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Hacia una cultura política del debate

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por José Roberto Ruiz Saldaña*

Si comparamos los tres debates presidenciales de este 2018 de nuestro país con los cuatro anteriores realizados, observaríamos un notable avance en los formatos, los cuales pasaron de rígidos a flexibles. Sin embargo, si contrastamos esos tres mejores que hemos logrado con los debates presidenciales de dos países latinoamericanos que también han tenido elecciones este año —Costa Rica y Colombia—, observaríamos un largo camino aún por recorrer.

En Costa Rica, la postulación de 13 candidatos presidenciales en la primera vuelta no fue impedimento para que se realizaran debates con formatos “disruptivos”, como se calificó a uno donde no hubo moderadores ni guiones. Trece Costa Rica Televisión lo organizó con nueve de los contendientes (los otros se ausentaron), quienes se rotaron durante un par de horas en paneles de cuatro o cinco integrantes, y tuvieron la libertad de formularse los cuestionamientos que quisieron. Hubo críticas duras sólo en torno a propuestas y en un clima de civilidad. Las interrupciones tampoco dependieron de relojes, sino de la capacidad discursiva y hasta de convencimiento de cada uno para ganar la palabra.

La misma dinámica se aplicó en la segunda vuelta: durante una hora, el actual presidente Carlos Alvarado Quesada, y Fabricio Alvarado Muñoz estuvieron sentados frente a frente, separados apenas por una reducida mesa de madera sin más reglas que las que ellos fueron definiendo en esos momentos, lo que permitió al público sopesar con más elementos su capacidad para dialogar, polemizar y respetar el turno del otro.

Tan sólo en esta segunda etapa es posible identificar en internet nueve debates entre ambos. Los encuentros pudieron ser más debido a que, por lo menos en otros tres, faltó alguno de ellos, así como porque no pudieron ­—por motivos de agenda— atender cerca de 40 invitaciones de diversas instituciones para que debatieran.

Por su parte, en Colombia, antes de la primera vuelta de la elección presidencial —realizada el pasado 27 de mayo—, los candidatos y candidata concurrieron por lo menos 17 veces a distintos encuentros o debates. El número es tan amplio que ni los periodistas en Colombia son capaces de dar cuenta de cuántos encuentros se realizaron. Una revisión en internet y un seguimiento a esas elecciones arroja que quien más atendió las convocatorias fue Gustavo Petro (14), seguido por Humberto de la Calle (13), así como por Iván Duque (12) y Sergio Fajardo (12).

En Colombia no sólo la cantidad sorprende, también otras cuestiones, como los lugares donde se realizaron: en la Universidad de Columbia, en Nueva York, o en distintas regiones del país, pero dedicados realmente a las problemáticas locales. Es así que hubo un debate destinado a los problemas de Bogotá, otro en Buenaventura sobre los retos de la región Pacífico, otro más en Barranquilla para pronunciarse sobre las situaciones problemáticas de la región Caribe, así como otro debate en Medellín.

Asimismo, en Colombia sorprende que se haya llevado a cabo un debate denominado “Las mujeres preguntan”, dedicado a las problemáticas precisamente de las mujeres; otro llamado “#Youtubers vs Candidatos”, en el cual jóvenes líderes en redes sociales cuestionaron directamente a tres candidatos y otro más cuyos protagonistas fueron niños, niñas y adolescentes, quienes eran público participativo; es decir, ellos y ellas hicieron las preguntas directamente a Gustavo Petro a la postre el único que acudió.

Hay que destacar que en Colombia varios debates fueron incluso con público espectador, muy seguido uno de otro y generalmente convocados por medios de comunicación.

Todo lo anterior nos revela una cultura política en materia de debates más desarrollada en esos dos países que en México. La enorme cantidad de encuentros refleja el grado de importancia que éstos tienen en esas naciones o, por lo menos, que no se concibe realizar menor número. Si se decidieran avanzar más, sin duda partirían de una posición muy buena.

Adicionalmente, esa cultura política se aprecia en los debates mismos toda vez que, a diferencia de los nuestros, se observa mayor cortesía entre los debatientes, es decir, menos descalificaciones. No quiero decir que las campañas de contraste sean reprobables, sino que la discusión profunda sobre propuestas no es incompatible con rudeza.

Finalmente, la cultura política más desarrollada que se aprecia en los debates o encuentros en Colombia no sólo es de los debatientes. El hecho de que varios eventos fueran temáticos, en los cuales participaron directamente mujeres, jóvenes, niños y niñas, es un claro signo de una sociedad participativa y de políticos capaces de interactuar con ésta de cara al país entero.

En México necesitamos compararnos con otros países “hacia arriba”, no consolarnos con estar mejor que otros países que están “debajo de nosotros”. Debemos no solamente mantener debates con formato flexible —es decir, donde los candidatos interactúen más entre ellos y no grandes monólogos—, sino transitar a la realización de un mayor número, donde participen más las mexicanas y los mexicanos y en los cuales pueda haber mayor contraste de propuestas y proyectos para atender los problemas nacionales.

Y lo anterior, no sólo en los cargos federales, también en los locales. El gran riesgo es que, como ha sucedido con la transición democrática en nuestro país, logremos en el mediano plazo una cultura del debate avanzada cuando se dispute la Presidencia y la integración del Congreso de la Unión, pero haya un gran rezago cuando se compita para renovar los cargos locales.

Pero ponernos al día en cultura política en materia de debates no será concesión de la clase política. Como en toda conquista de derechos, es preciso que la ciudadanía haga su parte: exija, luche, insista.

 

*Consejero electoral del INE

@Jose_Roberto77

 

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