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Crepúsculo

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Guillermo Fajardo*

 

A lo largo de la novela, el caudillo es una ausencia presente que ordena las acciones de los otros a pesar del desbordamiento discursivo de medios de comunicación, grupos de poder o políticos civiles o militares. La obra de Guzmán parte de una imagen muy afortunada que de alguna forma vaticinó el futuro político mexicano, el cual se recargó en el partido en el poder como si éste fuese una sombra: intangible, pero siempre presente. Así, las pugnas por el poder entre Ignacio Aguirre e Hilario Jiménez lucen inútiles, pues es la voluntad del caudillo la que finalmente decidirá si es uno u otro el sucesor. El texto de Guzmán, pues, nos presenta un teatro político, lúdico en sus actuaciones, infantil en sus resultados. La masa que vitorea a uno u otro candidato resulta intrascendente: el apoyo popular no se traduce en poder real.

La política en La sombra del caudillo aparece absolutamente limitada por la circunstancia inmediata. Si acaso hay intuición política es la que el caudillo impone. Si hay destino es aquel que el caudillo elige. No hay un espacio ético que le otorgue al lector —por muy breve que sea— una suerte de brújula moral que lo lleve a distinguir polos de poder donde el aliento de la virtud contribuya a formar una voluntad política. La urgencia por las certezas infecta la ansiedad de los personajes y de los grupos de poder. Los murmullos alrededor de los presidenciables generan un coro de voces supeditadas inmediatamente a leer cada gesto y cada acción del caudillo, es decir: el gran acierto de Guzmán es presentarnos el poder a partir de una escritura ósea, que les llega a la médula al poder político y sus pactos en la sombra. Concuerdo en lo fundamental, pues, con eso que escribe Christopher Domínguez Michael en su libro Tiros en el concierto (1997):

Guzmán logra separarse del folklorismo del dictador que luego infestaría la literatura hispanoamericana. Concentra el mal no en el poder absoluto, sino en la relatividad de su disputa. Entre Aguirre y su rival Jiménez, sobra decirlo, ninguno es mejor. Ha de haber víctima y verdugo (216).

Esta breve digresión literaria me sirve como punto de apoyo para argumentar que el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, funge como una especie de hipérbole política en donde todo pasa por su figura. Recuerda a la presencia siempre constante del caudillo en la obra de Guzmán, es decir, como facilitador del flujo político nacional. Por supuesto, el contexto es diferente: vivimos en una época en donde la separación de poderes, los pesos y los contrapesos funcionan de manera aceptable, aun cuando los cortocircuitos de la política luzcan, a veces, como fardos imposibles de neutralizar.

El estribillo favorito de López Obrador, es decir, la novedad de la Cuarta Transformación como encabalgamiento histórico de una serie de episodios innovadores dentro de la historia nacional, le sirve al futuro Presidente como eje para justificar casi cualquier decisión. Las ceremonias democráticas del Presidente electo, desde la frágil consulta para el nuevo aeropuerto hasta sus mensajes improvisados frente a medios de comunicación, revelan una soltura poco común entre los que no han tomado el poder. Es como si López Obrador estuviese dispuesto a derrochar su capital político antes de que inicie su administración y canjearlo, al igual que su par norteamericano, el presidente Donald Trump, por una efervescencia de base explosiva. Está dispuesto a polarizar, porque sabe que sus apólogos más fervientes han esperado dos administraciones para verlo en el poder. Solamente así se explica este apuro político por desplazar a la administración de Peña Nieto, no tanto en términos políticos, sino simbólicos.

En como si Obrador pensara que entre la Revolución y el presente no hubiese habido nada, acaso una especie de continuidad política ciega que logró muy poco y acaso sacrificó mucho. Concebir la historia nacional en episodios es una forma simplificada de narcisismo político: todo cabe en el libreto transformador, todo es posible si la imaginación logra admitirlo. Esta visión política, permitida solamente entre sus clérigos, le otorga a López Obrador una doble defensa: por un lado, la certeza de que su victoria también será la de México; por el otro, que si esto no sucede es porque sus enemigos no lo permiten. Los paroxismos y desplantes de la administración venidera parecen una extensión de la personalidad del tabasqueño. A tiempos moderado y sereno, a tiempos visceral y extremoso, Obrador parece abrazar sus dramatismos sin demasiado pudor.

Queda la duda de si esto será suficiente para gobernar.

 

Escritor

Twitter: @GJFajardoS

 

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