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Tras los pasos de Brasil

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Ricardo Alexander Márquez Padilla*

 

La historia se resume así. Corría el año 2002 y el candidato del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva, después de tres intentos fallidos, acababa de ganar la presidencia de Brasil. Durante su mandato de 8 años se dedicó a generar una imagen positiva de su país, lo que se tradujo en crecimiento económico e inversión.

La empresa petrolera estatal, Petrobras, era un ejemplo mundial de buenas prácticas corporativas. A nivel internacional, junto con Rusia, India y China, impulsó el grupo de países conocido como el BRIC, que implicaba estar dentro de las economías más pujantes. Y para rematar, Lula logró que la Copa Mundial de Futbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 se llevaran a cabo en ese país. Nada podía salir mal.

Al término de su mandato, en el año 2010, y con la inercia creada, Lula le pasó la batuta a su colaboradora Dilma Vana Rousseff. Sin embargo, desde los primeros años de su gobierno las cosas empezaron a marchar mal y se evidenció que no era tan firme el piso creado por su antecesor. No obstante, se pudo reelegir en 2014, Dilma fue destituida en 2016 por el Senado brasileño, acusada de maquillar las cuentas públicas.

La organización del Mundial de Futbol y los Juegos Olímpicos mostraron al mundo otra cara de Brasil. No era la gran potencia emergente que se había venido vendiendo por Lula, y en su lugar se reveló como un país con muchas carencias. Sus índices de inseguridad y homicidios eran de los peores del continente. Su Estado de derecho era deficiente. El crecimiento de su economía entre 2009 y 2018 fue de apenas 1.2 por ciento. Y la corrupción, como en otros países latinoamericanos, era el pan de cada día.

México tiene enormes problemas, pero muchas cosas se han hecho bien hasta ahora. Tiene un banco central fuerte y confiable, una institución independiente que genera información cuantitativa cierta para la toma de decisiones —el Inegi—, y ha sabido vender al mundo que es un destino ideal para captar inversión extranjera y turismo.

Sin embargo, esa tendencia positiva se puede terminar fácilmente. El “yo tengo otros datos” del presidente López Obrador, y las encuestas a mano alzada en eventos públicos, no generan confianza a los inversionistas. El gasto excesivo en programas asistenciales sin planeación, hoy impulsados por la Secretaría de Bienestar, que dirige María Luisa Albores, no es dinero bien dirigido. El ataque desde el gobierno a organismos constitucionales autónomos, genera incertidumbre. Y el destinar recursos para proyectos de infraestructura que no tienen pies ni cabeza, van a frenar el crecimiento económico del país, como de hecho ya está ocurriendo.

Si bien es cierto que existen muchos temas que se necesitan corregir y en los cuales se tiene que trabajar, también lo es que a México le ha costado mucho trabajo y recursos llegar a lo que hoy es, al lograr transmitir internamente y en el extranjero que es un país de instituciones y una economía estratégica para invertir, percepción que se puede fácilmente destruir por malas decisiones y por falta de claridad en el proyecto de nación que necesitamos ser, tal y como le sucedió a Brasil.

 

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