Logo de Excélsior                                                        

Caminos ensangrentados

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por: Guillemo Fajardo*

En La sangre desconocida (Alfaguara, 2021), el escritor mexicano Vicente Alfonso (Torreón, 1977) le confió a su pluma la verdad insonora de que la violencia siempre está agazapada. En un país cada vez más acostumbrado a los legados que deja la muerte en todas sus formas (y que algunos, como el académico R. Guy Emerson ha llamado, para referirse a México, mundos muerte) la novela debe elegir bien sus campos de batalla. Esta elección, tanto ética como estética, no es fácil. Hay quienes deciden representar la violencia con dedicación y en plena trinchera (Eduardo Antonio Parra), otros que la describen como una serie de transacciones a tomar por la fuerza (Élmer Mendoza), otros que la reducen a sus partículas elementales (Yuri Herrera), a su condición inverosímil y tragicómica (Juan Pablo Villalobos), a la sutileza de una trama bien montada (Martín Solares), o al lenguaje como único sostén de un mundo violento (Fernanda Melchor). ¿Cuáles narraciones sobrevivirán la mirada curiosa de quienes, en cincuenta o cien años, nos volteen a ver? La respuesta, como lectores, no importa, pero sí las elecciones que quienes escriben tienen que hacer en cada obra: está en juego el prestigio de permanecer apretujados en distintas bibliotecas.

Contada desde tres lugares distintos (Guerrero, Sinaloa, y la imaginaria y humosa Camel City, en los Estados Unidos), La sangre desconocida sigue la vida de Rosario, la cual es enviada a Camel City después de tirar, accidentalmente, a Bodoque, su hermanito recién nacido. También sigue al profesor Ayala, un exsacerdote convertido en abogado que conocerá a Rosario en sus clases. Al agente Lanksy, ejemplo de la inteligencia del detective. A Fabián, periodista a sueldo cuyo sueño es escribir una novela mientras vive en Chilpancingo con Fernanda, su esposa. A Mamá Flor, desesperada por encontrarse un pasado y un futuro. Y alrededor de todos ellos, la sangre. El líquido rojo impregnado al vestido de Amparito, la hija desaparecida de Mamá Flor. La sangre. Esa con la que está obsesionada Viury, amiga de Fernanda. La sangre. Esa con la que un grupo de paramilitares, el Grupo Sangre, secuestra y tortura a campesinos en la sierra de Guerrero. La sangre. Esa que encuentra Fernanda en un recorte periodístico en el que Pablo Neruda desconoce a José Revueltas debido a su novela Los días terrenales, en donde el poeta afirma que “por las venas de aquel noble José Revueltas que conocí circula una sangre que no conozco”. La sangre. Ésa que está en la infestación de garrapatas en casa de Fabián después de rescatar a un gato abandonado. La sangre: lugar de encuentros y desencuentros.

Vicente Alfonso construye esta novela con las madejas que sólo están al alcance de quienes ven en una historia la transfusión por excelencia de distintos males garrapateados, por ejemplo, debajo de puentes peatonales, archivos desconocidos, periódicos locales, historias familiares, o confesiones que podrían llevarse a la tumba. Aquí hay un esfuerzo por reconocer en la tragedia el parto de varias virtudes o defectos: la indecisión del profesor Ayala, la violencia profesional del agente Lansky, la búsqueda incesante de mamá Flor, la ingenuidad revolucionaria de Rosario. Estas voces no buscan paz, exigen respuestas. La sangre desconocida es también una novela sobre las deudas que México tiene con el pasado y con el presente. Los desaparecidos de distintas organizaciones guerrilleras, la lucha de Lucio Cabañas, los abusos del sistema priista: Vicente Alfonso ha ordenado, en estricta formación militar, los estertores de un régimen conocido que le abre la puerta al despertar de un caos desconocido, y que ya ha empezado a mostrar los colmillos: las marcas de la muerte, cada vez más cotidianas, en los cadáveres desparramados por todo el país.

¿Y de quién es la culpa de acaparar estas regiones del infierno? ¿A quién señalar por incorporarlas a la vida diaria? ¿A la desigualdad? ¿A la educación en la violencia? ¿A las injusticias del pasado? ¿A la hipocresía de los Estados Unidos? ¿A la inacción de nuestras autoridades? ¿A su inexperiencia? ¿Al manto podrido de sus complicidades? Rosario, en conversación con el profesor Ayala, parece tener la respuesta: “Depende de quién mire y desde dónde”, una forma sencilla de decir que la violencia, venga de donde venga, pertenece a la constelación de las deudas impagables, por mucho que reconozcamos los nombres de los caídos y los olvidados, de los que todavía no tienen nombre y de los que nunca lo tendrán. Hay mucho pasado y por ello mismo puede ser olvidado.

Afortunadamente, Vicente Alfonso reconoce este intríngulis. Y se ocupa en revelarlo como advertencia: no hay nada tan difícil de limpiar —ni de olvidar, agregaría— como la sangre.

 

*Escritor

 

Comparte en Redes Sociales