El inevitable fin del trumpismo

Opinión del experto nacional
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Por Michelle Goldberg

El informe para justificar la impugnación emitido por la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes cita, en detalle, el discurso que el presidente Donald Trump pronunció ante sus devotos el 6 de enero, antes de que muchos de ellos irrumpieran en el Capitolio para pedir a gritos la ejecución.

“Tenemos que deshacernos de los congresistas débiles, los que no sirven, los Liz Cheneys del mundo, tenemos que deshacernos de ellos”, dijo Trump. Instó a sus secuaces a marchar por la avenida Pensilvania hasta el lugar donde se reunía el Congreso para certificar la elección que había perdido: “Porque nunca recuperarán nuestro país con debilidad. Tienen que mostrar fuerza y tienen que ser fuertes”.

Trump se convierte ahora en el primer presidente en la historia de Estados Unidos en ser sometido a un juicio político en dos ocasiones. La mitad de todas las impugnaciones presidenciales desde el comienzo de la República son contra Trump. Este último proceso es diferente al primero, y no sólo porque fue bipartidista. Así termina una semana en la que Trump al fin enfrentó la extensa condición de paria social que siempre ha merecido. Luego de que una turba incitada por el presidente saqueó el Capitolio, mató a un policía y golpeó a otros más, a muchos se les cayó un velo de los ojos. De repente, todos sus partidarios, excepto los más fanáticos, admitieron que Trump era justo lo que sus más feroces críticos siempre dijeron que era.

Los bancos prometieron dejar de prestarle dinero. Las principales compañías de redes sociales le cerraron sus cuentas. El entrenador de los Patriotas de Nueva Inglaterra rechazó la Medalla Presidencial de la Libertad y la PGA retiró su campeonato de un campo de golf. Algunas de las mayores corporaciones del país, junto con la Cámara de Comercio de Estados Unidos, se comprometieron a retirar las donaciones para los habilitadores de su fantasía de fraude electoral. Al principio del reinado del presidente, esperaba que este momento de repudio generalizado no tardaría en llegar. No obstante, Trump sobrevivió a la investigación del fiscal especial. Sobrevivió a su primer juicio político.

Hay una especie de alivio en la llegada del castigo merecido después de todo. La pregunta es si es demasiado tarde, si la insurgencia de mala nota que el presidente ha inspirado y alentado seguirá aterrorizando al país que lo está dejando atrás.

El asedio al Capitolio no fue una salida para el republicano, sino una apoteosis. Durante años, nos dijo que no aceptaría una derrota electoral. Durante años, ha instado a sus seguidores a recurrir a la violencia, se ha negado a condenar sus actos violentos y ha insinuado que una violencia aún mayor estaba en camino. El 6 de enero ni siquiera fue la primera vez que alentó un ataque armado a un Capitolio estadunidense; lo hizo la primavera pasada, cuando activistas armados que estaban en contra del cierre por la pandemia irrumpieron en la sede de gobierno del estado de Michigan. Impacta que Trump no actuara cuando el Congreso pudo haber enfrentado una toma de rehenes masiva o algo peor. Pero no sorprende.

Con él, la presión política sobre los cuerpos de seguridad federales para que ignoraran a la extrema derecha sólo se agravó. Pero no hay razón para creer que la amenaza se desvanecerá cuando Trump se vaya.
Washington ya se ve como una zona de guerra. La toma de posesión de Joe Biden se llevará a cabo a puerta cerrada. El representante Peter Meijer, uno de los diez republicanos que votó a favor de someter a Trump a un juicio político, comentó que él y algunos de sus colegas iban a comprar chalecos antibalas: “Creemos que alguien podría intentar matarnos”.

El final de la presidencia ha sacudido la estabilidad de Estados Unidos como no lo hizo ni siquiera el 11 de septiembre. Hacer que Trump enfrente las consecuencias de tratar de cambiar los resultados de las elecciones no será suficiente para detener el desorden que ha instigado. Pero puede ser una condición previa para hacer que el país sea gobernable. Una ironía materializada del trumpismo, común entre los autoritarios, es que se deleita en la anarquía mientras glorifica la ley y el orden. “Esta es la contradicción y la verdad central de los regímenes autoritarios”, afirmó Ruth Ben-Ghiat, historiadora de la Universidad de Nueva York. La académica hizo referencia a la definición de Mussolini del fascismo como una “revolución de reacción”. El fascismo tuvo un impulso radical para subvertir el orden existente, “para liberar el extremismo, la anarquía, pero también afirma ser una reacción para traer el orden a la sociedad”.

Lo mismo es aplicable en el caso del movimiento de Trump. Un elemento central de su mística es que viola las reglas y se sale con la suya. A fin de reafirmar el Estado de derecho, es fundamental “demostrarle al mundo que no puede salirse con la suya”, señaló Ben-Ghiat.

En parte, por esto es necesario el segundo juicio político. Este proceso sería una carga tanto para los demócratas como para los republicanos; el juicio en el Senado seguramente pospondría algunos de los asuntos urgentes del gobierno de Biden. Ha sido aprobado porque los demócratas no tuvieron otra opción para defender nuestro cada vez más frágil sistema de gobierno.

El representante Jamie Raskin, principal demócrata a cargo del juicio político, enterró a su hijo el 5 de enero, un día antes del recuento de los votos del Colegio Electoral. Cuando la multitud entró al edificio, Raskin estaba en el pleno de la Cámara de Representantes y su hija y su yerno estaban en una oficina con su jefe de personal. “Los chicos se escondieron bajo un escritorio”, relató. Ese día, comenzó a trabajar con sus colegas para redactar un artículo de destitución y una resolución en la que le pedían a Mike Pence invocar la Vigésima Quinta Enmienda.

Todavía se desconoce a quién se enfrentará Raskin en el impeachment. Destacados bufetes de abogados se han negado a representar a
Donald Trump en sus batallas jurídicas poselectorales y Bloomberg News informa que los abogados que defendieron al presidente en el pasado ya no quieren hacerlo. Durante cuatro años, mientras Trump causaba cada vez más estragos y motivaba cada vez más odio en este país, muchos se preguntaron qué se necesitaría para hacer mella en su impunidad. Al parecer, la respuesta incluye dos cosas: cometer sedición y perder el poder.

                NYT Español

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