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Se busca a Samuel

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Guillermo Fajardo
Escritor
Twitter: @GJFajardoS

 

Vaquero del mediodía, el documental dirigido por Diego Enrique Osorno (Monterrey, 1980), es la historia de una libertad y la de un laberinto: aquellos del poeta Samuel Noyola (Ciudad de México, 1964) desaparecido desde hace varios años. Será un oxímoron, para un poeta, el acto de esfumarse, ya que el oficio consiste en desaparecer y no como acto de magia, sino de resistencia. La poesía es el sema del lenguaje, pues sus bamboleos y sus caprichos representan a la palabra en toda su extensión. De todos los géneros literarios, la poesía es la que más reclama su independencia frente al creador, pues funde y confunde la experiencia humana como un aquelarre de imágenes y signos. “No le temo a los perros que me saludan en el fondo de la noche”, escribió Noyola. Imposible no pensar en la calidad profética de esta frase y en la tristeza acumulada de su enigma.

A través de entrevistas de aquellos que lo conocieron y la reconstrucción de su vida, Diego Enrique Osorno muestra que el testamento más inmediato de una vida que de pronto se evapora es el apuro por reconstruir los fragmentos de una memoria colectiva: aquella de sus amigos, de su familia, de sus lectores. ¿Quién

fue o es Samuel Noyola? En esta pregunta se cifra la clave de cualquier pasado. Noyola: el poeta admirado por Octavio Paz, aquel que acabó en Nicaragua cantando canciones de revolución, el eterno itinerante sin techo. Su desaparición en un país de desaparecidos resulta doblemente trágica, porque entrelaza su vida con la de un país adolorido. Así como Noyola buscó en la palabra el centro de su laberinto, el documental busca en la memoria el misterio de su identidad.

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Intuyo que el documental es también una advertencia, ya que la literatura puede ser un oficio peligroso si se entrega a ella sin comedimientos. Los escritores siempre quisiéramos tener otra vida, no porque ambicionemos ser alguien más, sino porque en otras circunstancias nos hubiésemos atrevido a ser Samuel Noyola. No romantizo sus decisiones y tampoco las envidio: ninguno de nosotros elige sus infiernos. La más urgente de estas pesadillas es, por supuesto, el reconocer que la literatura no le sirve a nadie en un mundo apurado por darle valor a las cosas. Noyola: el desenfreno disciplinado. El discípulo de la noche. La pasión que crece como mito. Noyola parecía navegar en la necesidad por perderse y encontrarse. La urgencia del poeta yace en los enredos de una pregunta.

“Me fui tras un incendio de vocales”, escribió. Es este torbellino que arrasa con todo el que marca la vida de muchos escritores. Se les recuerda, a veces, por el apuro de su destrucción personal y no por la permanencia de su obra. Diego Enrique Osorno está buscando a Samuel Noyola, pero también lo que queda de su obra. No es una operación de rescate, sino de traslado, pues el brillo de su literatura es ya de una permanencia necesaria. No se trata de mitificar la figura del poeta, sino de darle su propia ley, que es la de un cautivo de su propia vida.

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Hay un dejo de nostalgia en el documental.

Es obvio: Noyola se ha paralizado en el pasado. Es como si su única proyección estuviese en una botella tirada al mar de la literatura.

“Se le fueron acabando las revoluciones”, se dice en algún momento del documental. Habría que añadir que no sólo a Noyola se le esfuman las formas en que nos sublevamos, sino a todos nosotros. Nuestras capitulaciones no deberían ser una forma de la derrota, sino de la conversación personal. ¿Qué habrá musitado Noyola consigo mismo cuando decidió lanzarse a los abismos?

A Osorno, como a todos nosotros, nos mueve el deseo de saber. Pero es un saber imposible, porque una de las grandes tragedias del ser humano es saber perderse, ya sea en los corredores de la noche o en las alcobas de la mente. La respuesta del misterio de Noyola, sin embargo, ya la tenemos frente a nosotros. Está en sus libros, el rastro más obvio de que Noyola no fue un fantasma que de pronto desapareció en la noche.

Al contrario: seguirá siendo ese luminoso vaquero del mediodía.

 

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