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Google como la nueva religión

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Santiago García Álvarez 

Observar internetlivestats.com es un espectáculo. El contador mundial de búsquedas avanza a una velocidad sorprendente. Según la misma página, Google procesa un promedio de 3 mil millones de búsquedas al día, lo que equivale a 40,000 por segundo.

Hace no muchos quinquenios, preguntábamos a nuestros padres, profesores, sacerdotes o amigos nuestras dudas o inquietudes. Actualmente, Google ha logrado atraer no sólo nuestras preguntas, sino también nuestros sueños, deseos y dudas existenciales. ¿Será una especie de Dios?

En esta plataforma, no hay vergüenza por ser ignorante. Sin temor al escarnio público, uno puede preguntarle: “¿Quién fue Nelson Mandela?”. Si tenemos preocupaciones sobre un medicamento, nos aclara los efectos secundarios; a resolver problemas siquiátricos al preguntar qué hacer si deseamos suicidarnos. Google no sólo domina el presente, sino aparentemente también el futuro pues al conocer nuestros patrones de comportamiento previos adivina los pasos que seguiremos.

Se dice que actualmente confiamos en este buscador más de lo que ninguna generación ha creído en ningún ser. Contrasta la fe y respeto que se le profesa a estas compañías, con el hecho de que son empresas cuyo principal fin es el económico y no la humanización del mundo. Más allá de la admiración, me parece que deberíamos ser más cautelosos en cuanto a la confianza que depositamos y los patrones de conducta que nos generan.

Muchos autores han analizado no sólo el fenómeno Google, sino también otros como Amazon, Facebook o Apple. Scott Galloway, profesor de NYU, escribió el libro Four, donde analiza estos cuatro nuevos “jinetes del apocalipsis”. Nos advierte de algunos intereses detrás de estas compañías: su habilidad para evitar impuestos, sus prácticas para sacar competidores del mercado, su afán por mantener el monopolio, sus posibilidades de manipulación y su uso de los instintos humanos para conseguir sus propósitos. Sólo cinco países del mundo tienen un PIB mayor a la suma de la capitalización de mercado de estas cuatro compañías. La industria de búsquedas tiene un valor de medio billón de dólares.

Tristan Harris, director y cofundador de Center for Humane Technology trabajó en los motores de búsqueda de Google; como estudiante de Stanford cursó algunos talleres donde le enseñaron cómo captar, de manera encubierta, la atención de la gente y cómo dirigir esa atención. Tristan conoció en sus años universitarios a los dos fundadores de Instagram. Después de su salida de Google, creó una organización sin fines de lucro para fomentar marcos de referencia de valores en empresas de tecnología. Asegura que estas empresas controlan las emociones de la gente, que compiten por captar nuestra atención, que su objetivo inmediato es maximizar el tiempo que pasas con ellos y que su fin último es incrementar sus utilidades. El problema, en su opinión, es que existen muchos sicólogos detrás que conocen de comportamiento humano y saben manipularnos para llevarnos a sus propios intereses.

En esta época en la que gozamos de más libertad, empleamos mucho tiempo utilizando dispositivos que contienen algoritmos que detectan nuestros patrones de comportamiento, individuales y colectivos, mismos que posteriormente buscan aumentar nuestra atención. Lo logran debido a que conocen nuestra sicología. Así, nuestra libertad se va encorsetando gradualmente hasta dejarnos campos de acción bastante limitados.

La fe que hemos depositado en estas compañías, la confianza ciega en sus motores de búsqueda y la idolatría con la que se les venera debería ser más cuestionada y más racionalizada. En muchos ambientes se han convertido en una nueva religión, donde se otorga a Google el don de la infalibilidad o de la omnisciencia, por citar un ejemplo gráfico. Si verdaderamente existen fuerzas manipuladoras detrás, el problema social futuro puede ser de dimensiones importantes. Sin dejar la innegable parte positiva que tienen, habría que buscar mecanismos de contrapeso para que sus fines humanos sean equivalentes a los económicos. Y por nuestra parte, no ser ingenuos, educar a los más jóvenes al respecto, y autoeducarnos de tal modo que sepamos optar libre, pero inteligentemente sobre qué nos conviene más.

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