenden”, dijo una mujer, demasiado temerosa de dar su nombre o permitir que quedara registrada la imagen de su rostro. “Asaltan y si la víctima no tiene nada que darles, simplemente la matan”, secundó un hombre, quien también pidió el anonimato. “Hoy se sabe cómo están las cosas aquí porque mataron a una persona importante. Si no, a nadie le interesaría”.

Si uno presta atención y habla con gente que no es parte del mundo de la política y los medios, quejas similares brotan todos los días: automovilistas, ciclistas, transeúntes, pasajeros del transporte público y comerciantes son víctimas de robos cotidianos.

A mí personalmente me han contado de asaltos violentos en el microbús; de cristalazos en el tráfico de la ciudad para quitar las pertenencias a conductores; de vecinos a quienes los ladrones los han sorprendido cuando están paseando a su perro; de comensales que tienen que entregar el celular a un ratero cuando están sentados a la mesa de una taquería; de automovilistas despojados de su vehículo mientras abren la puerta de su garaje…

Las cifras no mienten. Ayer daba cuenta de ellas el colega Carlos Loret de Mola en su columna. Los delitos van al alza: lesiones, 14%; robo de vehículo con violencia, 34%; robo a negocio, 35%; extorsiones, 16%; secuestro, 9%; homicidio, 23%; robo a transporte, 99 por ciento…

Sin embargo, para la clase política, todo esto no es motivo de aflicción, sino simples armas para descalificar al adversario.

La oposición endilga todo el problema al gobierno federal, como si ella no tuviese representación en el Congreso de la Unión, las legislaturas locales y los cabildos, y como si no gobernara en ningún lado. El pretexto es que se trata de crimen organizado. Que los 22 mil asesinatos de enero a septiembre son todos culpa del presidente Enrique Peña Nieto.

A su vez, el gobierno federal achaca el aumento de la delincuencia a que las autoridades locales –estatales y municipales– no están haciendo su tarea. Que el crimen organizado ha sido sustituido en las calles por delincuentes comunes. Y que gobernadores y alcaldes están instalados en una zona de confort confiados en el apoyo de las Fuerzas Armadas.

Como ve, la clase política no tiene muchas respuestas al problema de inseguridad que viven a diario millones de mexicanos. Tiene sobre todo justificaciones y señalamientos para los rivales, no propuestas para resolver la situación.

Me temo que sin una exigencia por parte de los electores a los candidatos presidenciales y sus partidos, llegaremos al próximo sexenio con la misma desesperanza e impotencia frente a los criminales.

Basta ver los esbozos de planes de gobierno que han presentado, cada uno por su lado, el Frente Ciudadano por México y Morena, las dos principales fuerzas de oposición que aspiran a gobernar el país.

Están cargados de consignas grandilocuentes sobre el combate a la impunidad, a la corrupción y a la desigualdad –que nadie niega que sean problemas reales en México–, pero completamente desprovistas de propuestas reales para resolver la lacerante inseguridad que golpea todos los días a millones de ciudadanos en la calle.

Y nada indica que el PRI –cuyo aspirante presidencial será destapado en pocos días– vaya a ofrecer una salida a este estado de cosas.

Tan desesperados están por ganar la mayoría de los votos que no entienden que la gente se daría por bien servida si algún candidato le presenta una propuesta realista para neutralizar la amenaza criminal y recuperar la sensación de seguridad en su vida diaria.

 

Comparte en Redes Sociales